José Enrique Lara, a la izquierda; frente a él, Antonio Pulido, uno de los miembros de su candidatura.

JC.- José Enrique Lara recordará siempre el día martes y 13 de octubre de 2020 como una de las jornadas más aciagas y funestas de su vida. La ocasión la pintaban calva para echar tierra a la superstición. Sobre todo él, que es un hombre de limitados pero firmes recursos. Al menos eso es lo que debió pensar hasta el instante de atender una llamada de su amigo Enrique Cabanas, pasadas las 7 de la tarde.

Dos horas antes, en un ambiente de euforia efervescente, Lara y su equipo ya estaban reunidos en el hotel Teresa de Torremolinos, propiedad de Antonio Sevilla, concejal de ese municipio y miembro de la candidatura oficialista, para festejar de antemano la victoria que daban por segura en las elecciones a la Presidencia celebradas por Vox en Málaga, desde el 9 al día 13.

Entre copas de champagne y una surtida variedad de canapés transcurrió el tiempo de espera para que se confirmarse el triunfo electoral. Uno más. Lara se aferraba al dato estadístico según el cual, nunca antes una candidatura crítica se había impuesto al aparato. Contaba además con la complicidad de Enrique Cabanas, el fontanero de Vox cuya atropellada participación en estas primarias contaremos los próximos días. “Muchachos, esto está ganado”, se repetían mientras la música ambiental animaba el festorro y uno de sus conmilitones, sin comedimiento ni sentido del ridículo, le daba un toque futbolero al vodevil: “campeones, campeones, oé, oé, oé”. Insuperable.

Entre tanto, Antonio Sevilla cavilaba abstraído de la euforia ambiental. Profesional hotelero de éxito, probablemente era el único de los presentes con amplios conocimientos de marketing político y estrategias electorales. Barruntaba que algo no cuadraba. Su experiencia en procesos electorales le alejaban de la atmósfera triunfalista. Daba vueltas en su cabeza a un dato demoledor: en las anteriores primarias que ganó Lara, votaron no más de 110 afiliados. Tenía información de que la participación ahora estaría cerca de los 800 votos, un brutal aumento. Sevilla no ignoraba que ese incremento del número de votantes había sido sobre todo fruto de la campaña de incentivación llevada a cabo por Alerta Digital, y sobre todo, de las demoledoras declaraciones en este medio, el mismo día del inicio de las elecciones, del ex secretario provincial de Vox, José Manuel Rojas. Sabía que las afirmaciones de Rojas había disuadido a decenas de abstencionistas. También que esos votos, indiciariamente, irían a parar a Enrique de Vivero. “Va a haber una participación récord y no tengo claro que eso nos beneficie”, confesó por teléfono a un cargo del partido un día antes del cierre de las elecciones. Conforme pasaban los minutos, sus dudas iban en aumento. Contemplaba la victoria de los críticos como probable. Evitó sin embargo compartir sus cavilaciones con nadie para no enturbiar la fiesta. Lara, entre tanto, entre brindis y brindis, hacía planes para continuar la velada hasta altas horas de la noche.

Todo cambió, sin embargo, pasados unos minutos de las 7 de la tarde. Enrique Cabanas quiso evitar a su amigo el trance doloroso de enterarse de su derrota a través del frío comunicado que el partido emitiría no antes de las 21 horas. La llamada de Cabanas no pilló a Lara desprevenido. Los participantes en la fiesta, todos en silencio, percibieron por los cambios en el color facial de Lara que no eran buenas noticias. Este tardó unos segundos interminables en reponerse antes de compartir la mala nueva. “Hemos perdido”, alcanzó a decir, entre la incredulidad y el ‘shock’ de sus interlocutores. Antonio Sevilla vio confirmados sus peores pronósticos, mientras un ambiente de duelo lo impregnaba todo.

La tragedia que mascaba Antonio Sevilla tardó en ser procesada por el resto. “No puede ser”, “han debido equivocarse en el recuento”…

Lara, entre tanto, con la indignación coloreada de rojo en su cara, inició una de sus conocidas filípicas con voz de trueno. Culpó a todos de la derrota, menos a él, claro. Les reprochó que no habían trabajado lo suficiente, que no habían sido un equipo, que no… Los presentes, cabizbajos, escuchaban el volcánico sermón sin inmutarse. Ninguno de ellos tuvo el cuajo, o el coraje según se mire, de restregarle que las elecciones las había perdido Lara y solo Lara. Por su manifiesta incompetencia. Por su nepotismo. Por su maltrato a los militantes. Por su soberbia. Por dejar tantos cadáveres en el camino. Por su falta de autocrítica tras su ridícula debacle en las municipales de Málaga. Por el “caso Cuín”. Por el “caso Marbella”. Por el “caso Macías”. Por el “caso Rojas”, Por el “caso Altamirano”. Por la chapucera elección de Patricia Rueda como candidata al Congreso. Por la pérdida de más de mil afiliados en 18 meses. Por su ensoberbecimiento. Por ningunear a Alerta Digital cuando la ex vicesecretaria de Comunicación, Sonia Crespo, le pidió que se sentara en torno a un café con Armando Robles y limaran asperezas. Porque no es normal que concurriesen hasta cuatro candidaturas críticas en un partido de poco más de mil militantes. Porque Vox no era su cortijo particular. Pero callaron, todos callaron. Fue un final de fiesta tan patético como toda la gestión de Lara, visir de sus ambiciones, que quiso hacer de Vox en Málaga un reino particular para regir los destinos de sus súbditos al antojo de sus caprichos e intereses. Su egolatría le llevó a minusvalorar la fortaleza de sus contrincantes y la influencia de Alerta Digital.

Aquel martes y 13 lo recordará siempre, aunque ya lejos, muy lejos, del sonido envolvente de sus lacayos y del tintineo de las copas de champagne.