Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- La ingeniería social a través de la cual el NOM está injertando su ideología luciferina en ingentes masas de poblaciones utiliza como herramientas metodológicas las estrategias de lavado de cerebro patentadas y desarrolladas por el siniestro «Instituto Tavistock».

Una de estas estrategias consiste en la manipulación del lenguaje, a través de una especie de «esperanto» infernal donde las palabras de siempre adquieren nuevos significados, que subliminarmente remiten a paradigmas ideológicos típicos de globalismo. En otras ocasiones, se recurre simple y llanamente a la creación de nuevas palabras/os, conformando ?con las palabras de significado cambiado y las de nueva creación? un «neolenguaje», al que también se le podía calificar como «poslenguaje» ?realmente, todo aquello que vaya precedido por el prefijo «pos», pertenece al NOM: sí o sí?.

Una de las joyas de este «poslenguaje» es la agresión al idioma castellano perpetrada por el movimiento feminista, utilizando como armas la maldita @ y la estúpida /. ?todo empezó con aquel legendario «jóvenes y jóvenas» de Carmen Romero, exmujer de Felipe González?.

Ya lo decía Gramsci, el gurú que ilumina al mesías coletudo: «La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad». En este pensamiento late la creencia de que por medio de una acumulación de mentiras, falsedades, neologismos y palabras de nuevo cuño se puede crear una realidad paralela, tan virtual como la «ciberrealidad» de la tecnología, pero con el importante añadido de que el lavado de cerebro que se opera a través de ella es de tal malignidad que la gente infectada por esta «neorrealidad» es incapaz de percibir que aquello no es real, abducidos como están en una gran burbuja globalista.

Todo esto viene a cuento de que, una vez más, los medios de comunicación llevan mucho tiempo intentando desvirtuar el verdadero significado de la selección española de fútbol, a la que llaman como «la roja», otra prueba incontestable de que el nombre de España es un enorme tabú que apenas se pronuncia.

El otro día tuve la ocasión de indignarme al comprobar como una fémina periodista ?por cierto, ¿cuándo inventaremos los varones el término «periodisto», para acabar con el intolerable feminismo de una palabra que nos discrimina?? repitió hasta la saciedad en pocos minutos la dichosa palabreja de «la roja», y lo mismo hizo el presentador del programa deportivo para el que trabajaba, y muchos españoles.

Ante la repetición constante de esta ignominiosa mamarrachada, ¿qué quieren que les diga? Pues lo de siempre: «Damas y caballeros, estoy muy harto y no puedo soportarlo más».

Tampoco puedo soportar que la inmensa mayoría de los comunicadores se refieran a nuestra Patria llamándola «Este país», dos palabrejas que, aparte de que siempre me han parecido aureoladas de un claro matiz despectivo, son como un seudónimo a la hora de hablar de España, un grotesco tabú que parece extraído de las profundidades manchegas del Quijote: «En un país, de cuyo nombre no quiero acordarme».

Un país que tiene a su nombre ?España, España?, como Mancha; un país al que casi nadie se refiere ya con el nombre de «Patria», término que implica una gran carga de emotividad, de sentimiento amoroso, porque nos consagra a todos sus habitantes como hijos suyos, como herederos de sus gloriosas tradiciones y valores, de su inigualable historia. Solamente en los cuarteles de la Guardia Civil y en instituciones militares se puede seguir leyendo todavía la inscripción patriótica que proclama «Todo por la Patria».

Pero, claro, en el caso de que se utilizara más, ¿cuánto tardarían los imbéciles/as de nuestro incomparable ecosistema progre en protestar, reclamando que se llamara «Matria», acusándonos a su vez a los patriotas de ejercer un patriarcado facha? Ni siquiera nos salvaría el hecho de que la palabra Patria sea femenina.

Sería hermoso llamar a la selección española de fútbol como el equipo de nuestra Patria, nuestra selección patriótica, pero están las cosas en tal punto, que me conformaría con que se la llamara «selección española», «equipo de España».

Aunque, realmente, ¿qué se puede esperar de un país donde se queman banderas nacionales y se silba nuestro himno impunemente, considerando estos delitos como un ejercicio de la «democrática» libertad de expresión? ¿Qué se puede esperar de un país cuyo himno nacional no tiene letra, esperpento que solamente sucede en tres países más del mundo mundial? Confieso mi envidia cuando veo a los jugadores de todas las selecciones cantar a voz en grito la letra de su himno.

Por si fuera poco con la bolchevización de nuestro equipo de fútbol, a esto hay que añadir que algunos jugadores, cuando celebran un triunfo de la selección, se embuten en las banderas de sus CC.AA, desde andaluces a catalanes, pasando por asturianos, hasta el punto de que la enseña nacional casi no se ve. Es como si los jugadores alemanes bávaros se enfundasen la bandera del länder de Bavaria… ridículo, ¿verdad? Pues justo a nosotros nos tocó ser nosotros, qué mala suerte.

¿Por qué se llama «la roja» al equipo nacional? Pues la excusa oficial alega que es por el color de nuestra camiseta, igual que se llama «squadra azzurri» a la selección italiana, «bleus» a la francesa, o «albiceleste» a la argentina. Pero hay una pequeña diferencia en esta idea de nombrar a las selecciones nacionales por el color de su camiseta, ya que todo mundo sabe que existe un claro simbolismo en los colores, que linda incluso con la dimensión iniciática, al igual que sucede con la numerología ?por cierto, si el color de la camiseta fuera azul, nadie diría que la selección es «la azul», pues este color está justo al otro lado del espectro político de la progresía roja?.

¿Que simboliza el color rojo? Pues, haciendo atracción de otros contenidos más o menos esotéricos, su significado más claro es el de representar la ideología comunista, los partidos bolcheviques, las revoluciones de sesgo soviético.

Así, la Guerra Civil fue el enfrentamiento entre la España nacional y la «España roja». Por extensión, se aplica el calificativo de «rojo» a todos los izquierdistas: sociatas, anarcas, bolcheviques…

Entonces, desde este punto de vista, cuando nuestra Patria lleva toda la democracia siendo asaltada por el NOM por tierra, mar y aire; cuando la ideología progre elaborada en las logias globalistas ha desarrollado un apocalíptico lavado de cerebro en la aborregada población española, es para mí de todo punto evidente que llamar «la roja» a nuestra selección de fútbol es una vuelta de tuerca más en ese adoctrinamiento salvaje, ya que el fútbol es el mejor «opio» de las masas, y, por supuesto, los psicópatas y sociopáticas que nos rigen no iban a dejar pasar la ocasión de infectar el fútbol con sus malignos virus izquierdistas.

En efecto, «la roja» es un calificativo cuyo mensaje central es que España es de izquierdas, con lo cual no solamente nos arrebatan la idea de Patria, sino que los jirones que quedan de ella los tiñen de rojo, listos para la hoz y el martillo, para que los españoles se enfunden la roja camiseta a la vez que levantan el puño en alto. Es decir, estos idiotas/os pretenden ganar la guerra utilizando maquiavélicamente a la selección española de fútbol, porque, en vez de ser la selección «nacional» ?nombre de la España que derrotó al bolchevismo revolucionario?, pasará a ser «la roja», nombre de la España que perdió ?aunque ellos no la llamaran España?.

Manipulación de las palabras para alterar la realidad, para engañar, para hacer espúrea propaganda de sus perniciosas ideas.

Pero hay más, ya que el simbolismo del color rojo está firmemente asociado a la historia de por qué el comunismo adaptó ese color como símbolo icónico para sus algaradas revolucionarias.

Por supuesto, esta historia no defrauda en absoluto a los que estamos convencidos de que existe desde hace mucho tiempo una conspiración para establecer el luciferino NOM, con especial manía a España.

En 1743, un orfebre judío llamado Amschel Moses Bauer abrió una pequeña tienda de cambio de monedas en el gueto de Fráncfort, que se abría en la planta baja de su vivienda, y cuyo distintivo era un cartel donde se representaba un águila romana inserta en un escudo rojo, que vino a ser el emblema icónico del negocio, el sello de sus operaciones mercantiles. Por este motivo, la tienda llegó a ser conocida como la tienda del «escudo rojo» ?Roth-schild, en alemán?, palabra que con el tiempo se convertiría en el patronímico de esta familia judía.

Por eso, cuando la banca Rothschild financió generosamente ?junto con otros banqueros judíos de Wall Street? la revolución rusa de 1917 ?ya había financiado al exjesuita judío Adam Weishaupt para que fundara la orden «Illuminati», y al judío masón Marx para que escribiera «El Capital» y el «Manifiesto Comunista»?, estaba escrito que, convertidos en los patrones, gurús y mecenas del comunismo, el emblema del escudo rojo pasara a ser el distintivo de los revolucionarios, en forma de estrella roja, de igual modo que, siendo los principales impulsores de la creación del estado judío de Israel, la estrella de David ?otro símbolo de los Rothschild? pasara a figurar como símbolo del pueblo judío, inserta en su bandera, a pesar de que no tuviera nada que ver con el monarca bíblico, y sí con oscuros secretos esotéricos de cuyo nombre no quiero acordarme.

Por cierto, el escudo rojo guarda una asombrosa similitud con el logotipo que utilizó el programa televisivo de «La Tuerka», creado y dirigido por el Marqués de Galapagar, coincidencia que no tiene nada de casual, si partimos del hecho de que el Coletudo es criatura/o del NOM, y de que los Rothschild tienen inversiones en los medios de comunicación que han promocionado el podemismo.

En fin, que esta gentuza nos quiere robar la historia y la memoria, la verdad, el sexo, la familias, los semáforos, los padres y las madres, los carriles para los coches, el nombre de las calles, la religión, los embriones, el dinero, la raza, la cultura, y se han lanzado también a por el lenguaje, creando palabros/as, adulterando su significado, trasvistiéndolas de rojerío luciferino, porque el Señor de las Moscas viste de grana y oro, mientras hace desfilar a sus víctimas en paseíllos igualitos a los de la Repúblika, en sacas dignas de Durrutis, momentos leninistas, y apoteosis estalinianas.

Por si todo esto fuera poco, esa mamarrachada de «la roja» nació al mismo tiempo que el lema «Juntos Podemos». ¿Casualidad? Ambos eslóganes surgieron en el contexto de la publicación en 2010 del informe «Transforma España» por parte de la Fundación Everis, importantísimo «think tank» superglobalista donde figura la práctica totalidad de la élite empresarial y financiera de España ?BBVA, Santander, La Caixa, Grupo PRISA, Repsol, CEPSA, Telefónica, Bankinter, Barclays, Inditex, y muchas más?. «Transforma España» es la inspiración ideológica del 15M, cuyas propuestas coinciden sorprendentemente con el manifiesto de la oligarquía española para cualquiera que se tome la molestia de investigarlo. Im-presionante.

En efecto, los lemas de «la roja» y «Juntos Podemos» nacieron entresacados de los éxitos deportivos de la selección española, debido al «espíritu» que habían insuflado entre jugadores y seguidores, y los triunfos extraordinarios que cosechaba el deporte español ?lo que son las cosas, el mismo Albert Rivera publicó en 2014 un libro bajo el título de «Juntos Podemos: el futuro está en nuestras manos»: ¿Casualidad??.

Y así es como hemos pasado de la selección española a «la roja», igual que hemos pasado desde «la furia española» al «tiqui-taca», menos viril y machote que el arrebato racial de nuestra ancestral furia, que igual aniquilaba enemigos en Flandes, que arrollaba adversarios en los campos de fútbol.

Porque, lo que son las cosas, «la furia española» futbolera tuvo como fundador a José María Belausteguigoitia, un furibundo nacionalista vasco ?con familiares colaboradores de primera fila de Sabino Arana?, que protagonizó la famosa machada racial el 1 de setiembre de 1920, en las Olimpíadas de Amberes, cuando, en el minuto 6 de la segunda parte, en un partido que perdíamos contra Suecia, el vasco pidió a su paisano Sabino Bilbao que le lanzara un centro al área, gritándole la legendaria frase: «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!». Cuando le llegó el balón, lo controló y se introdujo con él en la portería, arrollando a varios defensas debido a su portentoso físico, ya que medía 1,93 metros y pesaba 95 kilos.

Hablando de Amberes, esa furia española ha sido una de las constantes de nuestra historia de hazañas y epopeyas, ya que Amberes la había conocido con nuestros famosos tercios, y también la sufrió la morisma, y la chusma napoleónica, y perpetró hazañas como la del Alcázar.

O sea, que, ante las amenazas actuales a nuestra Patria, ha llegado la hora de que cada patriota diga eso de «¡A mí la bandera, que los arrollo!».

Y, otrosí, podríamos empezar por arrollarles en el Valle de los Caídos…