Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- «Las tierras, las tierras, las tierras de España; las grandes, las solas, desiertas llanuras/Galopa, caballo rojigualda, jinete del pueblo, que España es tuya/¡A galopar, a galopar: hasta enterrarlos en el mar!».

La poesía, además de ser un arma cargada de futuro ?como dijo Gabriel Celaya?, también está cargada de presente, pues en la hora decisiva que vive nuestra Patria sus versos pueden galopar como invencibles Babiecas para arrojar al mar a los enemigos de España. Celaya ?aunque desde orígenes más derechosos?, Miguel Hernández y Alberti escribieron poemas para el rojerío, pero utilizaré una vez más el «efecto boomerang», para arrojarlos contra la chusma secesionista y antiespañola desde las almenas de los castillos que configuraron nuestra historia, desde las altas torres que erigimos en los cielos, desde las plazas que se alzaron contra mamelucos y milicianos, desde los galeones que forjaron nuestro imperio, desde los páramos y cordilleras que vieron las hazañas de nuestros invencibles tercios.

Porque «Nosotros somos quien somos. ¡Basta de Historia y de cuentos! ¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues somos españoles, defendemos lo que es nuestro».
España indómita, Patria que quieren romper unas masas zombificadas por una minoría alucinógena, por una élite masonizada apesebrada por el NOM y los íncubos y súcubos del Señor de las Moscas. España eterna, España inmemorial, «España mía, combate que atormentas mis adentros, para salvarme y salvarte, con amor te deletreo».

España heroica, raza bravía que ha embestido siempre a los invasores, a sus enemigos, desde Numancia hasta la batalla del Ebro, desde Covadonga hasta Bailén, desde Lepanto hasta las Navas de Tolosa, desde un 2 de mayo hasta un 18 de julio…

Me llevan los vientos del pueblo cuando pienso en ti, España, porque «vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta».

Un pueblo indomable, gallardo y valeroso, de arrojo legendario, que conquistó selvas impenetrables, fortalezas inexpugnables, océanos infinitos y tierras innumerables, ¿se dejará vencer ahora por una turba de separatistas, por una impresentable caterva de hispanófobos, por una conspiración globalista, aunque ésta tenga detrás todo el poderío de las fuerzas del Tártaro?

¿Hemos llegado hasta aquí, después de tantos siglos de combates para defender nuestros solares, después de tanta sangre derramada, después de tanta aventura épica en las lindes de lo imposible, para capitular ante un gentío chillador y acosador, cuando torres más altas hemos desmochado sin compasión?

«No soy un de pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula?».

Imagen de las banderas de España tomada este martes en un edificio del centro de Valencia

¿Cómo es posible que un pueblo que ha sido la admiración de todo el mundo por su valor y su ardor guerrero todavía no se haya echado a la calle en masa para arrollar con sus banderas y sus «¡Vivaspaña!» y «Arribaspaña!» a esta panda de energúmenos, lacayos de la plutocracia mundialista? ¿Cómo entender que, por cobardía o por indiferencia, todavía no hayamos tomado las calles, plazas y avenidas, las televisiones y las redes sociales, los hemiciclos y los medios de comunicación? ¿Cómo comprender que unos cientos de miles de catalanes se hayan hecho los amos del cotarro, sin que nuestro pueblo, antaño indomable, haya dado ejemplo de patriotismo, de gallardía, de españolía? ¿Cómo es posible que permanezcamos silenciosos, cómodos, pastoreando nuestra indiferencia en terrazas cerveceras, sumidos en la más profunda catalepsia, en la más pasmosa catatonia, con mirada lobotomizada, con el corazón vergonzosamente seco, con las banderas patrias encerradas en el ángulo oscuro de desvanes olvidados?

Marcelino Menéndez y Pelayo dijo, como si se refiriera a Cataluña: «Es más, aunque Dios la desgaje del territorio peninsular, y la haga andar errante, como a Delos, en medio de las olas. No es posible romper los lazos de la historia y de la raza, no vuelven atrás los hechos ni se altera el curso de la civilización por divisiones políticas (siquiera eternamente), ni por voluntades humanas».

No es éste el momento para poner la otra mejilla, ni para esconder la cabeza en arenas movedizas, ni para dejar sólo en manos de los jueces y la Guardia Civil la defensa de nuestra España. «A corazón suenan, resuenan, resuenan las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo, caballo rojigualda, que España es tuya».

Cientos de personas en la concentración del viernes a favor de España ante la sede de la ANC

Sí, a la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo: el próximo sábado, se ha convocado en toda España un día patriótico, en el que se invita a los patriotas a concentrarse ?a las 18 horas? frente a los Ayuntamientos de todo el país para defender la unidad de nuestra Patria.

En su obra «Centinela contra los franceses», Antonio Capmany y de Montpalau afirmaba: «No: digan cuanto gusten derrotistas y augures pusilánimes, el ímpetu de nuestra raza no se extingue fácilmente. Padecerá eclipses, atonías, postraciones como las han padecido otros pueblos. De su letargo actual, contristrador y deprimente, se levantará algún día, cuando un taumaturgo genial, henchido de viril energía y clarividente sentido político, obre el milagro de galvanizar el corazón desconcertado de nuestro pueblo, orientando las voluntades hacia un fin común: la prosperidad de la vieja Hispania».

Acertó Antonio, como si fuera clarividente ya que tuvimos a Franco. Mas ahora ningún ejército nos defenderá, sino que esa labor recae en nosotros. Como decía el mismo Capmany: «No es éste tiempo de estarse con los brazos cruzados el que puede empuñar la lanza, ni con la lengua pegada al paladar el que puede usar el don de la palabra para instruir y alentar a sus compatriotas. Nuestra preciosísima libertad está amenazada, la patria corre peligro y pide defensores: desde hoy todos somos soldados».

Un grupo de personas con banderas españolas aplauden a los agentes de la Policía Nacional en la entrada al pabellón Siglo XXI de Zaragoza, donde tiuvo lugar la asamblea de cargos públicos que organizó Podemos a favor del referéndum.

Y, de Antonio, vamos a José Antonio: «El separatismo ignora u olvida la realidad de España. Desconoce que España es, sobre todo, una gran unidad de destino. Por la plutocracia en una lista separatistas se fijan en si hablan lengua propia, en si tienen características raciales propias, en si su comarca presenta clima propio o especial fisonomía topográfica. Pero, habrá que repetirlo siempre, una nación no es una lengua, ni una raza, ni un territorio, es una unidad de destino en lo universal. Esa unidad de destino se llamó y se llama España. Bajo el signo de España cumplieron su destino, unidos en lo universal, los pueblos que la integran. Nada puede justificar que esa magnífica unidad, creadora de un mundo, se rompa».

Y, de broche final, estos versos de Celaya: «¡Furias! ¡Dominaciones! ¡Dioses devoradores! ¡Velocidades ciegas! Y de pronto, ante el sol, un grito alucinado que gira sobre sí, que puede, que podría ser no se sabe qué».

Sí, nosotros sabemos ese grito: «¡Viva España!», «¡Arriba España!».