Jorge Fernández Díaz y Mariano Rajoy.

AR.- Sabe Dios que la salud de la democracia española me importa tanto como la de Pablo Iglesias. Desconozco si surtirá o no el efecto electoral esperado la filtración y publicación, a tres días de las elecciones, de una supuesta conversación telefónica del ministro Fernández Díaz y el director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, en la que el primero habría instado al segundo a recabar información que  incriminara a póliticos separatistas como Felip Puig o Oriol Junqueras. No puedo entrar a valorar esta cuestión sin antes precisar su fuente informativa: el diario digital de Jaume Roures.

Hablar de Jaume Roures como simple editor y productor de un grupo multimedia es no secir nada. Confeso marxista -“hago dinero para servir a mis ideas (…) yo no trabajo, milito”, aseguraba hace dos años al diario francés Libération-, Roures tiene una fortuna estimada en cerca de 500 millones de euros, según reveló El Economista. Fue creador de Público, a cuya plantilla despidió en 2012 en su casi totalidad -aún adeuda unos 700.000 € a los 130 trabajadores que echó a la calle, aunque ha abierto un restaurante de lujo por valor de 663.00 €- , y del grupo de comunicación Mediapro, desde el que creó La Sexta, última licencia de televisión analógica en abierto concedida por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), con el que el señor Roures mantiene, según el mismo afirma, una profunda amistad.

Se sabe que el grupo de Roures ha patrocinado al partido de Pablo Iglesias desde su fundación. También los importantes intereses que parecen haber en juego dependiendo de si la izquierda radical consigue el pedazo de tarta gubernativa que, con hambre canina, tanto persigue Pablo Iglesias. Si la llegada de Zapatero al poder fue auspiciada en parte por el grupo presidido entonces por Jesús de Polanco, el catalán Roures no quiere ser menos y pretende ahora revertir la orientación de los votantes con lo que en medios izquiedistas ha sido ya pomposamente bautizado -sin el más elemental sentido del ridículo- como el ‘Watergate español’: la supuesta orden de Fernández Díaz instando a descubrir cuentas irregulares, que por otra parte es labor imperiosa del responsable de una oficina antifraude, sin necesidad de que un ministro se lo recuerde.

No me debe nada ni nada debo al Partido Popular. Para no pecar hoy de ventajista, les facilito la que era ya mi opinión sobre este partido en agosto de 2011, semanas antes de la abrumadora victoria electoral de Mariano Rajoy el 20 de diciembre de ese mismo año. Pinche aquí: (EL ÚLTIMO VERANO CON ZAPATERO. MIS PREGUNTAS A RAJOY)

Me siento tan defraudado por el Partido Popular como posiblemente la mayoría de los lectores. Lo peor que cabría decir de Mariano Rajoy es que, habiendo podido demoler la infausta obra de ingeniería social de José Luis Rodríguez Zapatero, cuyas consecuencias tanto nos han afectado, no sólo no lo ha hecho sino que la ha consolidado y prolongado. Tener que apostar por un partido supuestamente de derecha para que siga aplicando el proyecto ideológico de la izquierda, me parece la cosa más absurda para un votante conservador. Ello me obliga, y a falta lamentablemente de una alternativa patriota fiable, a faltar nuevamente a mi cita con las urnas el domingo. Por coherencia sobre todo con lo que aquí he defendido y alentado.

Pero que la labor del PP merezca mi más severo correctivo en nombre de todos esos principios humanísticos que aquí hemos defendido, no significa que esté dispuesto a pegarme un tiro en el pie para contentar a los enemigos de mi nación y de mi pueblo. Que el PP merezca nuestra unánime reprobación no significa que lo que tiene enfrente, o supuestamente a su derecha, pueda constituir ni remotamente una saludable alternativa para nosotros. Si malo es lo uno, lo otro es muchísimo peor aún. De no ser por lo que puede suponer la entrada en el Gobierno de un partido que literalmente puede hacer tabla rasa con todo lo que merece la pena conservar y ser conservado, la cuestión tendría un matiz enojoso, pero no sería tan dramático para nuestro futuro. Si me opongo al PP es por razones de fuerza moral, pero no por hacerle el juego a los que en última instancia pretenden cuartear nuestra vieja patria, diluyéndola territorial, cultural, moral y demográficamente para ponerla en manos de quienes llevan siglos intentando destruirla.

Estamos asistiendo a una de esas campañas que desata la izquierda en cada campaña y que tienen la aparatosidad y la vaporosidad al mismo tiempo de un espectáculo pirotécnico. Comparto con Marhuenda, fiel seguidor de AD, que la izquierda tiene una concepción patrimonial del poder. No llevó bien que gobernara UCD y cuando pudo desató una campaña brutal de descalificación personal de los dirigentes centristas y, especialmente, de Adolfo Suárez, por cuya memoria (obvia decirlo) no guardo ninguna simpatía.

Con Fraga fueron inmisericordes y eso que no consiguió ganar a Felipe González. La derrota del 96 la llevaron mal, muy mal, porque Aznar venció al icono de la izquierda. Esperaron su oportunidad en la segunda legislatura para convertirlo en el paradigma de todos los males.

La legislatura de 2012 a 2016, porque las elecciones del 20 de diciembre de 2015 fueron simplemente un prólogo del 26-J, desató todos los ataques de la izquierda política y mediática contra el PP. Ha sido una campaña pertinaz e inmisericorde donde Rajoy fue el blanco principal con las habituales descalificaciones personales que siempre utilizan.

Los casos de corrupción que afectaron al PP fueron la oportunidad para emprender esa campaña de demolición donde se exageraba lo que afectaba a este partido y se minimizaban los que protagonizaban los socialistas.

Ahora se han sacado de la chistera una torpe e imprudente conversación telefónica del ministro Fernández Díaz, filtrada al grupo de Roures por personas vinculadas a la “trama Pujol”, para colocar al PP otra vez en el centro de la diana.

Alfonso Guerra y Felipe González, a principios de los años 90.

Desde su instauración democrática, la mayor parte de las instituciones del Sistema ha transitado por las alcantarillas del Estado. Durante sus episódidas intervenciones en “La ratonera”, el abogado José Emilio Rodríguez Menéndez nos detalló algunas de las prácticas supuestamente corruptas del PSOE y de Podemos. Como su puesta en conocimiento de la opinión pública no convenía a los intereses de gente como Roures, fueron ignoradas. Se valen de haber creado una sociedad con un esquema moral que agiganta o invisibiliza los casos de corrupción en base a lo que más les convenga a ellos. Cuentan con la telebasura como su más efectiva arma de destrucción moral masiva. El maniqueísmo es una de las formas más certeras que tiene la izquierda social para imponer sus condiciones. El maniqueísmo y lograr que olvidemos lo que no les conviene.

Recuperemos entonces parte de esa memoria atrofiada. Por ejemplo, que la forma de actuar de los socialistas de Felipe González y Alfonso Guerra fueron tácticas que empequeñecerían a las empleadas por la KGB. Guerra se jactaba en público y en privado de conocer todos los secretos de alcoba del Estado. Todos deberían saber cómo las inspecciones fiscales que se hacían a empresarios refractarios al Gobierno socialista respondían única y exclusivamente a cálculos electorales. La información, por supuesto, la proporcionaba toda esa legión de inspectores y enchufados que el PSOE logró colocar en todos los rincones de la Administración del Estado. Jueces como Marino Barbero (instructor del caso Filesa, el primer gran escándalo de corrupción socialista) se quejaban amargamente de recibir instrucciones sectarias procedentes de altos cargos. La utilización arbitraria de la información alcanzó niveles tan grotescos que terminaron convirtiendo al CNI, entonces CESID, en una suerte de ‘Sálvame Deluxe’ al exclusivo servicio de los intereses socialistas. No hace falta insistir en la instrumentalización partidaria de los cuerpos policiales autonómicos e incluso locales, por parte de unos y otros. Como una lío de faldas del oponente ayudaba a orlar una hoja de servicios mucho más que deteniendo a un peligroso delincuente, mandos y agentes policiales se lanzaron a una frenética búsqueda de ‘escándalos’ relacionados con los políticos de la oposición, que habrían hecho hoy las delicias de los tertulianos de Tele 5. Paso por alto hechos tan comentados en su día como los conchabados con etarras de policías a las órdenes de Rubalcaba.

La propia prensa no se salva de esta moral de letrina y también parece ocioso insistir cómo el servicio a uno u otro partido resulta más eficaz si es a costa de triturar honras o de machacar prestigios, aunque sea a través de información falsa. Piense el lector en las campañas de linchamiento que hemos sufrido, particularmente yo, por no plegarnos a las exigencias propagandísticas del Sistema.

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias (i), y el portavoz de IU-UP, Alberto Garzón, al inicio de la reunión que han mantenido en el Congreso.

A modo de conclusión, hago mías las palabras de un ilustre colaborador sobre la encrucijada a la que se enfrenta esta queridísima nación a partir del próximo domingo. Entre el Sistema y la ruptura apostaría sin inmutarme por ésta última. Pero por desgracia estamos inmersos en el viejo y sucio chalaneo de los votos como el dirimente del futuro de España y no seré yo, a la luz de los acontecimientos, quien les diga lo que tienen que hacer ni a quién votar.

Eso sí, el día que haya una opción patriota e identitaria en la que pueda confiar plenamente como alternativa real a esta putrefacción colectiva, como ocurre en no pocos países europeos, mi cita con las urnas estará garantizada. Ya lo intenté fundando y encabezando un proyecto político por el que sacrifiqué mi tiempo, mi imagen pública, mi dinero y hasta mi matrimonio. Admito que fracasé y, pese a las irremplazables pérdidas enumeradas y otras sin enumerar, me queda al menos la satisfacción de haberlo intentado con toda la capacidad, grande o menguada, que me fue dada.