Algo tuvo que ver aquel lugar junto a la costa, o quizá lo bien que me sentí tras saborear el humilde menú de 08,00€ en un bar donde acuden a comer sencillos trabajadores. No lo sé. El caso es que la sobremesa se alargó más de lo esperado. Mi interlocutor, un militar que presumía de sus logros sin necesidad de guerrear, apuntaba haber tenido más ingresos con los socialistas en el poder, que con la derecha liberal capitalista al cuidado de la caja, y además, decía haber colmado realmente sus aspiraciones en ocho años con Bono como ministro de Defensa, y con Rodríguez Zapatero como presidente del gobierno de España. Como suele sucederme, algunas palabras suyas se quedaron resonando en mi cabeza, lugar, donde guardo una copia de seguridad de todo lo que soy capaz de captar, para luego entrar con frecuencia en ella y buscar en el archivo información y anécdotas del pasado.

Por sorprendente que me pareciese a mí, muy lejos habían quedado las bravatas de aquel soldado que un día calzó botas de tres hebillas que fabricaba “Segarra”, y que ahora presumía de ser un “donjuán” con una técnica, antropológicamente ligada a la naturaleza humana y a uno de sus ejes vitales: El territorio. Se había transformado en un “invasor” de espacios descuidados o vacíos.

Me contaba que había desarrollado una gran habilidad para olfatear el flanco vulnerable de las mujeres, o sea, los territorios desprotegidos. Decía, que ellas tenían sus pequeños espacios que por diversas razones a veces quedaban vacíos; si ese territorio era la autoestima, él la elogiaba para que recuperara su ego; si era asunto de carencias materiales, nada como un buen perfume; si estaba falta de cariño, en ella volcaba toda su dulzura, delicadeza y atención.

Al igual que en una guerra –continuaba el “Casanova”-, en otros escenarios metafóricos de combate, el dominio territorial es parte esencial de la estrategia. En el ajedrez por ejemplo, el centro del tablero es el objetivo en la primera fase de una partida; un peón bien colocado puede inclinar el resultado.

De lo que no se daba cuenta el “conquistador”, es que al igual que decía tener acceso a las mujeres por sus flancos vulnerables, también él había descuidado su espacio vocacional, profesional y de servicio, sin apercibirse de la invasión de la que había sido objeto. No se percataba –o no quería percatarse-, de que mientras se dedicaba a invadir territorios femeninos, el suyo, como servidor público, y con cierto grado de responsabilidad, había sido deliberadamente ocupado. Por lo tanto, él mismo, ingenuamente, había estado siendo víctima de una “invasión” por parte de los artífices de un sistema político, que lo atontaron y ensordecieron hasta arrebatarle su espíritu de servicio, su fe y su patriotismo.

Esta reflexión importa, si pensamos en muchos españoles de toda condición, que han venido descuidando sus territorios vocacionales olvidando sus obligaciones para con Dios, para con su familia, y para con su pueblo. Quedaron abducidos por aquel dulce discurso embaucador, y comieron de la manzana del estatus, del dinero y del placer, que muy hábilmente les ofreció la “parasitocracia”.

La naturaleza no entiende de vacíos, todo tiende a ser ocupado. Si dejas tu casa por unos días, aunque esté perfectamente cerrada, el polvo encontrará el camino para cubrirlo todo; pero si te ausentas por años, a tu vuelta encontrarás flora y fauna en todos y cada uno de sus rincones.

Pues bien, esos miles de españoles que descuidaron su territorio y se olvidaron entonces de lo trascendental y de otras muchas cosas, pero también del presente y del futuro de su nación, dejaron todo a merced de “una casta” que, con los años, se ha sofisticado y pertrechado en esos “territorios” sin intención de abandonarlos. Los grandes males de nuestro tiempo, la “partitocracia” y la “parasitocracia”, que ocupan las instituciones, han sabido aprovechar muy bien aquel vacío del “territorio político”, el de cada uno de nosotros, para ocuparlos y controlar absolutamente todo.

Si aquel militar decía ser un “cautivador” de damas, la “parasitocracia”, como encantadora de potenciales votantes, hizo lo propio con los ciudadanos españoles, pero especialmente, con los que tenían la obligación imperiosa de velar por los intereses nacionales y vigilar el rumbo de la nación. La estrategia de la “parasitocracia” consistió, en ver qué territorios y espacios abandonaban con más facilidad los buenos españoles, lanzándoles un discurso sobre libertades y sobre un nivel de vida perfectamente alcanzable, pero sin mencionar para nada el precio que cada uno de nosotros tendríamos que pagar en el futuro. La “parasitocracia” logró paralizar, atontar y ensordecer a casi todos, y fue sentando las bases dando a cada uno de los fascinados la dosis correspondiente de encantamiento, hasta conseguir dejar a todos inmóviles, paralizados y sin capacidad de reacción.

Lo único cierto es que ni la libertad prometida era real ni el nivel de vida tampoco, pues se ha demostrado que tras la explosión de la “burbuja inmobiliaria” y la crisis subsiguiente, ese nivel de vida que nos hizo creer a todos qué éramos inmensamente ricos, vino como consecuencia de la venta como almoneda de barato tras nuestra entrada en la CEE de un riquísimo patrimonio, conseguido tras cuarenta años de sudor, sangre, sacrificio y lágrimas. El patrimonio nacional se acabó, las arcas del Tesoro están famélicas, después de AENA, ya no nos queda absolutamente nada para poder vender.

El dinero virtual que corría a través de los programas informáticos bancarios sin que los miles de millones de euros se viesen por ninguna parte, ha sido la “trampa mortal” en la que nos hicieron caer nuestros propios dirigentes políticos, denominándola sutilmente “bonanza económica”, y esos años, machaconamente publicitados como de “vacas gordas”, han sido la antesala de este capítulo doloroso del que hoy nos lamentamos. El dinero lo siguen teniendo ellos, y el patrimonio también, y nosotros, que embelesados por aquel jolgorio ni siquiera nos preguntábamos por la facilidad con que se nos prestaban ingentes cantidades de dinero, nos hemos quedado desahuciados, sin vivienda, sin trabajo, y con una deuda impagable o sencillamente eterna.

Muchas veces me pregunto, ¿que hemos hecho con nuestra Patria? ¿Cuándo se nos escapó de las manos esa gran nación fuerte y musculosa que tanto trabajo costó levantar? Pero, también me pregunto por el momento en el que comenzamos a olvidar que la Patria no es propiedad de “la casta” sino de todos sus hijos por igual. Y por último, me formulo también la pregunta de si seremos otra vez capaces de unirnos todos al grito de ¡Viva España!, para volver a recuperar el territorio que la “partitocracia” y la “parasitocracia” en nombre del bipartidismo y los nacionalismos antiespañoles, lograron ocupar en todos y cada uno de nosotros.

Recuperar la Patria para todos, implica fortalecer el camino de la participación ciudadana regenerando las instituciones y la autoconfianza. Necesitamos un nuevo y verdadero líder; un estadista con sentido social que quiera afrontar la situación de la España del siglo XXI, capaz de rodearse de los más aptos, experimentados, idóneos y honestos colaboradores, dispuestos a dejarse la vida para servir al bien común sin ánimo de lucro, y presentar un programa nacional que ilusione y levante pasiones en un pueblo asqueado y desencantado por tanta corrupción, tanto latrocinio, y tanto lacayo al servicio de los poderosos que nos dirigen desde Bruselas. Porque, díganme, ¿qué proyecto de país tenemos ahora? ¿Qué proyecto tienen quienes dicen gobernarlo o aspiran a hacerlo?

Para contestar a estas preguntas permítanme citar, con suma tristeza, cómo nos ven desde Europa:

-“Conozco tu país -decía un alemán-, pasé una noche en Mallorca y éstas son las palabras que aprendí de tu idioma: “droga, puta, ladrón, socorro, que me roban”.

Ahora, díganme, ¿en qué se diferencian estas palabras de “mafia, parásito, corrupto, auxilio, que me esquilman?

 Esto está pidiendo un cambio señoras y señores, y el cambio se deja sentir; al avanzar cruje.