Por Enrique de Diego.- El espeso silencio, la ausencia de debate con la que el PP se encamina hacia su suicidio se debe al hecho patente de que Rajoy ha gobernado para los cargos del partido pero contra su electorado.

Rajoy es un mediocre y romo personaje de partido, que sólo se mueve con patosa soltura en los enrarecidos ambientes partidarios, para los que se ha encaminado su gestión a fin de asegurar sus emolumentos. Es muy consciente de que nada asegura mejor la fidelidad que un estómago agradecido.

Recibiendo sin duda una herencia envenenada, Rajoy ha sido un continuista del último Zapatero, incrementando las trampas contables y las mentiras perversas de la propaganda, mientras mantenía lo que es la base y el instinto del sistema de la transición: la confiscación y expoliación de las clases medias. De manera tan frívola como suicida se ha dedicado a atacar a su propio electorado, cuya base se fundamentaba precisamente en esas clases medias:

1.- Ha incrementado la presión fiscal por encima de las propuestas del programa de Izquierda Unida.

2.- Ha fallado a todos sus compromisos, recuperando incluso en algunas regiones, como la Comunidad Valenciana, el impuesto de sucesiones (ver mi serie de artículos de opinión sobre la polémica Raquel Calvo de la Fuente)

3.- Ha desactivado el voto católico que se movilizó contra Zapatero, dejando sin reforma alguna la ley de plazos de Bibiana Aído.

4.- Ha mostrado una sustancial tibieza en la defensa de la unidad de España frente a los separatistas, lo que ha conllevado la práctica desaparición del PP de Cataluña y Vascongadas, lo que limita mucho su condición de partido nacional.

Rajoy, en suma, ha incumplido su programa de manera completa perdiendo credibilidad, a lo que se ha añadido la evidencia de una corrupción generalizada en el PP, sostenida durante años, que afecta a toda la dirección de ese partido y que salpica de manera directa al propio Rajoy, que aparece en posición estelar en los papeles de Bárcenas, al que, con evidente insulto a la inteligencia, se ha tratado de situar como alguien ajeno al partido cuando fue gerente y tesorero durante toda la vida del partido.

La hipótesis de que, fuera cual fuera la gestión del PP, la propia debilidad del PSOE le aseguraba mantenerse en el poder, ha quebrado porque por medio se han cruzado las elecciones europeas abriendo el camino para la irrupción de Podemos, vehículo que ha canalizado el hartazgo de la sociedad española hacia una casta dedicada en exclusiva a cuidar de sus propios intereses y a la depredación del común de los españoles.

En el momento actual, el PP anda tan silente respecto a sus problemas como desconcertado hacia el cambio del paisaje político, intentando fortalecer a un PSOE cuyo liderazgo empieza a parecer fallido u oscilando hacia la persecución histérica de los dirigentes de Podemos a los que refuerza con sus denuncias, al no plantear alternativas de cambio y forzando así a un clima de irracionalidad en el electorado, nada dispuesto a seguir con la ruta hacia el abismo iniciada con la transición, tan interesadamente alabada durante décadas. Sus estrategas dudan de si atacar a Podemos debilita aún más al PSOE, necesario para el oscuro juego bipartidista, o si ignorar a Podemos le hace crecer, con lo que se percibe en el PP es una serie de movimientos espasmódicos.

Para mayor escarnio e incremento de los problemas para los de Génova, el fácil recurso al voto del miedo no está teniendo hasta el momento un efecto contundente, ni consigue movilizar al electorado abstencionista que antes respaldó al PP, sino que parece estar moviéndose, en número no abundante pero sí significativo, hacia la formación de Albert Rivera, Ciudadanos. Y si bien este partido puede ser un compañero a la hora de pactos postelectorales, puede arañar suficientes votos para debilitar aún más a un PP que se encamina a pasar de la hegemonía a la dura oposición.