Wert y Rajoy

Por Enrique de Diego.- Nada ejemplifica más el caos mental y moral en el que vive abismado el Gobierno pepero de Rajoy que la enésima metedura de pata del ministro José Ignacio Wert reduciendo sustancialmente las becas Erasmus a unos universitarios ya en sus destinos para rectificar en horas veinticuatro.

Súmese a este escenario cómico, si no estuviera de fondo la tragedia de los indefensos españoles, el vapuleo que viene dándole el corrupto tesorero Luis Bárcenas a la trincona compulsiva de María Dolores de Cospedal o el varapalo judicial al ERE de Canal 9 que ha llevado al ultragris Alberto Fabra a decretar su cierre, para percibir que los peperos se van hundiendo en el ridículo, que es lo más grave en política. Aunque, sin duda, lo más trágico es el incremento en más de ochenta y dos mil personas la legión de parados, ante cuya realidad resulta muy hiriente el hecho escandaloso de que en los Presupuestos Generales del Estado aumenta el 8% el gasto en asesores nombrados a dedo, en el núcleo duro de la casta parasitaria pepera.

En agua de borrajas ha quedado la bizarra solicitud mendicante de Alejo Vidal-Quadras de qué hay de lo mío en las listas y la citación judicial de Esperanza Aguirre es un auténtico naufragio moral del mayor bluff de la política española reciente –y eso que han sido y son muchos- de modo que tras mostrarse encantada de colaborar con la Justicia ha evitado el paseíllo para optar por declarar por escrito…El PP carece de alternativa regeneradora interna. Incluso el congreso de Nuevas Generaciones de Madrid ha sido una reproducción de las tortuosas maneras caciquiles de los mayores. Viejas Generaciones, carcomidas por la corrupción: Nuevas-Viejas Generaciones ha generado una trama de asociaciones para captar cuantiosas subvenciones de las instituciones gobernadas por el PP. Nacen al mundo de la política con una comisión y una financiación ilegal bajo el brazo.

No hay nadie que haya quedado ajeno al latrocinio ni que pueda presentar sus vestes limpias de la mierda de la cloaca en la que ha ido degenerando la mafia de la carroñera gaviota. Es casi un sarcasmo que María Dolores de Cospedal, una trincona compulsiva, casada con uno de los mayores corruptos del mundo mundial, Ignacio López del Hierro, tuviera que ser quien lidiara con el estallido del caso PP (en el mendaz argumentario pepero, caso Bárcenas) con meteduras de pata antológicas como el finiquito en diferido. Cospedal no ha hecho otra cosa que mentir y Bárcenas la está poniendo en evidencia. Ahora resulta que la campaña de Cospedal fue financiada corruptamente por Luis del Rivero, con una sustanciosa comisión de 200.000 euros.

Junto a la mitología de que el PP había combatido la corrupción de sus miembros, cuando es una mafia irrestricta, donde hace décadas que se rompieron todos los límites, incluidos los de la mínima estética o cualquier código de honor mafioso, otro de los mitos que el PP utilizó para acceder al poder fue que contaba con equipos preparados. Reitero que si no estuviera de fondo la tragedia de tantas familias, el equipo de Rajoy no da ni para una comedia bufa ni para un sainete. Empezando por el patriotismo impostado del frívolo José Manuel García Margallo o la tendencia histriónica de Wert, quien incluso ha tenido la desfachatez de liarse con la selecta y rica número dos del Ministerio, convirtiendo el despacho en un catre de mancebía. Da grima haber tenido que leer tantas alabanzas lacayas de una vicepresidente como Soraya Saénz de Santamaría que parece una broma, a la que falta más de veinte hervores, como Fátima Báñez parece salida a medias de Las Meninas y de la conjura de los necios que es el gabinete.

De fondo, el coro de loros repite el mantra de la recuperación (ya era el ritornello del nefando equipo Zapatero) mientras crece el paro, tras haberse llegado a celebrar la creación de ¡3 puestos de trabajo en agosto!, en una nación que es potencia turística desde los años sesenta del pasado siglo.

El Partido Popular se desangra por la Comunidad Valenciana. En Madrid no pinta mejor con el tándem Ana Botella-Ignacio González, la de las Madrid Arena y las olimpiadas y el del ático. Las perspectivas electorales son cada vez peores para los peperos y, sin embargo, hay que dejar constancia de que ello provoca un pánico atroz que explica estos movimientos espasmódicos, pero ningún gesto de remedio, ninguna medida que indique sentido común o que dé la lejana impresión de que alguien con cabeza está al mando. ¿Por qué? El PP, y menos Rajoy, no ganó las elecciones generales, las perdió el monicaco de Zapatero. La nación necesitaba salir de aquella pesadilla de la sonrisa sin presidente para introducirse de lleno en otra que no le queda a la zaga, porque el sistema ha llegado a su final y el hedor, el hastío y el cinismo de los chorizos –no son más que eso- ya resultan insoportables para un pueblo que no ha estado a la altura de las circunstancias y que se ha dejado llevar al desastre con fútbol y tópicos, con cataratas de mentiras y propaganda chusquera (el PP no da para más que un Francisco Marhuenda, el nuevo bufón, calcinado ya el mantenido esperancista Losantos).

La nación ha quedado atrapada por ese don Tancredo mentiroso y bon vivant de Rajoy, para el que es más importante que llueva que el dolor de las víctimas –no pocas de su partido- por el escarnio de Estrasburgo. Pero también ha quedado el PP atado a un mediocre y corrupto Rajoy que asegura cuatro años de sueldos desorbitados y de colocaciones familiares en ese pozo sin fondo de los asesores que no sólo no se recorta sino que se incrementa. Y ha quedado atrapado, porque el PP ya no es ni más ni menos que Rajoy: mentira, ineptitud y corrupción; ineficacia y cinismo, absoluta falta de principios.

El paisaje es tan estomagante y tan patético que la ola de desafección no hace otra cosa que crecer. Acuchillando inmisericorde a las clases medias el PP firmó su sentencia de muerte, de extinción, a la semana de tomar posesión Rajoy. Pero no basta con echarlos del poder, puesto que ya están sentenciados, sino que es preciso exigirles responsabilidades, ahora y cuando caigan. Despertad, españoles