Odio y soberbia
En una incansable formula ideológica y obra continua, los comunistas cubanos y la izquierda internacional se empecinan en tratar de acallar las voces de los que dicen la verdad y se levantan frente a ellos para desvirtuar y condenar su constante maldad. Sobre todo, su absoluta falta de originalidad.
En estos días la tiranía comunista ha desatado una cacería de brujas contra la periodista Yoani Sánchez que, después de muchos años tratando de cumplimentar invitaciones de varios países, logró viajar al Brasil. Allí la esperaban turbas llenas de odio y soberbia dirigidas por la embajada cubana en contubernio con alguno que otro funcionario del gobierno de Brasil en comunión con el odio de los castristas. Sabemos bien que esto proseguirá a lo largo de su viaje, quizás algo disfrazado.
Esta vieja doctrina comunista, desacreditada y corrupta, vencida por la libertad y la democracia, no se consuela con su perdido terreno. Los oportunistas, funcionarios corruptos y tontos útiles que la defienden y divulgan cuanto se les mande, siguen los manipuladores movimientos de los esbirros castristas o las izquierdas españolas. Ahora intenta apoderarse de Iberoamérica. Esperemos que la muerte de Chávez interrumpa este proceso, pero no parece muy fácil.
En España continúan con un odio y una soberbia equiparables con los derrochados en los días de la república. No puede experimentar idénticos sentimientos quien no ha vivido un proceso como ese y quiere revivirlo en una suerte de juego de rol perverso. No se consuelan nunca con haber perdido la guerra. Me refiero a los hijos o nietos de socialistas, comunistas y anarquistas de aquellos tiempos, porque la mayoría de los participantes ha muerto. Sus seguidores son capaces de hacerles manifestaciones y mítines al PP, lo culpan de todos los males, pero esos que se manifiestan contra Rajoy—cuya forma de gobernar deja bastante que desear, a mi modesto juicio—y piden su renuncia, poco o nada hicieron en contra del pésimo gobierno de Rodríguez Zapatero y del hatajo de incapaces que lo rodeaba.
La Habana de mi niñez fue una ciudad sembrada de odio por donde se paseaban los barbudos, en su mayoría llenos de soberbia, en exhibición constante, en actitudes de conquistadores, dirigiendo turbas aberrantes que gritaban consignas y pedían a voz en cuello el fusilamiento (“¡PAREDON!”, gritaban) para quien se les indicara. Pasadas tantas décadas, todavía suenan en mis oídos “¡paredón para los traidores, paredón para los curas falangistas, paredón…!”.
Aquellos años posteriores a 1959 fueron de siembra y cosecha de un odio que desbordó la nación entera, dividió a la familia cubana y creó un ambiente de hostilidad y sospecha que permanece después de 54 años. Me pregunto en aras de qué se creó todo esto, qué rasgos de la sociedad indican un verdadero progreso. Al cabo de todo esto, hemos obtenido un país en ruinas desde una punta hasta la otra de la nación y una población que sólo quiere emigrar a cualquier precio. Los cubanos están hoy esparcidos por todo el orbe y los sembradores de odio y de soberbia siguen con las mismas consignas y mentiras. Consiguen partidarios y esbirros en otros países mediante el soborno o el adoctrinamiento y el chantaje y con ellos atacan a quien les parezca: puede tratarse de la mencionada Yoani Sánchez, pero también del joven Ángel Carromero, que ha recibido amenazas de muerte en su propio país por contar la verdad sobre la muerte del líder disidente Oswaldo Payá.
La verdadera cara de lo que han creado se puede ver muy bien en un envejecido país, en el que ciudades y pueblos están llenos de terrenos vacíos, allí donde antes existieron casas y edificios, expropiados y derrumbados por falta de mantenimiento, o simplemente inútiles. Las antiguas fincas y terrenos cultivados, se han convertido en manigua y marabuzales y muy pocos campesinos trabajan la tierra, porque nadie acepta una miseria sin esperanzas de mejorar por su trabajo agrícola. Al campesino le faltan aperos y fertilizantes con los cuales llevar a cabo su trabajo. El estado comunista, dueño de todo, se niega a avituallarlos debidamente y con las buenas intenciones no se pueden trabajar los campos.
El odio y la soberbia están en las raíces mismas de ese proceso social al que llaman “revolución”. Uno de sus iniciadores, un asesino nacido en Argentina llamado Ernesto Guevara de la Serna, que tomó a Cuba como uno de los hitos de su aventurerismo–además de contribuir poderosamente a estropear su agricultura y su economía en general—hacía del odio y de la muerte sus valores supremos. Digno precursor de los terroristas islámicos de hoy, escribía en su famoso “Mensaje a la Tricontinental”: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
Es necesario recordar que ni en esta macabra idea había originalidad. En su excelente libro La escalada del odio: movimientos y sistemas autoritarios y fascistas en Europa, p. 29, Jerzy W. Borejsza manifiesta que es una característica de los regimenes totalitarios exacerbar, mitificar el odio, convertirlo en algo absoluto, encarnación del mal y justificar con ello todos los desmanes. Así ocurrió en el nazismo, el fascismo, el comunismo y así ocurre en el “socialismo del siglo XXI”, como sucede con la mayoría de los regímenes teocráticos.
Los colegios cubanos se convirtieron en fábricas de guerrilleros. Fueran sus alumnos aún niños o ya adolescentes, centros de enseñanza primaria y secundaria adoctrinaban a los chicos en las normas de la lucha guerrillera y en la cultura del odio y de la necesidad de morir matando, y en principios afines como la delación de los compañeros que contravenían alguna disposición, comentaban algo contra ellas o contaban algún chiste con ribetes políticos. Algún libro acerca de la desmantelada guerrilla de Guevara obtuvo un premio literario importante en el país. Esas “frías maquinas de matar” inundaron las universidades para servir de agentes policiales entre sus propios compañeros, que terminaron expulsados deshonrosamente de las carreras que cursaban por cualquier motivo, con el agravante de no encontrar trabajo en muchos casos.
Todos sus verdugos eran eficaces máquinas de matar. Dichos verdugos fueron escalando posiciones, eliminando a sus posibles competidores y ocupando cargos que dejaron de ser políticos—y a veces administrativos—y creándose una imagen de intelectuales, que sustituyera a la de perros de presa. Hoy más de uno de ellos—mejorados su otrora soez vocabulario y su imagen en general– ocupan sillones en la delegación cubana de la Academia Cubana de la Lengua y en diversos centros culturales.
El régimen sonreía satisfecho de estar formando al “hombre nuevo”…al menos eso creía. Años después, recibió una sorpresa poco grata para todos: aunque las máquinas de matar continuaban existiendo y labrándose un porvenir en Cuba o en otros países, una buena parte de la juventud se había convertido en otras cosas, no deseadas por el régimen: disidentes, contestatarios, corruptos que sustraían productos y dinero de las empresas oficiales, y prostitutas por hambre y miseria, causa válida para las trapacerías de todos ellos.
Entonces cayó el Muro de Berlin, y con él, las dictaduras comunistas europeas. Los países que continuaron bajo esta férula sufrieron diversos destinos en Asia, mayor cierre al mundo. Los de África, alianzas con el Islam más agresivo. En Occidente, sólo quedaba Cuba, que pasó por una gravísima crisis económica con todas sus consecuencias, crisis que alivió Venezuela cuando el recién fallecido Hugo Chávez tomó el poder. Este se apresuró a poner en práctica la fórmula de rigor: sembrar odio y división. Emplear para ello a los sectores más agresivos, incluso marginales, como pandillas a su servicio: matones sin escrúpulos que atentaban contra la vida de opositores y de ciudadanos con filiación política, daban palizas y robaban motocicletas y otros bienes. Entre ellas se destacaba la División motorizada de la difunta Lina Ron, muerta de un infarto. Pero no será la última: la funesta coalición Izquierda Unida ha declarado que desea implantar en España el llamado Socialismo del siglo XXI. Lo que nos faltaba. También abrió las puertas de Iberoamérica al Islamismo radical y rompió con Israel sin mediar conflicto alguno. Entre sus recientes desvaríos, Ahmadineyad augura que, al fin de los tiempos, Hugo Chávez retornará, junto a Jesucristo y al Imam Majdi a juzgar al género humano.
Hay algo más profundo: desde hace años, lo menos 11, sospecho que la dictadura cubana pretende unificar su maltrecha isla con Venezuela, bajo un gobierno común, aunque cada país conservaría cierta autonomía. Venezuela está ya repleta de funcionarios y militares cubanos, agentes de los Castro que disponen y mandan en todos los órdenes del país. Quisiera equivocarme. Si así fuese, daré gracias a Dios y me reiré de mí mismo con inmenso alivio.
El poder del odio y de su pariente pobre, el resentimiento, es inmenso. Hannah Arendt lo ha descrito muy bien. Esos seres banales, intrascendentes, son los peores agentes del mal. ¿Pero, puede trocarse ese odio en amor o en algo cercano a ése? La propia Arendt escribe sobre este respecto: “Las buenas acciones, puesto que han de olvidarse instantáneamente, jamás pueden convertirse en parte del mundo; vienen y van, sin dejar huella. Verdaderamente no son de este mundo (…)… hace [el mundo] del amante de la bondad una figura esencialmente religiosa y de la bondad, al igual que la sabiduría en la antigüedad, una cualidad en esencia no humana, superhumana.
No es posible llamar a trocar el odio en amor, porque ese terreno corresponde solo a la religión. Es muy difícil para quien ha sido maltratado física y moralmente, ha perdido a seres queridos a manos de las dictaduras y sus esbirros, ha visto sus derechos atropellados perdonar a los causantes directos e indirectos. Pero el odio lo cegará, si lo permite, y a la larga, cometerá desmanes similares. ¿Qué hacer? La conciencia de cada cual debe sopesar y decidir. ¿Seremos consecuentes con esas decisiones? Es imprevisible. O no.
A algunos de los comentaristas anteriores parece urticarles un artículo tan bien razonado como el del sr. Álvarez, fruto de la experiencia y sagacidad de su autor, y la evidencia de esos mismos comentarios indica que se trata únicamente de mala leche. ¿Quién le está rogando “sentir lástima de los cubanos” al tal Mody, ni como declara Ulrich Rudel, ¿quién habla de “renegar” la ciudadanía cubana? El autor no lo hace. Tales comentarios buscan desviar la atención de lo que dice el artículo, o revelan un ansia de mirarse el ombligo de los mencionados comentaristas. ¡Lean con provecho! No sean… Leer más »
La gente hace muchas cosas. Lo importante es buscar respuestas a los problemas que se plantean y creo que este articulo mueve a eso
O eso o se vienen a España a reclamar su nacionalidad y renegar de la cubana, como varios que me sé.
los cubanos no me dan ninguna pena .cuando han aguantado tantos años es porque les va la marcha .y si no ,hubieran hecho lo mismo como hicieron con batista