La soledad del exilio cubano
Hay quien se refiere a Cuba como un país detenido en el tiempo, ajeno al decursar histórico ordinario, y quizás haya mucho de cierto en esas afirmaciones. En el resto del mundo se han derrumbado numerosos regímenes totalitarios que hoy intentan reconstruirse, aunque maquillados de forma acorde con la época. También el mundo islámico ha iniciado cambios cuyo destino nos preocupa. Las democracias, por su parte, experimentan alzas y bajas, sobre todo económicas. Cuba continúa bajo el yugo de una dictadura que ha cumplido 53 años.
Los exiliados que de allí proceden se reparten por el mundo entero, si bien los núcleos más poblados se hallan en los Estados Unidos de Norteamérica y España. Han llegado a sus nuevos destinos en momentos muy diversos, que suelen clasificarse por décadas.
En su mayoría– y contra los sombríos pronósticos de la tiranía que los obligó a emigrar, contra falsos testimonios de infiltrados en el exilio, enviados por el régimen para regresar a divulgar historias truculentas sobre la negra suerte que aguardaba a los expatriados en cualquier parte del mundo[1]–, han conseguido establecerse como cualquier ciudadano, poseen nuevas nacionalidades de asombrosa diversidad; no suele irles mal, aunque esto varía según las condiciones del país de residencia y el número de años que han residido en éste; algunos han comenzado de nuevo en dos o tres países. Entre ellos hay artistas, científicos, escritores e investigadores destacados.
No todos los consagrados al trabajo académico dedican sus esfuerzos a la realidad cubana. A algunos se les deben contribuciones en campos tan distintos que no se les identifica con el país de origen, escritas en inglés, alemán, francés, italiano o en un español diferente del que aprendieron en sus hogares. O en sueco, danés y otras lenguas que nunca soñaron asumir como propias hasta que la realidad los empujó hacia ellas.
¿Por qué hablar entonces de la soledad del exilio cubano? Una española genial y entrañable, María Zambrano, exiliada durante 40 años a causa de la Guerra Civil Española, que también conoció y amó a Cuba, nos dejó reflexiones imprescindibles sobre el exilio como fenómeno humano. Decía la insigne filósofa que el hombre es un desterrado por naturaleza, que procede de un olvido: el del Paraíso, del estado prenatal. Pero, cuando es obligado a abandonar la tierra natal, se abre en él una herida muy difícil de cerrar que llevará consigo a todas partes, más profunda cuando las circunstancias socio-políticas le impiden el retorno temporal o definitivo.
Por eso sería conveniente que nadie tuviera la necesidad de exiliarse y que la búsqueda de nuevos paisajes fuese sólo el resultado de la libre elección.
Tiene razón. Y es a partir de esta idea fundamental como se perfila la realidad de cada núcleo de exiliados. El mundo está acostumbrado a presenciar migraciones causadas por guerras, por catástrofes naturales, por regímenes opresivos. A nadie asombraban quienes huían de los países comunistas que conformaban el bloque del Este europeo, aunque muchos de ellos vivían presas del terror, ya en la democracia. El largo brazo de la KGB, de las distintas formas asumidas por la Stasi los perseguía con el propósito de eliminarlos, secuestrarlos y obligarlos al regreso y a interminables declaraciones acerca de como y por qué habían sido “engañados” por tenebrosos agentes del imperialismo, casi siempre norteamericano, y llenar así las exigencias propagandísticas comunistas antes de desaparecer con rumbo desconocido. O el fin podía ser la extorsión para intentar ponerlos a su servicio en el país de acogida. Eso y más sucedía.
Tal persecución amargaba la vida, la llenaba de terror y de incertidumbre. Lo peor: provocaba la risa de algunos ante lo que consideraban el fruto de un desajuste psíquico, y el cruel y perverso regocijo de otros, que, desde su cómoda vida en el capitalismo, se dedicaban a la defensa y propagación de la ideología comunista. Eso y más lo sufrió en su carne Alexander Solzhenitzin durante su estancia en España en 1975.
No es el cometido de estas páginas exaltar hasta el máximo la singularidad del exilio cubano, pero sí perfilar sus rasgos esenciales, que van más allá del intento de mantener las propias costumbres en latitudes diferentes. El primero es sin duda su tendencia a agruparse, a formar colonias de paisanos allí donde le resulta posible. Un claro ejemplo es la ciudad de Miami, aunque hay otras ciudades norteamericanas en cuya población hay un buen número de cubanos que mantienen relaciones entre sí.
El segundo, inseparable del anterior, es su tenaz oposición al régimen imperante en Cuba, concretada en acciones muy diversas. Resulta interesante que la absoluta politización de la vida impuesta en Cuba durante varias décadas (que convirtió cualquier simple acto en una toma de posición ideológica) tuvo su contrapartida en la fuerte oposición a Fidel Castro y su camarilla en el exilio. De este modo, un país dividido generaba extremos radicalmente opuestos.
Debe aclararse que buena parte de la radicalidad pro-castrista y comunista existente en la isla de Cuba era aparente: procedía del miedo a ser delatado por los comités de vigilancia existentes en cada manzana o por compañeros de estudio o de trabajo humanamente corruptos, que buscaban prebendas a cambio de sus deleznables acciones. Esto reportaba la cárcel; para los hombres jóvenes, el envío a batallones de trabajos forzados—supuestamente militares, bajo la cobertura del servicio militar obligatorio–, o la pérdida de cualquier oportunidad de un trabajo bien considerado y remunerado, o de cursar estudios superiores o técnicos. Este fenómeno ha evolucionado con el régimen, que, tras la desaparición del bloque comunista, ha tenido que ceder terreno en algunos aspectos, y los terribles años 60, 70 y 80 dieron paso a mínimas concesiones del Estado durante los 90 y a una clara escisión en el siglo XXI entre los adictos al sistema comunista y los opuestos a éste.
Un tercer rasgo es la tendencia a restablecer, cuando resulta posible, al menos una parte de la realidad cubana anterior a 1959, a recuperarla allí donde sea posible y en la medida alcanzable. Memoria y nostalgia no marchan siempre juntas, pues los sobrevivientes de hechos terribles no suelen añorar el escenario en que tuvieron lugar. En el caso de Cuba, no siempre se cumple esto: la mayoría de los exiliados echa de menos a Cuba y siente deseos de regresar: unos, en cualquier momento, y lo hacen con el pretexto, real o ficticio, de visitar a sus parientes; otros, sueñan con hacerlo cuando Cuba sea libre. Y esperan, aunque la muerte ha frustrado ya el anhelo de muchos.
No todo queda en el plano emocional. Entre los componentes del heterogéneo exilio cubano hay una buena cantidad de ex presos políticos, de quienes fueron cruelmente torturados, de personas sancionadas por la dictadura de los Castro con la pérdida del puesto de trabajo, con la imposibilidad de acceder a estudios superiores, con el ostracismo general generado por el miedo, el acoso constante de sus vecinos, compañeros de trabajo y hasta de miembros de sus familias. Tienen que escuchar como se les acusa constantemente de burgueses, egoístas llenos de ansias de riquezas y privilegios, inclusive se les ha tildado de mafia.
La vasta red de propaganda de los Castro vinculada con la izquierda del mundo entero, casi siempre dispuesta a creer y a repetir lo que se les diga, los ha convertido ante los ojos de muchos en un grupo indeseable: ignorante, intolerante, fraguador de mentiras y de falsas acusaciones contra el régimen cubano y las personas que le sirven. Muchos diarios y revistas rechazan sistemáticamente los artículos y contribuciones en los que exponen sus puntos de vista políticos y sus vivencias, en los que exigen medidas contra la dictadura y sus desmanes a los políticos que los representan. Han llegado a “sugerirles” que, para ser publicable, el documento debe ser “más objetivo”; entiéndase: debe “matizar” el problema reflejando también la “parte positiva” ¡No hay que disgustarse con la izquierda! Aunque lograrlo suponga la pretensión de arrebatar la moral y la dignidad a un vasto y sufrido grupo.
No diremos que el exilio cubano está compuesto por personas cultas y razonables, pacíficas y moderadas, porque ningún grupo humano lo es por entero, pero lejos está de ser la horda de salvajes que algunos quieren presentar. Sus miembros proceden de todas las capas del pueblo cubano: pobre o no, cualificados o no, con ideas muy diferentes. Nada de grupo homogéneo de desalmados o sicarios del inevitable imperialismo. Pero mucho se ha repetido que la izquierda se atribuye a sí misma una superioridad moral e intelectual que dista años luz de poseer y se cree con derecho a juzgar a quienes no comparten sus peligrosas visiones utópicas, casi siempre para denigrarlos y condenarlos, cerrarles todas las puertas del mundo intelectual y académico y hacerlos pasar por resentidos o agentes a sueldo de los Estados Unidos al que, por lo visto, nadie supera en el reclutamiento de agentes de todo tipo.
De todo lo anterior resulta que, a quienes menos se escucha o se hace con recelo, es a las víctimas, mientras que funcionarios de todas las organizaciones que dicen luchar por la justicia, la democracia y otra serie de valores con todas las ventajas que les proporcionan sociedades abiertas, confirman una y otra vez las declaraciones del régimen cubano sobre sus supuestas conquistas sociales, y se apoyan en conversaciones con personas “del pueblo” que lanzan encendidas alabanzas sobre la realidad en la que malviven. Por mucho que estos funcionarios hayan leído sobre el sistema comunista y los métodos que utiliza para que sus ciudadanos opinen libremente ante las organizaciones internacionales, pretenden siempre dar crédito a las palabras de quienes califican al país de paraíso.
Los años más difíciles para los cubanos fueron los 60. Mientras que, en el resto del mundo, el movimiento hippie protestaba contra la guerra en Viet Nam (como hacen hoy sus herederos por la causa palestina) y los estudiantes franceses aspiraban a cambiar el mundo desde las barricadas, en Cuba imperaban la represión y las escaseces y se castigaba con la cárcel y la expulsión de institutos y universidades a quienes osaban dejarse crecer el cabello, si eran varones, o escuchaban a los Beatles. La memoria conserva impresiones muy vivas sobre esa década de horror inigualable que vivía la isla.
Cada noche, numerosos cubanos exploraban la radio para saber qué ocurría en el plano internacional, no sólo en los países democráticos sino en el bloque de los países del Este de Europa y hasta de Asia. Desde el corazón de la zona colonial de La Habana y otras zonas, se escuchaban con gran atención los programas de WRUL (Radio New York) emitidos por organizaciones de oposición a la dictadura: El Directorio Revolucionario Estudiantil, La Voz del Ejercito Rebelde Libre y otras, que trasmitían los quehaceres y proyectos de quienes luchaban contra los comunistas. Algunos procedían de New Orleáns; otros desde Miami o, como el programa de Luis Conte Agüero en Radio Swan, desde una isla cercana a Honduras.
El exilio comenzaba su largo peregrinar por un camino de soledad y desdén en el que nadie escuchaba ni prestaba atención a la verdad y las denuncias de los cubanos dignos. Pero la resistencia interna la tenia aún peor. Quienes lucharon heroicamente contra la dictadura en la Sierra del Escambray fueron tildados de bandidos por el gobierno cubano. En el resto del mundo, nadie se molestó en averiguar si realmente lo eran y creyeron sin reservas en las largas listas de crímenes que se achacaron a los combatientes por la libertad. Las organizaciones opositoras que se crearon, compuestas por parte del pueblo cubano, actuaban aisladas y dejadas de la mano por el mundo libre. El sistema de vigilancia y delación establecido por el régimen hacía que sus miembros fueran al poco tiempo arrojados a las cárceles con crueles condenas impuestas tras sesiones de torturas.
Hasta hace pocos años, casi nadie tendió a los presos políticos y a los disidentes y opositores cubanos una mano amiga ni hizo un gesto de ayuda. Aun en la etapa en que el gobierno norteamericano decía apoyar el desembarco de Bahía de Cochinos, el exilio cubano tuvo que soportar medidas y acciones perjudiciales por parte de quienes se decían sus amigos o al menos deberían haberse puesto de su parte. La España de Franco, enemigo de las izquierdas en todas sus variantes, permitió sin embargo que los comunistas cubanos llevaran a cabo campañas propagandísticas para vender en territorio español el supuesto excedente de la producción agrícola (de la mal llamada Reforma Agraria). Ese mismo gobierno de España les financió la compra de barcos pesqueros de diversos tipos en astilleros de la península y se les permitía usar la bandera española para entrar en puertos sudafricanos para avituallarse y vender en ellos su carga en la etapa más horrorosa del aparheit del gobierno de Pretoria. Los principios muchas veces no funcionan cuando de dinero e intereses se trata.
Ha sido necesario que, tras varias décadas, tuviera lugar la caída de la Unión Soviética y sus satélites para que comenzasen a surgir muestras de solidaridad y apoyo internacional a la causa por una Cuba democrática, pero todo ese tiempo de olvido y desdén que se vertió sobre la oposición y el exilio cubanos ha dejado muchas huellas de dolor y también, por qué no decirlo, de radicalización ideológica en muchos de los emigrados cubanos. La intransigencia de ciertos sectores ha sido causada o al menos exacerbada por la demonización de la que han sido objeto, cuando muchas veces han pasado por etapas de una negrura indescriptible, de torturas que marcan para siempre cuerpos y almas.
La otrora famosa revista cubana Bohemia, la que lanzó a la fama a Fidel Castro como líder de una revolución que había costado 20 000 muertos, publicó a principios de 1959 un artículo titulado “De las tinieblas a la Luz”[2]. En realidad, Cuba se iniciaba en el mundo de la degradación y del terror. Cuba se ha quedado en las sombras y nadie, o muy pocos, han querido conocer la realidad de aquel pueblo hasta que el bloque comunista desapareció y algunos de los que lucharon por su caída sintieron la necesidad moral de ayudar a los cubanos, que habían compartido su infortunio. El más destacado fue sin duda Vaclav Havel, curtido ya en el movimiento generado en su país contra el totalitarismo comunista, cuya integridad moral y grandeza de alma se mostró de nuevo en cada foro internacional en los que abogó por la democracia para Cuba y apoyó las denuncias contra la dictadura, que en 2003 fundó el Comité Internacional para la Democracia en Cuba. Que su bendita memoria sea uno de los emblemas de nuestro propio combate.
Con esto, no menoscabamos la importancia del apoyo de muchos españoles dignos y amantes de la democracia, como Mari Paz Martínez Nieto y Esperanza Aguirre y otros menos conocidos pero valientes y honestos. Si el joven Ángel Carromero está preso en Cuba, es por ayudar en lo posible al establecimiento de la democracia. Tanto más honroso, en la medida en que figuras notables del mundo entero saludan y sostienen a un régimen decadente, cuyos más llamativos resultados han sido destrozar un país bastante próspero y exportar las guerrillas y el terrorismo.
[1] Hubo al menos dos libros de esta clase: Bajo palabra (La Habana: Editorial Solidaridad, 1965) de la periodista del diario oficial Granma Marta Rojas, que emplea el pseudónimo de Marta A. González, y Testimonio de una emigrada (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974), de Edith Reinoso Hernández.
[2] Su fundador y director, Miguel Ángel Quevedo, se suicidó en 1969, también en el exilio, al no poder sobreponerse al cargo de conciencia que su actitud de apoyo a Fidel Castro le acarreó.
Pedro Pablo tuve el gusto de conocer a tu mama cuñado vivía en el apartamento de la poquita de 16 en aquellos años yo estaba castigado trabajando en un plan fresa en san Antonio de los baños y cuando podía pasaba por la casa y les dejaba una cajita con fresas…Claro te estoy hablando finales de los 60s principio de las 70s
He leído la interesante reflexión, pero quiero hacer una precisión MARTA GONZALEZ la autora de BAJO PALABRA no es un seudónimo como usted dice, de Marta Rojas, son dos personas diferentes. No se de donde obtuvo esa información, pero no es así. Por otra parte, el libro es de le Ediciones R y no Solidaridad aunque claro ese libro tuvo tantas ediciones que vaya a saber. Cualquier dato al respecto de Marta Gonzalez averigue con el exilio de 1961-1964. Marta Rojas no fue nunca a EU, y Marta Gonzalez si, y regresa a Cuba oficialmente el 11 de agosto de… Leer más »