La virgen guerrera
En medio de la campaña electoral por la Presidencia francesa, una polémica sobre la heroína enfrentó a Nicolas Sarkozy y a la derechista Marine Le Pen. ¿Quién fue esta mujer que 600 años después de su nacimiento despierta tantas pasiones?
Fue mártir y virgen guerrera; fue adoptada en el siglo XIX como el símbolo de unidad de todos los franceses; inspiró a las fuerzas aliadas en la Primera Guerra Mundial; es venerada por los masones, que ni siquiera creen en Dios; fue la fuente de inspiración de la Resistencia durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial; fue quemada en la hoguera con el beneplácito de un Papa y declarada “santa” por orden de otro; todavía genera disputas entre la derecha y la izquierda francesas… A propósito de cumplirse el 600º aniversario de su nacimiento, podemos preguntarnos: ¿Quién fue Juana de Arco, la heroína que salvó a su país de la dominación inglesa y que hoy provoca tantas polémicas?
Jeanne, hija de Jacques Darc e Isabelle, nació en Domrémy, un pequeño poblado situado en la región de Lorraine, el 6 de enero de 1412 y fue quemada en una pira de la Inquisición el 30 de mayo de 1431, a los 19 años. Con apenas 17, convenció a Carlos de Orléans -cabeza de uno de los bandos en la Guerra de los Cien Años- que ella “escuchaba la voz de Dios” y que esa voz le había señalado cómo expulsar a los ingleses que ocupaban el norte de Francia y apoyaban a otro bando, liderado por Juan de Borgogna (Juan sin miedo).
El grado de su intervención militar en esa guerra difiere mucho según cada historiador, pero es seguro que participó victoriosa en el Sitio de Orléans, en la batalla de Patay –que enfrentó directamente a ingleses y franceses, y modificó el curso de la guerra hasta ese instante favorable al Imperio Británico- y en otras acciones que la pusieron “cuerpo a cuerpo” con el invasor y sus aliados internos, entre 1429 y 1430.
La exitosa campaña de su ejército revitalizó el poder de Carlos de Orléans, que fue coronado Carlos VII de Francia, después de vencer en esa guerra a Juan, y mantuvo unificado el territorio nacional enfrentando el deseo de los borgogneses de crear su propio reino. Tras la coronación, la única recompensa que pidió Jeanne Darc fue que se eximiera a Domrémy, su pueblo, del impuesto anual al Rey. El flamante monarca aceptó y la norma se cumplió hasta hace 90 años.
Sin embargo, Juana no tuvo un final feliz, ya que las disputas de poder entre la Casa de Orléans y la de Borgogna continuaron en territorio francés. El 23 de mayo de 1430, durante la batalla de Compiègne, se encontró con una coalición entre borgogneses, ingleses y el duque de Luxemburgo que la emboscó y capturó. Por supuesto, fue entregada de inmediato al ejército inglés que estaba acantonado en Ruan.
El proceso que siguió resulta confuso porque no hay fuentes fidedignas, aunque al parecer una junta de clérigos la acusó de herejía por luchar vestida con ropas de hombre. Según una leyenda nunca comprobada, soldados ingleses le arrancaron sus ropas y le dejaron en cambio un conjunto militar masculino: no tenía forma de defenderse. Durante el juicio, también se le informó que, según el Papa, el campo de batalla le estaba vedado a las mujeres. ¡Evidentemente, ella era una bruja! El jefe militar inglés, el duque Juan de Bedford, ordenó su muerte en la hoguera.
Para ser honestos, la mayoría de los hechos que rodean a Juana se conocen por las actas que labró la Inquisición durante el proceso y por la tradición oral. Los documentos escasean.
Sarkozy y Le Pen. Este pequeño inconveniente no priva de polémicas al presidente francés Nicolas Sarkozy y a la líder ultraderechista Marine Le Pen, hija de Jean-Marie. Desde hace años, el Frente Nacional (FN) hizo de Juana de Arco, como antes lo había hecho la Acción Francesa, uno de los símbolos de su campaña antiinmigración.
Ahora, la candidata a la Presidencia conmemoró junto a su padre y fundador del FN a la figura que “expulsó a los ingleses de Francia” en el marco de su corriente xenófoba. Esta vez no es contra los ingleses, sino contra los extranjeros en general…
En tanto, Sarkozy no quiso cederle esa bandera y, como todos sus predecesores a partir de la llamada V República, con excepción de Georges Pompidou, rindió homenajes oficiales a la “heroína de la unidad nacional”. Para eso, el jefe de Estado cumplió un peregrinaje, primero hasta la casa natal en Domrémy, y posteriormente en Vauvouleurs, donde ella lanzó su campaña contra Inglaterra en 1429.
Para muchos, la polémica fue una utilización política a tres meses de las elecciones presidenciales. Para el Elíseo, es “el rol natural” del presidente rendir homenaje a las grandes figuras de la historia francesa. Al respecto, el diputado Christian Vanneste (UMP, el partido oficial) dijo a la prensa local que “Juana de Arco es el patriotismo laico y la santa católica, un símbolo de la unión nacional, y no sólo del Frente Nacional”.
Es que, en el escalafón de la clase política, la “Doncella de Orléans” ocupa un lugar tan importante como De Gaulle, Zola o Voltaire. Por su versatilidad como “santa” o “guerrera”, pasando por la “patriota”, los políticos encuentran en su difusa figura una referencia ideal a sus propósitos.
Debido a esto, Le Pen aseguró que para su partido Juana de Arco “es la inspiración de las temáticas esenciales de la campaña presidencial: inmigración, seguridad, proteccionismo”. En tanto, el politólogo Jean-Yves Camus remarcó en diálogo con la agencia “AFP” el “curioso azar del calendario”, que le permite Sarkozy honrar a Juana a 100 días de la elección presidencial.
La Doncella no pudo descansar ni siquiera después de haber sido carbonizada por el Papa Nicolas V: 25 años más tarde, el rey Carlos VII instó a la Iglesia a revisar el juicio, pero el Pontífice consideró inconveniente la reapertura debido a los éxitos militares de Francia contra Inglaterra. Tras su muerte, el obispo español Alfonso de Borja asumió el papado como Calixto III, el 8 de abril de 1456, y dispuso abrir el proceso.
Claro está que éste culminó con la declaración de inocencia de Juana y la condena a los jueces de 1431. No obstante, recién en el siglo XX, el Papa Benedicto XV beatificó a Juana y, más tarde, la declaró Santa. Por eso, los franceses la nombraron Santa Patrona en 1920.
Las decisiones vaticanas llegaron tarde, porque la fama de Juana se extendió por el mundo no bien fue asesinada. Ya en el siglo XVI, la Liga Católica, una fracción de la Iglesia enfrentada con Roma la veneraba. Hoy, la Doncella de Orléans tiene seguidores entre creyentes y ateos. Y es especialmente querida en los países que sufrieron los humores imperialistas británicos: sus seguidores se cuentan por miles en los Estados Unidos y Canadá, por ejemplo. En Irlanda, los devotos son tantos como los de James Joyce y la cerveza negra.