La sensatez de José Blanco
Hablando ante un grupo de constructores, el Ministro de Fomento, abandonando por un momento su habitual “rajoyfobia”, aseguró: “Hay que construir las futuras infraestructuras con sentido económico… porque no hay peor cosa que un puerto sin tráfico, un aeropuerto sin aviones o un tren sin viajeros”. Una obviedad, pero fue una obviedad sensata.
A este propósito convendría saber quiénes han sido los responsables de que en el pasado no se tuvieran en cuenta los criterios económicos y se construyeran líneas de ferrocarriles sin viajeros o aeropuertos sin aviones. Amén de aquel AVE para todos (todas las capitales de provincia tendrían en España estación de AVE en 2020). Así lo prometió Zapatero en 2005. A este propósito cabe pensar que últimamente el Estado no tiene en cuenta (o no solicita) los criterios de sus economistas e ingenieros.
Aquí, durante el boom previo a la actual crisis, tanto los insaciables líderes regionales como unos Gobiernos nacionales convertidos en Papá Noel, siempre cargado de regalos, se sumaron a la fiesta bajo la idea de que (tal y como aseguró el Presidente del Gobierno en 2006 ante un grupo de periodistas amigos) “el Estado español está en condiciones económicas de acometer cualquier proyecto por costoso que sea”. Un disparate -compartido interesadamente por tirios y troyanos- al que sólo la crisis ha sido capaz de poner coto.
Pondré un ejemplo que no me hará popular en Cantabria, mi región de nacimiento. Se sabe que el AVE Valladolid-Santander ha sido durante años la gran “bandera regional” (“no vamos a ser menos que Bilbao”). Pues bien, cualquiera que conozca la orografía, por ejemplo, entre Reinosa y Torrelavega llegará a la misma conclusión: construir sobre tan accidentado terreno una línea de AVE resulta económicamente inasumible. Un proyecto que sólo una gavilla de nuevos ricos sería capaz de plantear.
Por otro lado, cuando se habla de que algunas líneas del AVE son rentables se está pensando en los costes corrientes, incluido el mantenimiento de la infraestructura (entre 100.000 y 180.000 euros anuales por kilómetro), pero nunca se piensa en la amortización de la enorme inversión inicial, como si ésta hubiera caído del cielo.