La conspiración permanente
Aunque los científicos ocupan parte de su precioso tiempo en refutar un sinfín de teorías inverosímiles, las explicaciones racionales de hechos sorprendentes suelen tener las de perder. Ante lo incomprensible, el ser humano, tan atávico en muchos de sus comportamientos, suele preferir las explicaciones míticas, esotéricas, fantasmales o conspiratorias. En efecto, las pirámides de Egipto fueron levantadas por extraterrestres gigantescos llegados a nuestro planeta con intención ignota. En fin ¿quién no ha visto algún platillo volante?
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, un tal Thierry Meyssan publicó un libro titulado “La gran impostura” en el que sostuvo que “este atentado sólo puede haber sido cometido por militares norteamericanos”. Semejante patraña se vendió como rosquillas y Meyssan debe de estar ahora en las Bahamas, contando el dinero que sus estúpidos lectores le metieron en el bolsillo. Lo cual demuestra, una vez más, que una explicación conspirativa tiene mucho más gancho que otra sostenida sobre la lógica y la razón. No hay en ello nada nuevo, pues la “visión conspirativa de la Historia” sigue teniendo multitud de adeptos. Sin salir de España, algunos manipuladores mediáticos se apuntaron a dicha teoría en torno a un hecho trágico, como fue la matanza perpetrada por fundamentalistas islámicos el 11 de marzo de 2004 en Madrid.
No hace falta ser un lince para deducir que la autoría islámica de aquellos atentados podría correlacionarse en las conciencias de los españoles con la presencia de nuestras tropas en Irak, lo cual quizá perjudicaría al PP en las urnas. Es lógico, por tanto, que Aznar y los suyos se hicieran esta reflexión. Reflexión que les llevó a tomar decisiones tan manipuladoras como erróneas y fueron ese empecinamiento y esa contumacia lo que excitó los ánimos de muchos indecisos y les hizo acudir a las urnas dispuestos a castigar a los manipuladores.
Tan seguros estaban de su triunfo los del PP que se olvidaron de releer a un autor de la casa: Karl Popper, quien había asegurado tiempo atrás que “no se vota para elegir un buen Gobierno, sino para derribar uno malo”.
Transcurridos más de seis años y condenados ya los asesinos, Pedro J. Ramírez y sus mariachis siguen con la misma matraca de la conspiración. Una conspiración en la cual, según ellos, los etarras –engañados por otros- habrían hecho de simples mamporreros.
¿A dónde habrá ido a parar el derecho a recibir información veraz que la Constitución protege? ¿Qué hacer con una prensa de secta y de trinchera y, por tanto, ilegible? Y, por desgracia, no estamos ante un caso aislado sino ante una verdadera epidemia.