El derbi, como siempre: El Madrid se impone a un rival de mantequilla
La costumbre, la lógica y la razón pura marcaron un derbi en el que todo pintaba ya de antemano a favor del Madrid, un líder muy fiable en el Bernabéu. Gana con solvencia, sin necesidad de hacer un fútbol espectacular pero contundente en ambas áreas. Y hasta se permite el lujo de dosificar. Sólo el ir de víctimas, despojados de presión, permitía albergar esperanzar a los ‘colchoneros’, con una idiosincrasia peculiar pero incapaces de hincarles el diente a sus eternos rivales desde que salieron de los dos añitos en el infierno.
Mourinho y su Madrid transmiten seguridad, éxito, fuerza, energía. Quique, en cambio, lucha por acabar con el negativismo ‘colchonero’. Lo consiguió el curso pasado en Europa, pero su mensaje, sereno, directo y confiado, no caló ante la cita de Chamartín. No jugó peor el Atlético que el Madrid pero regaló atrás cuando la noche se abría y no definió arriba. Utilizó fuegos de artificio y el Madrid dinamita.
Hubo cierto equilibrio en el juego, superioridad incluso del Atlético en la segunda mitad, pero siempre de mentira. Porque los de Mourinho se lo creyeron y resolvieron en veinte minutos, merced a dos regalos de la endeble zaga ‘india’. Luego, jugaron con el resultado. Si éste era su primer gran examen del curso doméstico, lo superaron sin sufrir secuelas.
Marcar territorio
Cuando en el primer minuto Pepe marcó su territorio y se anticipó dos veces consecutivas al ‘Kun’, no pocos expertos en derbis ya barruntaron que el Madrid ganaría cómodo. Además de la calidad, el factor campo, el estado de forma y el potencial en las áreas, hay otros componentes anímicos, mentales, que marcan diferencias en este tipo de choques. Los de la Castellana son de naturaleza ganadora y los del Manzanares inseguros, tendentes a la derrota, a la depresión, a las lamentaciones y a las excusas arbitrales. Unos desean que llegue este duelo y celebran el triunfo casi de antemano, con chulería castiza, y otros lo borrarían del calendario. Al menos desde hace más de una década.
Mientras los blancos salen seguros de sí mismos, convencidos del triunfo y chisposos, los ‘colchoneros’ parecen mantequilla holandesa, ni siquiera de Soria. Más o menos sabrosos, con o sin sal, pero blanditos, cremosos, fácilmente penetrables. Da igual que esté Assunçao, fijo hasta ahora para Quique, o que salga Mario Suárez por los méritos contraídos en Noruega, donde el Atlético cosechó un triunfo engañoso. Hasta De Gea, el nuevo ídolo del Manzanares, se movía cabizbajo por Chamartín. Y Forlán, el ‘Bota de Oro’ al que Quique ansía en recuperar más pronto que tarde, daba la sensación de cojear desde los compases iniciales.
Mourinho cumplió con lo anunciado en la víspera y salió con su once tipo, el que ya se recita de memoria en cualquier foro futbolero. Y por ahí se forjan los equipos campeones. Y el Atlético se presentó cogido con alfileres. Sin Godín, poderoso en las dos áreas, sin Perea, su defensa más rápido, con el portero algo tocado y con sus dos delanteros lejos de su mejor forma. Valera y Filipe Luis, todavía una sombra del que fue antes de su gravísima lesión, podían ser dos chollos para Cristiano y Di María.
Intentaban los rojiblancos cerrar filas, ralentizar el juego y sorprender en alguna contra cuando regalaron el primer gol. Reyes dribló donde no se debe, buscó una falta de esas que Mateu hace bien en no pitar, y dejó que Carvalho le birlara la cartera. El central luso buscó la pared y se aprovechó del toque con la barriga de Ujfalusi para batir a De Gea con suma facilidad. Los rojiblancos se levantaban pero llegó una falta lateral, un disparo raso e intencionado de Ozil y un cante espectacular de la barrera y porteros visitantes. En apenas 20 minutos, casi todo el pescado vendido.
Quique estudió bien el partido pero no contó, o sí pero no podía confesarlo, con la vulnerabilidad de su tropa. Sabía que debía juntar las líneas y, enseguida, buscar la espalda de Marcelo, muy mejorado pero todavía con lagunas atrás. Se las encontró varias veces Agüero, pero Forlán nunca llegaba a rematarlas con claridad. Un balón sacado bajo palos, un presunto penalti por mano de Xabi Alonso que, al menos desde la tribuna, pareció involuntaria. Ocasiones erradas que dejaban muy tranquilos a los locales. Y en la reanudación, poca historia. Dos grandes disparos al palo de Higuaín y Forlán y un dominio estéril de un Atlético sin convicción.