Aquí no hay odio: hay pensamiento. Hay inconformidad, hay crítica, hay voz. Pero el poder, temeroso de lo que no controla, prefiere llamarlo odio. Así disfraza la censura de virtud y el silencio de paz.

Nos quieren dóciles, medidos, corregidos por decreto. Quieren que la palabra pase por aduana, que el lenguaje pida permiso antes de nombrar lo que duele. Pero las palabras no nacieron para obedecer.

Aquí no hay odio, hay palabras. Palabras que cuestionan, que incomodan, que abren grietas en los muros de lo impuesto. No son armas, son herramientas; no son insultos, son espejos. Y a veces, lo que molesta no es el tono, sino el reflejo.

Llamar odio a la disidencia es la forma más elegante de imponer silencio. Es una mordaza con lenguaje jurídico, una celda hecha de eufemismos. Pero la palabra libre no se rinde: cambia de forma, resiste, se reinventa.

Porque pensar no es odiar. Disentir no es atacar. Nombrar no es destruir.
Y mientras haya quien pronuncie lo que otros temen escuchar, habrá esperanza.

Aquí no hay odio, hay palabras. Y las palabras —cuando son libres— siempre acaban abriendo puertas.

“Aquí no hay odio, hay palabras”

Con su habitual maestría, el escritor y periodista Joaquín Abad comenta en un Poscadt la sentencia de la Audiencia Provincial de Málaga, en la que se absuelve al director de Alerta Digital y a dos sacerdotes acusados de un delito de incitación al odio por la publicación de artículos que criticanaban la inmigración y el islam entre 2013 y 2019.

La resolución, de la Sección Primera de la Audiencia, sostiene que los textos “contienen manifestaciones que pueden resultar desafortunadas, injustas o arbitrarias, pero no incitan de forma directa a la comisión de delitos ni a la violencia contra un grupo determinado”.

En consecuencia, absuelve a los tres procesados, para los que la Fiscalía pedía penas de entre tres y cuatro años de prisión.