Álvaro Galán.- La llamada Flotilla de la Libertad se presenta como un gesto heroico de solidaridad, una caravana marítima en defensa de los derechos palestinos. Sin embargo, tras la retórica humanitaria y las banderas de la justicia social, lo que se esconde es una maniobra política cuidadosamente calculada, diseñada no para aliviar la situación en Gaza, sino para alimentar narrativas ideológicas y erosionar la legitimidad de Israel en la arena internacional.

Lejos de ser un movimiento espontáneo, la flotilla responde a redes políticas que han instrumentalizado la causa palestina durante décadas. Entre sus promotores encontramos organizaciones con vínculos claros con grupos islamistas, partidos radicales y gobiernos que utilizan el sufrimiento en Gaza como un capital simbólico para reforzar su agenda. No es casualidad que muchos de los líderes detrás de estas iniciativas jamás hayan alzado la voz ante atrocidades cometidas en Siria, Yemen o Irán. Su indignación selectiva delata que lo que buscan no es justicia, sino propaganda.

La supuesta ayuda humanitaria que transportan estas embarcaciones es simbólica, casi ridícula en comparación con lo que Gaza recibe diariamente a través de canales oficiales supervisados internacionalmente. El objetivo nunca ha sido proveer alimentos o medicinas en cantidades significativas, sino provocar confrontaciones mediáticas. La flotilla es, en esencia, un teatro flotante diseñado para las cámaras, donde cada enfrentamiento se traduce en titulares que refuerzan un relato prefabricado.

Lo más preocupante es la complicidad de ciertos sectores occidentales, que bajo la bandera del pacifismo legitiman plataformas en las que confluyen intereses opacos. Se unen ONGs, partidos de extrema izquierda, grupos islamistas y activistas de ocasión, todos dispuestos a usar el dolor palestino como escudo político. Esta amalgama heterogénea no ofrece soluciones reales al conflicto; al contrario, lo perpetúa, porque lo que les da relevancia es precisamente que el problema nunca se resuelva.

La Flotilla de la Libertad no es libertad ni es humanitaria. Es una operación propagandística cuyo único éxito es manipular la opinión pública global. Sus líderes no buscan puertos abiertos para Gaza, sino micrófonos abiertos en Europa y América. Cada barco es un mensaje político disfrazado de ayuda, una bandera ideológica disfrazada de solidaridad. Y mientras tanto, quienes realmente sufren —los palestinos comunes— siguen siendo rehenes de este juego cínico.

Es hora de desenmascarar la farsa: la flotilla no navega hacia la libertad, navega hacia la manipulación.