Por Nebojsa Malic.- Los términos emocionalmente cargados y a menudo hiperbólicos utilizados por los Estados Unidos y sus aliados para describir el conflicto en Ucrania dan la noción de que es algo sin precedentes e invisible desde la Segunda Guerra Mundial. Eso es literalmente falso.

En todo caso, los comportamientos, tácticas e incluso estrategias adoptadas por el gobierno de Kiev y sus patrocinadores occidentales tienen una extraña similitud con los conflictos que destruyeron Yugoslavia en la década de 1990. En agudo contraste con todos los recuerdos, aunque no lo suficientemente arrepentidos, en el reciente aniversario de la invasión estadounidense de Irak, incluso los críticos del establishment occidental parecen haberse olvidado de la Guerra de Kosovo, que comenzó el 24 de marzo de 1999.

Después de todo, la Operación Fuerza Aliada (el nombre oficial de la OTAN para el bombardeo de Yugoslavia en 1999) es una prueba de que la afirmación de la OTAN de ser una «alianza defensiva» es una mentira. También lo es la noción de que cambiar las fronteras por la fuerza es algo que simplemente no se hace en el «orden mundial basado en reglas», con el bloque liderado por Estados Unidos ocupando la provincia serbia de Kosovo y respaldando su «independencia» en 2008. Occidente era tan respetuoso de la ley, que trató de justificar lo injustificable inventando la doctrina de la «responsabilidad de proteger» y estableciendo una comisión «independiente» para declarar la guerra «ilegal pero legítima».

No es de extrañar, entonces, que la «comunidad internacional» quiera que esto se olvide, hasta el punto en que están tratando de presionar a Serbia para que lo legitime amenazando con sanciones, aislamiento y «agitación interna».

En mayo de 1999, después de semanas de no poder bombardear Serbia hasta someterla, la OTAN trató de apuntalar su unidad y credibilidad haciendo que su tribunal favorito en La Haya acusara al presidente Slobodan Milosevic de crímenes de guerra. Los paralelismos con los eventos de las últimas semanas se escriben solos.

Podría decirse que la «orden de arresto» contra el presidente ruso Vladimir Putin fue el punto final lógico de la narrativa generada en junio de 2014, cuando dos «expertos» de think tanks escribieron un artículo en New Republic acusando a Putin de «comportarse en Ucrania como lo hizo Milosevic en Serbia». Cuando uno mira las políticas reales adoptadas por Washington y sus vasallos, es obvio que tomaron esta misma narrativa en serio.

Por ejemplo, tomemos la charla inicial sobre una «zona de exclusión aérea», proveniente de Kiev y algunas capitales occidentales. Tal cosa fue establecida en Bosnia en 1992, y aplicada por la OTAN en nombre de la ONU, después de que los serbios fueron acusados falsamente de derribar un vuelo humanitario italiano. Terminó siendo una puerta trasera para la intervención militar, al igual que en Libia en 2011.

Luego está la narrativa sobre Ucrania como una víctima inocente de la agresión y un valiente desvalido que defiende los valores occidentales, necesitado de dinero, armas y voluntarios: así es exactamente como la prensa occidental pintó a Croacia y a los musulmanes bosnios en la década de 1990. Siendo actor, Vladimir Zelensky es mejor recitando las mismas líneas que el líder musulmán bosnio Alija Izetbegovic.

El ministro de Relaciones Exteriores de Zelensky, Dmitry Kuleba, también está trabajando con un guión extraído de su homólogo bosnio Haris Silajdzic. Él también era un trotamundos de los medios de comunicación, exigiendo todo, desde comida hasta armas y acusando al «agresor» de crímenes de guerra, violaciones y genocidio. Para dar algo de crédito a Kiev, al menos despidió al funcionario que hizo falsas denuncias de violación masiva; Silajdzic nunca rechazó sus acusaciones. En todos los demás aspectos, Ucrania ha superado con creces a Bosnia en términos de proyectar un sentido de derecho.

Las actuales sanciones de Estados Unidos y la UE contra Rusia también tenían un precedente en las sanciones de la ONU de la década de 1990 contra Serbia y Montenegro, hasta la prohibición de las competiciones deportivas internacionales. Si hubieran pensado en cancelar los gatos o árboles serbios, probablemente también lo habrían hecho.

La ONU también impuso un embargo de armas a todas las repúblicas yugoslavas. Estados Unidos lo bordeó a principios de la década de 1990, para enviar armas a musulmanes y croatas. En las conversaciones de paz de Dayton, Ohio, a fines de 1995, el enviado estadounidense Richard Holbrooke trató de endulzar el trato para el reacio Izetbegovic ofreciendo «entrenar y equipar» al ejército musulmán después del armisticio. El impulso actual para crear una fuerza armada occidental en Ucrania es básicamente el mismo, solo que con esteroides.

De hecho, el argumento de Jens Stoltenberg de enero de 2023 de que «las armas son el camino hacia la paz» no es más que un eco de las «bombas por la paz» de Holbrooke de septiembre de 1995, durante una campaña de bombardeos aéreos de la OTAN que la revista Time describió como «poner a los serbios bajo control».

Llamada «Fuerza Deliberada», esa operación de la OTAN encajó con la Operación «Tormenta» de Croacia, un asalto a Krajina, en agosto de 1995. Los serbios que viven en las fronteras históricas de la actual Croacia habían establecido su propia república en 1992, que Zagreb denunció como «agresión» de la propia Serbia, al igual que Kiev, en 2014, reaccionó a los reclamos de independencia de las repúblicas de Donbass de Donetsk y Lugansk al denunciarlo como «agresión» rusa. Estados Unidos había armado, entrenado y asesorado al ejército croata para el ataque de 1995, y Holbrooke incluso reveló que Washington le había dicho a Zagreb qué golpear y cuándo, en una vista previa de los Estados Unidos y la OTAN que proporcionan inteligencia a Kiev.

La operación «Tormenta» terminó con una «reintegración» forzada de Krajina en Croacia, habiendo dejado miles de muertos y más de 200.000 expulsados de sus hogares. En los últimos años, los funcionarios en Ucrania, desde el asesor presidencial y fiscal superior Yury Lutsenko hasta el primer ministro Vladimir Groisman, han argumentado públicamente por una «solución croata» al «problema» de Donbass.

Otra característica común es que Occidente ha insistido en hacer cumplir las fronteras de 1991 de Croacia, Bosnia y Ucrania, a pesar de que fueron dibujadas por gobiernos comunistas que el mismo Occidente trabajó durante décadas para derrocar. Para que no crea que eso indica una posición de principios, Estados Unidos y sus aliados declararon una excepción para las fronteras de Serbia cuando se separaron de Kosovo en 1999. El objetivo del «orden basado en reglas» es que ellos son los que hacen las reglas.

El problema obvio aquí es que Rusia hoy no es Serbia de la década de 1990, y se supone que la noción de reciclaje no se aplica a la política, extranjera o nacional. Sin embargo, Washington persiste en creer que su momento unipolar no ha terminado, que el «fin de la historia» está a la vuelta de la esquina y que una «hegemonía global benevolente» todavía está al alcance.