Laureano Benítez Grande-Caballero.- Sin duda alguna, la cabalgata más famosa de la historia ha sido la de las walkirias, genial pieza compuesta por Richard Wagner. Luego surgió la competencia con la cabalgata de los Reyes Magos ?que así se llama todavía, a expensas de que el LGTBI haga otros de sus engendros de género y se invente la cabalgata de los/las Reyes/Reinas Mag@s?, y, de manera muy especial con la Kabalgay del «Orgullo Gay».

Es un hecho bien conocido que Wagner fue uno de los impulsores del pangermanismo racista, que tenía su hontanar ideológico en la superioridad de la raza aria expresada en el superhombre de Nietzsche. No conocemos muy bien lo que pensaba en materia de diversidad sexual pero es de suponer que, partiendo del superhombre, no le debía de caer muy bien el mundo homosexual. Y mucho más si se diera el caso de que al lobby gay le diera por sacarse de la manga a los «walkirios».

Para quien no lo sepa, las walkirias son algo así como las «Reinas magas» de la mitología nórdica, deidades femeninas sometidas a Odín ?un dios coletudo de esos que pululan por los cielos asaltados?, que sobrevolaban los campos de batalla en sus alados corceles para elegir a los combatientes que debían morir, con el fin de llevarles al Walhalla paradisíaco.

En su versión más prosaica, eran simples doncellas guerreras, parecidas a las amazonas, cuya lideresa era invariablemente una hermosa mujer humana, que muy bien podría ser la mismísima Rita Maestre, en nuestro caso.

Cabalgata de las Walkirias

Sin embargo, ambas versiones esconden que el término «caballo de walkiria» significaba realmente «lobo», por lo cual la cabalgata de estas doncellas guerreras era en resumidas cuentas una manada de lobos horrendos que buscaban su carroña entre los cadáveres de los muertos en combate. Montadas en esos lobos, las walkirias aparentemente hermosas no eran sino cuervos seleccionando cuerpos para su macabro festín.

Eso es exactamente lo que sucede con las «cabalgatas de los orgullos», performances apoteósicas donde los walkirios del NOM organizan unas esperpénticas carnestolendas con el fin de corromper las mentes y los cuerpos de los homosexuales para sus siniestros festines, convirtiéndolos en carne de cañón para sus maléficas conspiraciones, en simples peones en un jugo maquiavélico que busca utilizarlos como arma arrojadiza contra la civilización cristiana occidental.

Todos sabemos ya quiénes son los más insignes walkirios, los que manejan los hilos de todo este tinglado luciferino. En un segundo nivel, están los colectivos LGTBI, y en un tercer nivel figura la práctica totalidad de la clase política ?sea cual sea su signo?, que hace de brazo ejecutor.

Recuerdo que, durante mi adolescencia escolar, había un profesor que, al ver las montoneras que se armaban en las puertas de la clase a la entrada y a la salida del recreo, solía gritarnos: «¡A ver!: ¿a dónde va ese montón de carne humana?». Esta frase se me viene a la memoria cada vez que pienso en la patética carnestolenda de las fiestas gays. Para decirlo de otra manera, ¿a dónde quieren llevar los poderes fácticos del NOM toda la carne expuesta en los festejos de los «Orgullos»?

Siento una cierta conmiseración por todas las personas que participan de buena fe en estos saraos, pensando que así ayudan a que la sociedad tome más conciencia de la diversidad sexual, cuando en realidad están siendo utilizados de la manera más burda y cruel para unos intereses espúreos que hacen de sus aparentes reivindicaciones una excusa para medrar económica, política, e ideológicamente.

Para empezar, los capitostes del NOM que han creado la ideología de género utilizan a los homosexuales para reducir la población mundial, cuyo óptimo ?según afirman? debería situarse en torno a los 500 millones de personas, ya que un gobierno mundial es mucho más fácil con esta cifra que no con los 7000 millones actuales.

Junto a este objetivo demográfico, la ideología LGTBI es un virus con el que las macabras mentes globalistas están inoculando a las sociedades occidentales con el fin de destruirlas, ya que las políticas de género apuntan directamente a la demolición de los valores tradicionales en los que se asientan, expresamente la familia, con el agravante además del desorden moral que conllevan los contravalores LGTBI. Es así como el horizonte final es también la destrucción de los países, cimentados desde siempre sobre la familia.

Pero los homosexuales ?cuya orientación sexual merece todo el respeto? también son carne de cañón para los poderes mercantilistas que manejan el cotarro, ya que, aparte de los beneficios del «merchandising», son una evidente y lucrativa fuente de ingresos para las ciudades que organizan sus cabalgatas, y por eso las instituciones municipales les dan tanto apoyo. Ya sabemos que hay muchos tipos de turistas a los que hay que atraer, prometiéndoles igual borracheras garantizadas, que carrozas majestuosas donde despelotarse.

Y, claro, en esta fiesta también tienen mucho protagonismo los políticos, que utilizan estos festejos para echar el anzuelo y pescar votos del colectivo homosexual, que en nuestro país cuenta con la nada despreciable cifra de 4 millones de miembros. Gran pastel, qué duda cabe, y por eso tantos elogios, parabienes y alabanzas a los LGTBI y su saraos, pues en sus mentes ambiciosas de poder sólo ven en los homosexuales carne para sus escaños.

Un lugar especial en esta deleznable utilización de la condición homosexual lo ocupan también los antisistema, encargados por el NOM de desmantelar la civilización cristiana atacando directamente a la Iglesia Católica, pues las carnestolendas gays son un magnífico pretexto para toda clase de aberraciones contra los católicos, para ejecutar un sinnúmero de blasfemias y actos sacrílegos que, faltaría más, quedan totalmente impunes.

Como vemos, todos los poderes que conspiran por el NOM sacan tajada del colectivo LGTBI y sus aquelarres callejeros, sin que en apariencia los homosexuales se den cuenta de que están siendo utilizados escandalosamente para unas finalidades que nada tienen que ver con la reivindicación de sus derechos, que por lo demás ya están plenamente garantizados en un país como España. Si se tratara sólo de una performance reivindicativa, eso se haría con una manifestación y pancartas, no mostrando carnicerías a la luz de todo el mundo.

Sí, los verdaderos protagonistas de los orgullos no desfilan en las cabalgatas, ya que los walkirios que las crearon y las dirigen se esconden entre bambalinas, sobrevolándolas invisiblemente para llevar a sus adocenadas e ignorantes ovejas hacia los mataderos, los esquiladeros y los desfiladeros fijado de antemano; como aves carroñeras, como ejércitos de íncubos y súcubos que someten a las mesnadas gays a su antojo; como cuervos señalando cadáveres para sus macabras orgías, para sus tenebrosos festines.