Blas de Lezo
José María Ortuño Sánchez-Pedreño*.- Blas de Lezo nació en Pasajes (Guipúzcoa) en 1687. Educado en un colegio de Francia, salió de él para servir como guardia marina en 1701 y en esta clase se halló embarcado en la capitana de la escuadra francesa que mandaba el almirante Conde de Tolosa. En 1704, se encontraba esta escuadra sobre Vélez Málaga y aquélla hizo frente a la escuadra anglo-holandesa sosteniendo combate empeñado e indeciso en el que se distinguió el joven Lezo por su intrepidez y su valor. Una bala de cañón enemiga le cercioró la pierna izquierda y tuvo tal serenidad que mereció los honores del almirante. El mismo Luis XIV, enterado de su arrojo, le ascendió a alférez de navío.
Ascendido poco después a teniente de navío, se le destinó a Tolón. En esta ciudad se mantuvo hasta que el Duque de Saboya invadió aquel fuerte y sitió el castillo de Santa Catalina, donde se hallaba Blas de Lezo, que también fue herido en esta ocasión. Sus jefes le confiaron el mando y dirección de diversos convoyes con municiones y pertrechos de guerra, que desde Francia se enviaban a Felipe V, que se hallaba acampado en Barcelona. Logró introducirlos felizmente, burlando la vigilancia de los buques británicos que cruzaban aquella costa. Pero, en una de estas ocasiones, cercado por todas partes y acometido con horroroso fuego, determinó incendiar algunos buques del convoy para salvar a los demás. Tuvo que abrirse paso en medio de las llamas y de las balas para salir de aquel apuro, evitando de este modo que ninguno de sus navíos cayeran en poder del enemigo.
Promovido por la Armada Real española a capitán de fragata en 1710, y, al mando de una fragata española, logró hacer once presas, la menor de veinte cañones, y, entre ellas, el navío de guerra inglés llamado Stanhoppe, en cuyo combate recibió varias heridas. Capitán de navío en 1712, fue destinado en el sitio de Barcelona, donde tuvo varios encuentros con el enemigo y de cuyas resultas quedó manco. Después de varias campañas y servicios durante siete años, recayó en Blas de Lezo el mando de la escuadra y el generalato del Mar del Sur (Océano Pacífico) el 16 de febrero de 1723, haciendo desde entonces frecuentes salidas para perseguir a los corsarios enemigos, con quienes sostuvo diferentes combates, en los cuales consiguió escarmentar su mucha insolencia y extinguir sus piraterías y sus desórdenes.
Regresó a Europa en 1730 y entonces fue ascendido a jefe de escuadra. Con una flotilla de siete navíos se dirigió a Orán a fines de 1732 y, ahuyentando a los argelinos, que la bloqueaban, socorrió la plaza con caudales y efectos que conducía. Allí adquirió noticias reservadas sobre la fuerza y proyectos de los buques enemigos y determinó perseguirlos y aniquilarlos, especialmente a la capitana de Argel, que era un navío de sesenta cañones. Salió en su busca y apenas lo encontró comenzó a batirlo. Pero el enemigo, huyendo con fuerza de vela, logró refugiarse en la ensenada Mostagán, defendida por dos castillos o baterías a su entrada, y por 4000 musulmanes que acudieron de las montañas inmediatas.
Entró sin embargo Blas de Lezo tras el navío argelino en la misma ensenada. Y, a pesar del vivísimo fuego que sufrió de todas partes, consiguió incendiarlo con las lanchas armadas y echarlo a pique, con gran pérdida de moros y turcos. Una acción tan intrépida y arriesgada amedrentó a los argelinos, que solicitaron socorro de Constantinopla. Sabiéndolo Lezo, reparó su escuadra en Alicante y salió a cruzar desde la Goleta hasta Cabo Negro y Túnez, para esperar y batir a los buques que habían de conducir a Argel las tropas y pertrechos que solicitaban. Mantuvo Lezo cincuenta días de crucero en aquellos mares, hasta que una epidemia, producida por la corrupción de los víveres, le obligó a regresar a Cádiz.
El rey de España le premió promoviéndole a Teniente General de su armada. Pero la mayor epopeya de Blas de Lezo es su intervención en Cartagena de Indias, donde había sido enviado, justamente para eso, para defender tan importante ciudad, en cuyo Templo de San Telmo se acumulaban las divisas que habían de venir a la metrópoli. La batalla de Cartagena de Indias tuvo lugar del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741. Esta defensa numantina de Cartagena de Indias forma parte de la guerra contra los ingleses llamada de la Oreja de Jenkins: éste era un pirata inglés que actuaba en las costas de Florida. Un guardacostas español, al mando de Juan de León Fandiño, amputó la oreja del pirata Jenkins y con ella en la mano dijo al inglés: “Ve y dile a tu rey que lo mismo haré si a lo mismo se atreve.
La flota inglesa que intentaba tomar Cartagena de Indias fácilmente constaba de 195 navíos, la mayor armada que se ha visto después de la armada aliada que desembarcó en Normandía, en la Segunda Guerra Mundial, con bastantes buques más, aquélla, que la Armada Invencible de Felipe II. La flota británica, al mando del almirante Vernon, llevaba 32.000 hombres y 3000 piezas de artillería. Según los cálculos de Blas de Lezo, consignados en su diario, los ingleses dispararón 6068 bombas y más de 18.000 cañonazos. La guarnición de Cartagena de Indias la formaban, al mando de Lezo, 1100 hombres de tropas regladas y de 300 de milicia, más dos compañías de negros libres y de 600 indios. Los españoles sólo tuvieron 200 muertos. La escuadra inglesa, compuesta del todo con los refuerzos que fue recibiendo, apareció en Cartagena de Indias, con 36 navíos más, de ellos ocho de tres puentes; de 12 fragatas más de 20 a 50 cañones: de dos bombardas, de muchos brulotes.
Los ingleses querían apoderarse del castillo de San Telmo, donde se guardaba el oro y la plata de España en América. Bajaron los ingleses, deseosos de sangre hispana, unas escaleras para subir el castillo. Pero calcularon mal. Las escaleras llegaban a la mitad del altísimo castillo de San Telmo, de modo que los españoles y sus aliados hicieron durante varias horas tiro al blanco con los ingleses que subían.
Las enfermedades también pasaron factura. Al día siguiente de la batalla, el espectáculo era dantesco: ingleses heridos de muerte, otros vagando sin rumbo y otros enfermos. Lezo optó por elegir 400 hombres que salieron al día siguiente con balloneta para rematar a los heridos, olvidados de todo. La victoria española fue heroica. Según cronistas de le época, los ingleses perdieron unos cincuenta navíos de guerra. La arrogancia con que los ingleses habían supuesto como cierta la victoria les hizo acuñar monedas en que figuraban Blas de Lezo (con las dos piernas y los dos brazos) de rodillas entregando la espada al almirante Vernon, con la inscripción Don Blas y alrededor, la soberbia española abatida por el almirante Vernon.
La leyenda negra inglesa ha silenciado que el rey inglés prohibió, bajo pena de muerte, que se hablara ni se escribiera nunca sobre esta gran derrota. A Blas de Lezo se le concedió el título de Marqués de Ovieco, para perpetuar la memoria de este ilustre general. Murió en Cartagena de Indias el 7 de septiembre de 1741.
*Historiador y Doctor en Derecho
Lamentablemente el trato recibido por Lezo después de la victoria de Cartagena tuvo poco que ver con su éxito. El título de Marqués de Ovieco en realidad se lo concedió de forma póstuma Carlos III años después.
Un gran héroe de la Armada Española, posiblemente el más importante, totalmente silenciado por lo que queda de nuestro Ejército, que cada día se parece más a una ONG.
¡Los países que no recuerdan su Historia, dicen que están condenados a volver a repetirla!
Esperemos que no nos pase eso, pues hoy por hoy, ni tenemos Armada…