Marine Le Pen abrazada por su padre, Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional

N. O.- Cuando Jean-Marie Le Pen fundó su partido en 1972, parecía una excentricidad. Sin embargo, la crisis europea le dio un segundo impulso al movimiento y lo convirtió en modelo para muchos movimientos patrióticos de derecha que hoy están haciendo furor en Europa.

Desde que el envejecimiento de la población europea comenzó a presionar el equilibrio del Estado de bienestar -para el 2050, casi una tercera parte de la población tendrá más de 65 años- y desde que se disparó el desempleo, Europa enfrenta amenazas a su modelo político, cultural y económico. La economía de los países europeos necesita de una población activa, capaz de sostener a la población pasiva, y desde más de 30 años la solución fue un flujo continuo de inmigrantes. En 1995, el acuerdo de Schengen permitió la formación de un espacio de libre circulación que favoreció el desplazamiento de una fuerza laboral importante al interior del continente.

Sin embargo, la crisis económica del 2008 arruinó la fiesta. Francia, que había sido un centro de atracción laboral y educacional para inmigrantes europeos y extraeuropeos, aplicó durante el gobierno de Nicolas Sarkozy fuertes medidas de contención a la inmigración a través de las Prefecturas de Policía. Medidas parecidas surgieron también en otras naciones. En general, se considera que las restricciones cada vez más severas a la inmigración, las dilaciones a los permisos de residencia y las arbitrarias deportaciones no fueron sino la respuesta a un discurso patriótico que ya estaba resonando con inusitada efectividad en una parte del electorado francés y en toda la Comunidad Europea.

Con especial intensidad en la última década, los movimientos nacionalistas de derecha -algunos constituidos en partidos políticos, como el Frente Nacional (FN) en Francia- comenzaron a desplegar un discurso crítico del Estado de bienestar mientras mas éxito electoral tenía. La razón populista, entonces, se hizo parte del nuevo contexto político y social generado por la inmigración -principalmente gitanos, africanos y trabajadores de Europa del Este- y la población musulmana.

Michel Wieviorka, director de estudios de l’EHESS de París, retrata la historia y el presente del Frente Nacional. Se pregunta sobre las razones contextuales que le han permitido instalarse en el espacio político francés y distingue claramente dos tiempos en el movimiento: la etapa de la fundación del partido, en 1972, por parte de Jean-Marie Le Pen, y la etapa del relevo y consolidación política, impulsada ahora por Marine, su hija.

En el paso de una etapa a otra, Francia no es la misma; si a inicios de los años 1970, y pese a la descolonización, Francia era una sociedad industrial y una nación central y pujante en el concierto europeo, estas condiciones ya no serían tan evidentes en el cambio de siglo. Esta crisis constituye un elemento central en el éxito del segundo Frente Nacional.

Wieviorka muestra que el FN de Jean-Marie Le Pen se apoyó sobre una base social conformada por comerciantes y artesanos desplazados por la modernización de posguerra, perjudicados por las transformaciones económicas y muy descontentos con las políticas de inmigración y el creciente deterioro de los niveles de seguridad en las ciudades. El movimiento de Le Pen capitalizó políticamente ambos sentimientos: el malestar y el miedo. En este primer momento, el FN sostenía que el individualismo y las lógicas de la globalización eran contrarios a los valores tradicionales de Francia. Con un discurso abiertamente antiizquierdista, Jean-Marie Le Pen no ponía su acento en las instituciones republicanas, como lo ha intentado su hija años después, sino en una idea de nación caracterizada por una homogeneidad cultural, étnica o racial, cuyo cuerpo social se veía fuertemente amenazado por los inmigrantes y los judíos.

El libro explica la penetración del FN en el mundo obrero en función de las sucesivas crisis económicas, de la parálisis del modelo francés del Estado de bienestar, del declive del sindicalismo y del rechazo a los extranjeros que amenazan los puestos de trabajo y tensionan la pretendida homogeneidad cultural de la nación. Críticos del aggiornamiento de la “izquierda caviar”, de los bobos -burgueses bohemios-, del progresismo y el elitismo de centroderecha encarnado por el UMP de Sarkozy, en las elecciones del año 2011 un tercio de los obreros franceses votó por candidatos del FN.

Desde ese momento, el nuevo FN ha logrado interpretar el malestar de los electores provenientes de las ciudades más lastimadas por la modernidad, de los habitantes de los barrios periféricos y de quienes residen en la llamada “Francia profunda”. La vitalidad del nuevo FN es muy fuerte en zonas urbanas periféricas y marginalizadas, pero también en sectores rurales donde los servicios públicos y el brazo del Estado son apenas visibles.

Sin embargo, la renovación del FN no pasa solamente por estos factores. Luego de explotar nuevos problemas, como los conflictos entre la laicidad del Estado, los valores republicanos y las extendidas prácticas religiosas islamistas de los inmigrantes, la nueva estrategia de Marine Le Pen ha logrado atraer a funcionarios del Estado y profesionales liberales que también se muestran inquietos por la mutación cultural. Wieviorka retoma estas fuentes de conflicto y analiza cómo el FN ha logrado convertir este escenario en un foco de oportunidades para aumentar su base electoral, puesto que los cambios y continuidades que se advierten en el discurso de este partido se relacionan directamente con los cambios que han afectado a sus diferentes nichos de electores.

Las vacilaciones políticas de Sarkozy, el debilitamiento de la centroderecha tras el triunfo de François Hollande y la caída en picada de la popularidad del actual presidente han sido muy bien capitalizados por un FN que actualmente profita de la crisis ideológica en ambos lados del espectro.

Para Wieviorka, el contexto en que se desenvuelve el crecimiento del FN es la crisis económica. Pero ella no basta para explicar su arremetida electoral. El factor decisivo sería la crisis ideológica de la derecha, que el gobierno de Sarkozy puso de relieve, y -más de fondo- las fracturas de conciencia de una Europa dudosa de su propia identidad y sin repertorio para enfrentar las amenazas de la globalización, las multinacionales y la presión migratoria.

Así las cosas, el éxito del FN está marcado por una crisis política que es doble. Mientras el socialismo ha optado por la gobernabilidad y por reformas insuficientes para contener el malestar de quienes se sienten “olvidados”, “invisibles” y “excluidos” del sistema, la derecha tampoco tiene un proyecto de futuro coherente. Ante esta confusión ideológica, el FN se vale de la ambigüedad discursiva e ideológica para abrir un camino en el cual converge el creciente malestar de millones de franceses y su temor a un futuro cada día más oscuro e incierto.

Marine Le pen, exultante

Por su parte, Marine Le Pen estaba exultante por su triunfo: “Es el fin de la bipolarización de la política francesa”, dijo en el estudio de TF1, donde estaban reunidos los líderes de cada partido. “El Frente Nacional llega como una gran fuerza política nacional y local. Es la revelación de la noche. La llegada en primer lugar en ciudades grandes como Avignon es tan importante como inesperada”, agregó y llamó a los abstencionistas a acompañarla en su proyecto.

La ex secretaria general del Partido Socialista, Martine Aubry, en tanto, recordó la campana presidencial de Nicolás Sarkozy y su defensa de ideas similares a las de Le Pen: “La derecha banalizó las ideas del Frente Nacional”, dijo la alcalde de Lille.

La UMP se recuperó en varias ciudades y el ex premier Alain Juppe fue reelecto alcalde de Bordeaux en primera vuelta. El presidente del MODEM y ex candidato presidencial, Francois Bayrou, ganó en Pau y se posiciona bien para el balotaje. Este primer turno de las municipales en Francia muestra que los electores han roto la historia de amor que tuvieron con François Hollande.