Nos mata, no físicamente pero sí como personas. Nos anula, acabando con nuestra libertad. Finiquita la capacidad de juzgar nuestras propias situaciones vitales y nos ciega la facultad de decidir a partir de una conciencia que duerme placentera en esos Mundos de Yupi que se nos ofrecen como pasaporte a la felicidad.

La nueva dictadura se disfraza de panoplia de derechos, aunque lo que realmente ofrece es ausencia de compromiso donde antes había débito voluntariamente aceptado, irrelevancia donde antes existía asunción de los propios actos y dejadez donde antes habitaba el esfuerzo.

El aborto es un crimen en sí mismo, pero quizá lo peor no sea eso. Es posible que su efecto asesino y devastador alcance a la muerte civil de la persona tal y como la entendemos. El aborto significa el barrido de la responsabilidad que generan las acciones que uno toma en el ejercicio de sus antojos; supone un inhumano descuento de una realidad natural: los actos de cada uno generan consecuencias, y el ejercicio responsable de la libertad de esos actos implica asumir sus resultados.

Tratar de eliminar las secuelas de aquello que uno hace equivale a matar la libertad, pues ésta es una apuesta inútil cuando se juega con fichas. A la timba de la Libertad se va con la hijuela, y lo demás son los Juegos Reunidos Geyper.

No es lo único. La nueva dictadura también permite a los niños y adolescentes que incumplan su deber de esforzarse y dar lo mejor de sí mismos sin que ello suponga que han de pasar forzosamente por los estadios del aprendizaje superando los listones. Aquella vieja concepción que entendía educación y formación como “sacar lo mejor de cada uno” queda desterrada por un “¡Viva lo peor!” que se traduce en no perturbar a quien quiere hacer lo que le pete, sea bueno o malo para él. Esto, dicen es Libertad. Uno puede no dar ni palo, y pasarse las clases durmiendo, pero pasa de curso. ¡Guay!

¿Casarse? ¡Claro! Si deshacer lo hecho es cuestión de un par de días…

En definitiva, la nueva dictadura no hace más que inventar mecanismos que releven al individuo de la responsabilidad que contrae por sus propios actos.

Pero ¡ojo! Nada es gratis. Ese mismo individuo feliz por la carencia de sanciones al erróneo o doloso ejercicio de su albedrío ignora que sólo su esfera privada, su sagrada libertad está exenta del canon de la aldea feliz. Nada que caiga en el ámbito de lo que los sacerdotes del mundo regalado gestionan queda fuera del peso terrible de sus designios. El infeliz que puede montarse en la máquina del tiempo que remeda sus errores, los de su vida privada, lo hace a cambio de la inflexibilidad en lo tocante a aquello que afecte a “la comunidad”. La comunidad, el bien común, la solidaridad…cualquier mantra es bueno para descoyuntar la grandeza de la persona y someterlo al rigor cuando toque, mientras se le despersonaliza y se le incluye en esa masa en cuya virtud su condición humana queda sacrificada. Ya o vale aquello de “Sólo la Verdad os hará libres”; la nueva revelación es perversamente inversa: “Sólo la Libertad os hará verdaderos”. Terrible, el nuevo “padrecito” quiere infantes eternos, el pelo de la entrepierna sólo le interesa a efectos de urna.

Así, Vd. disfruta, cada día más, de un paraíso en el que sus errores o actuaciones dolosas en lo personal no se pagan, pero a cambio se somete a un sanedrín de iluminados que, bajo la excusa de lo colectivo, deciden en qué ha de educarse, qué es bueno para su salud, qué ideas son buenas, cuáles merecen etiquetas, y acaban por robarle hasta el lenguaje, para poder arrojárselo cuando se le ocurra salir de los cauces que, ellos mismos, los que viven de su dinero, establecen.