Evidencias. Dos de los autos incendiados en las protestas surgidas entre el lunes y martes en Amiens.

D.C.- En el parking, una camioneta que alguna vez fue colorada estaba aún allí, calcinada, como el símbolo de una noche de violencia. El asfalto estaba quemado en cada esquina, donde habían ardido los vehículos y las barricadas para que las fuerzas del orden no entraran por la rotonda. Los jóvenes encapuchados los miraban desafiantes desde el hall de la Cité Balzac y la policía antidisturbios giraba una y otra vez en círculo, en sus combis blancas, observándolos detenidamente. Un adolescente sin casco marchaba en una sola rueda en su motito amarilla, provocativamente y en alta velocidad, delante de la policía. Desde el primero al sexto piso de los edificios, algunos vecinos se asomaban por la ventana para mirar la escena y rápidamente volvían a desaparecer entre las cortinas. Las calles de los suburbios en Amiens, salvo ellos, eran un desierto .

Los jóvenes, los policías y los ciudadanos rehenes del guetto fueron los tres protagonistas de la explosión social de Amiens Norte, en la periferia de una ciudad textil que ha perdido sus fábricas, que dejó 16 policías heridos con perdigones y docenas de automóviles quemados entre el lunes y el martes últimos. Un signo de alarma y el temor a que la revuelta de Amiens pueda extenderse a otros suburbios del país, como consecuencia de un cóctel que incluye tensión racial, desempleo y un desencuentro cultural profundo entre los franceses hijos de los inmigrantes africanos que provienen de las ex colonias de Francia y los otros, pero todos nacidos en el país.

El gobierno socialista de François Hollande consiguió al menos su objetivo: frenar la violencia e instaurar el “orden republicano” en 24 horas, con la presencia del ministro del Interior, Manuel Valls, después de una noche de disturbios. Hay indescriptible tensión , pero la explosión no continuó la noche siguiente en la misma escala. Los ómnibus de Ametis, el único medio de transporte entre la Cité y la ciudad, no pasan por miedo y los pocos comercios han cerrado por prevención. La escuela primaria de la rue Voltaire, donde cursaron todos los participantes en la revuelta, fue incendiada, en otro ejemplo de la irracionalidad de una noche violenta, donde los hijos quemaron los autos de los padres o de sus vecinos de toda la vida, como en el estallido social de 2005 en Francia.

Los disturbios se iniciaron el sábado cuando la policía detuvo a un joven conductor de un automóvil, que llevaba en su baúl fuegos artificiales, botellas para bombas molotov y gasolina. El control enfureció a los pobladores de las inmediaciones, que estaban acompañado en un funeral a una familia que había perdido a su hijo Nadir en un accidente de motocicleta. Les pareció “excesivo” y lanzaron una batalla campal contra la policía .

Una vez más, la acusada fue “la opresión de la policía fascista”, como dice Mohamed. Un joven de 18 años de padres malíes, que explica que él y sus amigos jóvenes se consideran abusados por la policía “en los permanentes controles de identidad” en su barrio. “Reaccionamos porque estaban controlando cuando el barrio estaba llorando a Nadir”, dijo.

Otra es la versión de Lynn Piochelle, una jubilada “de izquierda”, que siempre vivió en el barrio. “Esa noche nadie pegó un ojo. El helicóptero sobrevolaba y los autos ardían. ‘Vieja de mierda, no te metas’, fue la respuesta cuando intenté calmarlos. Pero ¿dónde están los padres de estos adolescentes?”, se preguntó, respondiéndose: “Acá la única solución es la Legión Extranjera porque los padres no están a la altura de la responsabilidad. Ellos los van a alinear porque son franceses estos jóvenes ¿sabe usted? No son árabes.” Katche, que nació en Costa de Marfil y se educó como programador de sistemas en Francia, cree que siempre hay dos versiones de la historia y “todos se consideran víctimas” . “La policía antidisturbios no tiene que entrar a los suburbios armada como si fueran mafiosos sicilianios. No es una guerra. En los jóvenes hay un problema de educación, de ‘guetizacion’ y de falta de trabajo. Pero mi pregunta es ¿dónde están los padres en esta historia? En mi época, era diferente: los padres ponían limites, se respetaba a los mayores, obedecían. Eso es lo que ha cambiado”.

Este marfileño se educó en la escuela pública francesa, es trilingüe y siempre vivió en la periferia. El está convencido de que el problema es que los jóvenes que participaron en el estallido social “son nacidos en Francia pero no son de ninguna parte”. “La escuela pública ya no produce igualdad”, explicó. “Hay que reinstalar el servicio nacional o militar: los jóvenes tendrían disciplina, un carnet de conductor que no les costaría 3.000 euros como ahora para manejar un camión, no serían iletrados y aprenderían un oficio”.

Le Pigioniers, Balzac, Fafet podrían parecer edificios tranquilos de los suburbios de una gran ciudad si no estuvieran en ebullición. Tienen parques, una piscina, gimnasio, canchas de básquet, mercado. El drama pasa por el sentimiento de los jóvenes de falta de integración real en la sociedad francesa, no por el entretenimiento.

Esta ciudad, a dos horas al norte de París, decidirá “el modelo” del presidente socialista Hollande para negociar su política con una tercera generación de franceses que no se sienten tales.