BD.- El diario independentista vasco Gara nos lee, y lo hace con tanto interés que su lectura le provoca la necesidad de comentar lo que en AD se escribe. No sabemos si nos leen con la ayuda de un traductor o si por el contrario se dignan hacerlo en el original. Pero en cualquier caso, y por lo que veo, publican en español, el idioma del Imperio. Lo que se agradece.

Nunca he entendido por qué algunos tienen tanto interés por el detalle y las menudencias del discurso del oponente. Conociendo las líneas maestras de éste, todo lo demás sobra. Yo, por ejemplo, sé lo que significa Gara, lo que representa y qué defiende. Suficiente. Lo que evacuen a diario sus redactores me interesa tanto como el color de sus calzoncillos. O de sus bragas (ya se sabe: los vascos y las vascas). No tengo por afición asomarme a las letrinas públicas para ver las deposiciones cotidianas de los demás. Mi curiosidad tiene límites. Me imagino demasiado la calidad de sus heces como para encima recrearme en su visión permanente. Otros tendrán ese gusto. Con su pan se lo coman.

La firmante Maite Soroa siente repulsión por la zafiedad y la xenofobia. Muy bien. Eso se llama independencia de criterio y libertad de expresión. Exactamente lo que otros reclamamos para la exposición de nuestras propias indignaciones. Vivimos en un mundo de indignados y de indignación. Es el signo de estos tiempos, y también de una humanidad que cada día más se define a través de sus sentimientos y emociones antes que por su propia capacidad de ser y de hacer. Mundo femenino. Hoy toca sentir. Pues déjenos a nosotros también sentir lo nuestro. También los “zafios y los xenófobos” queremos gozar del privilegio de la indignación. También tenemos nuestro corazón. Es nuestro lado femenino.

Maite Soroa considera que el bueno de B. D., servidor, es un zafio y un xenófobo. Se queda corta, otros dirán que es un enérgumeno y una crápula. Mi madre y Armando Robles piensan lo contrario, con eso ya me conformo, y esa benevolencia es bálsamo suficiente como para calmar el dolor emocional que tan severas palabras pudieran provocarme, de carecer del apoyo moral de mis seres queridos y del repetido aplauso de los rendidos admiradores de mi prosa cervantina.

Lo que uno sea es algo que a veces ni uno mismo sabe a ciencia cierta, y lo que uno le parece que es a otros, eso es del todo subjetivo. La mirada no siempre ve, dibuja ante todo. Como esto pudiera ser demasiado criptico para algunos, pondré un ejemplo. Maite (esta u otra cualquiera, o Antxón, ¿me explico?) pueden pensar que B. D es un zafio y un xenófobo, un típico representante de la derechona (no hace falta apellidarle española, ya que derechona no puede haber más que una, como la madre).

Por su parte, B. D., llevado por el prisma de su propia mirada, puede pensar que Maite (o Antxón) es una estúpida, o tal vez una comemierda. Puro subjetivismo. A su vez, Maite Soroa, que ve en B. D. el ejemplar prototípico del zafio y xenófobo, al mismo tiempo puede pensar que un tipo con txapela y máscara de Fu Man Chú que pega tiros en la nuca a la gente que le molesta es un héroe vasco y un bravo muchachote. Otra vez el subjetivismo. Que nadie diga que la naturaleza de los apelativos zafio y xenófobo por una parte, y estúpida y comemierda por otra, son de calibre distinto. Eso sería caer en la inocencia de pensar que aquí zafio y zenófobo no constituyen descalificaciones absolutas e injurias mayores en boca de quien las lanza. A donde las dan las han de tomar, amor con amor se paga y a los insultos se responde con insultos. Todo lo demás es la ley del embudo. Ley pareja no es rigurosa. Aquí follamos todos o matamos a la puta.

“Servidora siente similar simpatía por la selección francesa que por la española, pero también siente repulsión ante semejante muestra de xenofobia y zafiedad”. Eso dice textualmente Maite. Zafiedad significa tosquedad, incultura, groseria. El calificativo es a todas luces inapropiado para el caso aquí presente. Pero no para Maite, para quien a todas luces alguien es zafio por el simple hecho de decir cosas desagradables a los oidos, o escribir palabras molestas a la vista de quienes piensan diferente. Por lo tanto lo de zafio hubiera podido ser cualquier otra cosa. Menos bonito, lo que sea.

En cuanto a lo de xenófobo, la cosa tiene su enjundia, viniendo de donde viene. No perdamos el tiempo con la definición del término (un clic y entramos en la Real Academia de la Lengua Española, o en Wikipedia si prefieren algunos).

Para empezar, Maite Soroa proviene de un mundo (la izquierda nacionalista vasca) cuya seña de identidad más pronunciada es el racismo y la xenofobia. El racismo antiespañol es la biblia del nacionalismo vasco desde sus orígenes sabinianos hasta hoy, aunque ya no suele expresarse con la crudeza de Arana y sus coetános. El libro de cabecera de los abertzales y otros nacionalistas vascos son los escritos de Sabino Arana, y supongo que Maite no habrá renegado nunca del ideológo y fundador del moderno movimiento nacionalista vasco. De lo contrario no me explico qué hace (y qué le dejan hacer) en un medio como Gara. En esa perspectiva, es cuando menos un ejercicio de cinismo e hipocresía clamoroso el señalar a otros con el dedo sucio de aquello que lo que se acusa. El mismo mundo ideológico y cultural que ha creado el término “maketo” para estigmatizar a los españoles con el sello indeleble de la inferioridad, se siente por otra parte libre de acusar a otros de aquello de lo que ellos están llenos hasta decir basta.

El mismo diario donde se desempeña, con vocación inquisidora Maite (pues en lugar de buscar información se va a curiosear en los medios contrarios, a ver si le sale el artículo del día), se llama Gara, que en vascuense significa “Nosotros”. La elección de este nombre no carece de importancia. Es una declaración de principios cuyo significado no escapa al más despistado. “Nosotros” por oposición a los demás. “Nosotros” sin ellos. “Nosotros” solos (a imitación del Sinn Fein tan admirado por los abertzales: “Nosotros solos” en gaélico). Orgullosamente xenófobo es el nombre de Gara. El “Nosotros” pone una frontera entre unos y otros, traza una línea separadora entre los “nuestros” y el resto del mundo, los “otros”. ¿Desde esta declaración de desafiante xenofobia se pretenda dar lecciones de algo? Hace falta tener poca vergüenza y mucho aplomo para lanzar ataques de esta naturaleza, teniendo la casa como la tienen. Porque además no se trata aquí de algo limitado al mundillo de la prensa sin repercusión en la vida real. Se ha llevado a cabo en el País Vasco, a lo largo de varias décadas una auténtica limpieza étnica, contra la población considerada “otra” por el nacionalismo vasco, unos a punta de pistola y otros frotándose las manos (unos sacudían el árbol y los otros recogían las nueces, como dijo alguien en su día).

Los que han participado en esa limpieza étnica, por activa o por pasiva, actuando en el escenario o aplaudiendo desde la platea, poniendo bombas o tomando chiquitos (perdon: txikitos) con los que las ponían, pretenden erigirse en defensores de valores y en defensores de derechos que ellos han pisoteado durante 40 años de ignominia. Abertzales y basta. Es como si las putas de carretera quisieran darnos cursillos de virtud, como si los cerdos, desde el espeso fango de sus excrementos, se sintieran autorizados a hablarnos de higiene. No es el lodazal el lugar más apropiado para hacerse los delicados con los olores ajenos. ¿De dónde les vendrá la idea a algunos que todos aceptamos lecciones de los podridos que en el mundo son?

Los que han aplaudido, los que han tolerado, los que han participado en una empresa criminal que ha enlutado a miles de familias españolas y que además siguen escupiendo sobre el dolor que han causado, añaden a su insondable vileza la burla repugnante de tomarnos por imbéciles al creer que estamos dispuestos a dejarnos injuriar y avasallar por lo peor que se ha arrastrado sobre el suelo de España en este siglo.

Pero volvamos al caso que me ha valido ser calificado de zafio y xenófobo. Defiendo una selección española constituída por españoles de raza blanca, con raíces antiguas en este país. Una selección étnicamente homogénea a la imagen de lo que también deseo para España. Una idea a todas luces criminal por lo visto (hitleriana para más señas), en la curiosa mentalidad abertzale. Al lado de esto cualquier tiro en la nuca, cualquier coche bomba a la puerta de un cuartel de la Guardia Civil o en un supermecado es cosa baladí, intrascendente, futil. Los mismos que han aplaudido descaradamente o han justificado de alguna manera (a veces mediante alambicadas recomposiciones intelectuales que han dado por bueno todos los crimenes de ETA), hechos monstruosos como España no conocía por lo menos desde las salvajadas del Frente Popular (Paracuellos y demás para entendernos), los asesinatos de Miguel Ángel Blanco, el secuestro bajo tierra durante 532 días de Ortega Lara, los muertos de Hypercor o los niños destrozados de Vic, de pronto siente una irresistible rabia y una santa indignación por que alguien reconozca preferir los suyos a los ajenos. Maite: estas cosas hay que hacérselas ver. Hay especialistas para tratar estas cosas. Si el problema es sicológico, mental, alguna mala conexión en la pella cerebral abertzale, algún déficit de yodo en el periodo prenatal, entonces habrá algún remedio, por limitado que sea. La esaquizofrenia no se cura pero se medica. Un tratamiento adecuado puede limitar los daños. Pero si el problema es puramente moral, entonces que Dios se apiada de tí. Llegará el momento en que habrá que rendir cuentas ante un juez infalible e incorruptible al que le importa una higa Euskal Herria y su puta madre.

Pues bien, ¿acaso la prefencia nacional que expreso no es lo mismo que han practicado (y aún practican de alguna manera) los equipos vascos (Real Sociedad y Atlético de Bilbao) al no enrolar en sus filas más que a vascos (o “vascos pero menos”)? Cierto es que desde hace un tiempo, ese criterio ha sufrido algunas excepciones en lo tocante al lugar de nacimiento de los jugadores, pero la política en materia de fichajes (que nunca ha criticado, que yo sepa, el nacionalismo vasco, precisamente por ser esta la expresión más sincera de ese sentimiento exclusivista y xenófobo vasco) sigue siendo la de preferir por encima de todo a jugadores vascos o “vascos pero menos”, nacidos en algún territorio euskaldún o no. Si un yoruba de Nigeria puede acreditar que un lejano antepasado bilbaino dejó una gota de semen en la vagina de su negra progenitora y el producto de esta tropical eyaculación fuera un dechado de virtudes futbolisticas, entonces este Babakolo Gayumbe Bemba Aguirre será vasco para la Real Sociedad o el Atletí y bueno para marcar goles para mayor gloria de la patria vasca. El criterio racial, étnico o como queramos llamarlo, es pues el criterio determinante para jugar en un equipo vasco, aunque aquí, y solo por interés de los clubes vascos, el concepto de vasco es de geometia variable. Los clubes vascos: gente zafia y xenófoba. Maite dixit.

La catadura moral de los que critican la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que se aloja en el propio se llama en lenguaje llano sinvergonzonería. Los (y las) hay caraduras.

Por último, si me quieres ofender no me llames xenófobo, racista y menos nazi. Llámane abertzale, gudari o mejor aun: hijo de Sabino Arana.