Amiguetes de Irán y Hamás, un planazo
Luís Ventoso.- Matthew Syed, de 54 años, es un columnista inglés de lejanos ancestros persas que escribe en The Sunday Times de manera muy cabal. Hace un par de semanas leí un artículo suyo esclarecedor. Su tesis era tan sencilla que ni se suele reparar en ella.
Putin no quiere morir en una guerra nuclear, ni que perezca su familia, explica Syed. Desea seguir disfrutando de lo que roba, de sus lujos, sus novias y su poder omnímodo, y tampoco quiere que Rusia sea exterminada. Pero los ayatolás operan con una lógica distinta, la del fanático religioso. Si el régimen iraní lograse la bomba atómica podría utilizarla sin pestañear, porque lo que diferencia a esa cúpula fundamentalista de otros países enemigos de Occidente es que ellos sí están dispuestos a morir. De hecho, un martirio aniquilando a Israel —o intentando un golpe memorable contra Estados Unidos— sería el máximo honor para Alí Jamenei, un tirano de 86 años, el pasaporte directo al paraíso de Alá. Hablamos de un régimen que en los ocho años de guerra contra Irak llegó a enviar a 20.000 menores de edad, algunos de solo doce años, a inmolarse contra los tanques enemigos como bombas humanas. Un martirio encomiable, merecedor del mayor premio celestial, según los desalmados que los enviaban al suicidio.
Desde que llegaron al poder en 1979, los ayatolás llevan cuatro décadas proclamando que hay que borrar a Israel del mapa. Jamenei lo ha comparado con un «tumor cancerígeno que es necesario extirpar». Son sus propias palabras. Si lograsen la bomba —y estaban muy cerca— por primera vez se encontrarían en disposición de cumplir su amenaza. Así que Israel le ha hecho el trabajo sucio a Occidente frenando el plan atómico iraní, que sería el preludio de la extensión de la bomba por varios de los países del mayor avispero del planeta.
Irán es la potencia regional que animó el ataque terrorista de Hamás contra Israel. La que sostenía al sangriento Al-Asad y a las milicias integristas del Líbano. La que apoya a los piratas hutíes. La que nutría a Putin de drones contra Ucrania. La dictadura fundamentalista iraní no es nuestra amiga o aliada en ningún orden. Es el régimen que apalea a las mujeres por el velo, que persigue a los homosexuales y a veces los ahorca, que acogota a su pueblo con una dictadura implacable —más de 900 ejecuciones el año pasado—, que no tolera la libertad religiosa de los cristianos (ni ninguna otra).
Y ahora viene la pregunta: ¿dónde se sitúan el Gobierno de España y sus aliados ante la guerra que sostienen Israel y Estados contra la crecida atómica de Irán? Pues evidentemente están del lado de los iraníes, como se constata con un simple repaso de las llamadas de Albares, que ha telefoneado a los ministros de Exteriores de Irán y los países árabes, pero que siente una aversión militante hacia Israel. Por su parte, Mi Persona muestra una exquisita equidistancia entre la dictadura fundamentalista iraní y Estados Unidos y llama a negociar con Teherán, a pesar de que le toma el pelo una y otra vez a Occidente en la mesa de negociación y sigue avanzando hacia la bomba. Y no hablemos ya de la extrema izquierda comunista, donde las que van de feministas y súper arcoíris respaldan a los ayatolás y hasta han recibido su financiación (véase aquella televisión de Iglesias).
Nuestra política exterior es un desatino. Entre China y Estados Unidos, Sánchez —y Zapatero— prefieren la dictadura del PCC. Mirando al sur somos íntimos del sátrapa alauita, aunque no deja de torearnos con zorrería. Entre Milei y Maduro, más cerca del tirano venezolano, con Zapatero como lobista en jefe de la narcodictadura. Entre Hamás e Israel, a tope con las milicias yihadistas, que no cesan de darle las gracias a Mi Persona por sus leales servicios. Y de propina, nuestro gran líder pato laqueado se lanza ahora a una protesta contra el gasto militar en la OTAN en víspera de la gran cumbre de la Alianza. Una sobreactuación para intentar tapar que su tinglado se está hundiendo por los robos, el nepotismo, la sumisión al separatismo y la pura incompetencia (dos años sin presupuestos).
El proceso de cambio que iba a durar hasta 2030 —Sánchez dixit en junio de 2018— hace agua. Crece la crítica interna en el PSOE. Algunos periodistas afines van desmarcándose. La gran prensa europea se hace eco al fin de los escándalos del pedrolismo (a pesar de que la Moncloa cuenta con un patético comisario político con alma de censor dedicado a llamarlos para abroncarlos cuando critican al divo). Hasta el diario socialista The Guardian destaca de que ha comenzado la «cuenta atrás». Mientras, en la calle y la redes, Sánchez ya es carne de memes.
La diplomacia anti occidental de Peter, ejecutada por un petulante petimetre que se cree Metternich, solo añadirá otro clavo al ataúd en ciernes.