El feminismo impostado de Isabel Pardo de Vera
Transcribo la conversación textual y las formas salaces empleadas por Koldo con la muy feminista Isabel Pardo de Vera, ex presidenta de Adif, en un contexto en el que hablaban de un par de personas a las que colocar en empresas públicas.
Pardo de Vera: «Sí, pásame el contacto».
Koldo: «Te lo pasé por WhatsApp ahí. Pasas de mí…».
Pardo de Vera: «No, es que tengo que tomar magnesio o algo. Estoy vieja, que le vamos a hacer».
Koldo: «Joder, pues cuando te he visto con el pantalón de traje así, estás buenísima».
Pardo de Vera: (se ríe) «Es el uniforme. ¿Sabes cuando te levantas y dices… mira… no… no… qué me pongo? Lo negro y ya está».
Esta conversación muestra el tonelaje de indignidad que los cargos de las empresas públicas nombrados a dedo están dispuestas a soportar.
¿Se imaginan ustedes a damas dignas de esa consideración soportando tan denigrante trance? ¿Se imaginan a presidentas de corporaciones privadas como Patricia Botín, Marta Ortega o las hermanas Koplowitz permitiendo a un repulsivo garrulo, a un desecho de tientas como Koldo, sobrepasar los límites perimetrales que exige el más estricto sentido de la dignidad y de la autoestima?
Todo lo cual demuestra que lo público se ha convertido en un devorador de fondos procedentes de los ciudadanos. La izquierda defiende lo público porque le permite robar a manos llenas y poner al frente de empresas como ADIF a militantes dispuestas a tragar con todo, incluso con casposos como Koldo, cuando entre risas le escupe que está muy buena con el traje que lleva. Cayetana Álvarez de Toledo le habría soltado al putero un sonoro soplamocos.
Lo público se ha convertido en el refugio de los más inútiles, incapaces y con menos escrúpulos. La izquierda ha convertido lo público en un pozo sin fondo, oscuro, tenebroso, creado desde la complicidad del que solo está en política para robar. Agujeros negros que solo absorben dinero público que suele ir a manos de amiguetes y amiguitas para pagar favores pendientes.
Por eso la prevalencia de lo público es inversamente proporcional al desarrollo económico de una nación. En la medida que se pone la gestión de cientos de millones de euros en manos de quienes no sabrían gestionar un kiosco de chucherías, lo sorprendente es que algo salga bien. Ana Pardo de Vera es el mejor ejemplo.