Los whatsapp de Pedro a José Luis
Antonio R. Naranjo.- El conocimiento de los mensajes privados entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos en un momento concreto de la historia reciente, el periodo entre 2020 y 2021 en el que hubo un ligero atisbo de contestación interna en el PSOE impulsado por los barones regionales, no revela nada nuevo.
La publicación de El Mundo, que extrae esas conversaciones del material confiscado a Koldo García, albacea de los secretos de Ábalos para pánico de la Moncloa por lo que allí se encontrará antes o después, simplemente confirma lo ya conocido.
A saber: que Sánchez cree que su partido debe funcionar como el Partido Comunista Chino y todo estorbo en casa ha de acabar arrojado a los perros; que la disidencia interna era en realidad un pellizco de monja sin valor real para enfrentarse a campo abierto a las tropelías de esta versión española de Kim Jong-un y que el personaje en cuestión carece del más elemental límite moral y no le importa indultar a delincuentes o blanquear a terroristas si con ello obtiene su premio, sea una investidura o aprobar unos presupuestos.
A nadie que haya seguido su trayectoria le sorprenderá la inquina de Sánchez por todo tipo de disidencia, y mucho menos la interna, a poco que refresque su memoria reciente y le vea intentando legislar contra jueces y periodistas en pleno temporal de corrupción en su Gobierno y su familia: cómo no va a enfilar a los Lambán, Vara, Page y compañía si es capaz de cerrar a cal y canto al Poder Legislativo y reabrirlo solo para tratar de aprobar una Ley de Impunidad que señale y castigue a todos los contrapesos a sus bellaquerías.
Más morbo tiene intuir que en las comunicaciones entre Sánchez y Ábalos, el Sancho Panza sin escrúpulos de un Don Quijote poseído por Dorian Grey, pueden aparecer otras joyas relativas a todas las andanzas que hoy aparecen en incontables instrucciones judiciales e investigaciones de la Guardia Civil, relativas a la sincronización entre decisiones públicas, intereses privados y beneficios corales para las partes.
O acaso alguien que no esté a sueldo se sigue creyendo que la simbiosis entre los pelotazos de unos, los ingresos de otros, las firmas oficiales de algunos más y la aparición en todo ello del entorno político y personal de nuestro Nerón de extrarradio son una desdichada casualidad. Y un burro volando.
La lista de mensajes también confirma otra certeza que a nadie se le escapa: la oposición interna a Sánchez nunca ha existido y, todo lo más, se activaba los justo para internar persuadir a los electores domésticos de una supuesta diferencia entre el PSOE regional y el nacional para esquivar el castigo en las urnas por los negocios mafiosos de Sánchez con los herederos de Batasuna y los partidos encabezados por golpistas y prófugos.
A cada crítica pública con la boca pequeña de Page, Lambán, Vara y compañía le acompañaba, a renglón seguido, una aclaración sumisa al embajador de Sánchez para el juego sucio, con una petición de disculpas tácita y una rendición incondicional: no es lo que parece, José Luis, dile a Pedro que estamos con él a muerte, vienen a decir.
La cobardía de los barones, que al final siempre prefirieron humillar a España que desairar de verdad al jefecito, ha terminado como terminan todas las historias con lacayos de por medio: con los cobardes en el foso, sustituidos por esbirros dispuestos a cumplir las órdenes sin hacer preguntas.
María Jesús Montero, Pilar Alegría, Diana Morant, Óscar López o Ángel Víctor Torres ostentan hoy la doble condición de miembros del Gobierno y jefes de la oposición en comunidades autónomas a las que jamás ayudarán, retorciendo una vez más el ecosistema institucional exigible en una democracia sana. Y todos los que callaron con Sánchez y le dejaron hacer, con la excepción simbólica de Page, están en sus casas o mendigando alguna ocupación al calor del poder sanchista.
El líder socialista solo tiene 121 diputados, el menor número de cualquier presidente desde 1978. No ganó las elecciones y carece de mayorías estables en el Congreso, que solo existen para perpetrar violaciones constitucionales a cambio de otro contrato temporal de un par de meses, renovable, en la Moncloa. Y pese a esa debilidad, ahí sigue, como si fuera Adenauer y tuviera una mayoría absolutísima. Y eso es culpa de quienes se callan, como los barones blandengues, cuya actitud ofrece una lección involuntaria: todo el que haga lo mismo desde su función, correrá la misma suerte. Porque o se va Pedro o cae España. Así de simple.