Encanallamiento
“Es el puto amo”. Ni en los ambientes o colectivos más bajos de cualquier sociedad hubiera pasado desapercibida esta ofensa, pronunciada en los medios audiovisuales, un día de máxima audiencia, contra un colectivo cualquiera, sin que, de inmediato, el ofensor hubiera sido objeto de repulsa adecuada, contundente y, posteriormente, condenado al ostracismo más absoluto. Máxime, si este colectivo ofendido pertenece a la sociedad de una nación que está encuadrada en la Europa de la civilización y la cultura, en el siglo XXI y cuyo colectivo lo constituyen, nada más y nada menos, las personas que, de alguna manera, apoyan al presidente del gobierno español.
Está claro: el puto amo es Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y el que lo delató, Óscar Puente, ministro de su gobierno. Como todo amo, lo es respecto de determinadas personas que le sirven. De inmediato surge, inevitable e imperiosamente, la pregunta: ¿quiénes son los siervos, los criados del amo? Y solo tiene una respuesta posible: todos los que, de alguna manera, le ayudan a mantenerse en el gobierno; es decir, desde sus ministros, los medios de comunicación que lo defienden, hasta ese grupo de ciudadanos que, conscientes de ello, lo votan.
Fíjese el lector hasta qué punto ha llegado el grado de aceptación de tal servilismo, que, ni los miembros del gobierno o cualquier cargo que dependa del presidente han exigido, como mínimo, una rectificación por parte del señor Óscar Puente. Lo aceptan de una manera natural.
Y eso solo tiene un nombre: encanallamiento.
Pero, ¿queda aquí la cosa? ¡Nada de eso! Esto es solo un indicio. Es la guinda del pastel. La guinda de un proceso de encanallamiento que se viene produciendo en la política española, desde hace unos años, y que ha sido posible gracias al envilecimiento de algunos sectores de la sociedad. Esos sectores compuestos por las personas a las que el señor Óscar Puente ha calificado de siervos, sin que estos, en un mínimo alarde de dignidad, se hayan revuelto contra él, y que son los que antes he mencionado: miembros del gobierno, algunos medios de comunicación y, finalmente, sectores de la población que votan y apoyan a este gobierno. Y esta ofensa se produce ya sin paliativos: de iure (con abuso) y sin pudor. Con descaro. Con indisimulada teatralidad que, desde el punto de vista moral, es lo más grave. Imposible ofender más con menos palabras.
Pero, tristemente, con ser gravísima esta ofensa, no es lo peor. Lo peor, y hay que repetirlo, es la indignidad de las personas ofendidas en público, en audiencia audiovisual multitudinaria, sin que, por parte de ninguna de ellas, se haya producido el más mínimo amago de protesta. Al contrario, han visto y aceptado, tácitamente, cómo el ofensor era premiado con un ministerio. Y eso solo puede significar una cosa: han aceptado, sin rechistar, su condición de sumisos.
La trama viene de largo. Porque todo este proceso de encanallamiento se inició cuando, en su deseo infantil, enfermizo e irreprimible de llegar a la Moncloa, Pedro Sánchez, se encontró con la realidad de que, para ver su deseo cumplido, había caído, literalmente hablando, en manos de Bildu y los independentistas. Llegado ese momento, tenía dos opciones: dignidad o ignominia. Es decir, o aceptar la derrota electoral, con dignidad o entregarse, vergonzosamente, en manos de esos dos grupúsculos antiespañoles. Y no lo dudó ni un segundo.
Todos sabemos que, en muchísimos políticos hay alguna dosis de histrionismo. Pueden prometer en periodo electoral lo que, después, no cumplen, bien porque al encontrarse con la realidad descubran que hay cosas que pueden ser más interesantes; bien, porque las circunstancias en las que se encuentren hagan difícil su realización. Incluso, en el peor de los casos, porque, desde un punto de vista personal o partidista les interese más.
En cualquier caso, todos los políticos incumplen determinadas promesas electorales, en temas, por así decir, menores; y todos, dado que el incumplimiento se refiere a ejecución de acciones menores, podrían, más o menos, justificar el incumplimiento con el argumento de, a última hora, “haber cambiado de opinión”.
Suele suceder que, en el caso de incumplimiento de determinadas promesas por parte de los gobernantes, relativos a temas menores, el votante, en el que predomine más su adscripción ideológica al partido, no lo tenga en cuenta y no le retire su confianza en las elecciones.
Sabemos también que no solo los políticos, sino todos en general, somos susceptibles de cambiar de opinión, de la noche a la mañana, respecto a determinadas decisiones menores: cambiar de corbata, el destino de nuestras vacaciones o el restaurante de alguna celebración.
Pero, ¿está justificado que el presidente del Gobierno, incumpliendo las promesas electorales, por razones de supervivencia política personal, cambie de opinión, con relación a temas que tienen que ver y afectan a la estructura, integridad, seguridad y dignidad del Estado? ¿Y está justificado, de alguna manera, que ese “cambio de opinión”, en temas tan decisivos, sea decidido sobre la marcha, como si se tratara de mudar de corbata? Absolutamente, no.
Pues así lo ha hecho el señor Sánchez, que sigue al pie de la letra a Maquiavelo en esta afirmación: ”La política nada tiene que ver con la moral”. ¿Qué justificación ética puede tener nadie para seguir apoyándolo? ¿Quizás los ministros desde sus poltronas/ministerios; algunos medios de comunicación desde sus correspondientes informativos o los ciudadanos que lo votan? Ninguna.
Solo están justificados aquellos ciudadanos, ignorantes políticos que, seducidos por un discurso populista, acuden ciegos a las urnas. Y de estos – se da en electores de todas las ideologías – existen no pocos.
Hay un libro del filósofo argentino Agustín Laje, titulado Generación idiota, que define muy bien al tipo actual de hombre. El autor, en una de las presentaciones de este libro, decía sarcásticamente: “los primeros idiotas son los que van a criticar el libro, sin haberlo leído”. Para después aclarar que el término “idiota” no lo pronuncia en el sentido actual, sino, como era conocido en la Grecia antigua. Es decir, se aplicaba para distinguir a aquellas personas que no estaban interesadas ni versadas en la vida pública y vivían distanciadas y al margen de ella.
Y aquí sí que viene la pregunta clave, decisiva, fundamental: ¿qué decir de esos que no son “idiotas”, pues saben perfectamente lo que hacen, y que entienden, hasta sus últimas consecuencias, el modo de actuar del presidente del Gobierno y, a pesar de ello, no lo critican? Y ¿qué decir del apoyo que le siguen prestando la totalidad de sus ministros, los agentes de los medios de comunicación, o, simplemente, los ciudadanos de a pie, votándolo? Con la agravante de que estos sí conocen, saben, o deberían saber, las implicaciones de todo orden, sobre todo moral, derivadas de la actividad de su Presidente. Todos, desde sus respectivos ámbitos, están contribuyendo a esta perversión.
¿Qué calificativo merecen? Si no es el de “idiotas”, ¿cuál entonces?
Antes de entrar en valoraciones añadidas, voy a dar los argumentos básicos para el calificativo final. Así no dará la impresión de que tal atributo sea el producto de una opinión irracional, sectaria o ideologizada.
¿Es posible que alguien pueda creer que es delito menor la malversación de fondos públicos, con el objetivo de colaborar en el proceso de intentar conseguir, unilateral e ilegalmente la independencia de Cataluña?
¿Es posible que alguien pueda creer que es delito menor implicarse en la celebración del proceso ilegal de separar a Cataluña de España, en un atentado contra la estructura e integridad del Estado? Rotundamente, no.
Por eso, cuando en el gobierno había racionalidad y dignidad política, se promovió la aplicación del artículo 155 de la Constitución de 1978. Con la anuencia del propio PSOE, ya con Pedro Sánchez de presidente y con el partido Ciudadanos, se llevó a cabo la aplicación de dicho artículo. Puigdemont huyó indignamente (al parecer, en el maletero de un coche) y todos los demás implicados fueron detenidos, juzgados y condenados a prisión, por diversos delitos, entre ellos los más graves de sedición y de malversación.
En esas circunstancias, el procés quedó prácticamente muerto, sin posibilidad alguna de reactivación.
El gobierno español recibió el reconocimiento unánime del conjunto de los países que constituyen la comunidad internacional. Con esta medida, el Estado solventó el problema político más grave de la historia reciente de España.
Pero, ¡oh destino! ¿Qué nos tenía reservado? Todo lo contrario. Un cambio de gobierno. Y a la dignidad más plausible le sucedió la indignidad total. Aún se oye el eco de las palabras de Pedro Sánchez en campaña electoral: “¿cómo quiere que se lo diga? Se lo digo una o veinte veces: no pactaré con Bildu ni con los independentistas. La amnistía no cabe en nuestra Constitución. Ni un referendum para la independencia”. Y como él, opinaban todos los que después llegaron a ser sus ministros.
¿Qué es lo que ha pasado? Un puñado de votos. Y, de la noche a la mañana, se desdice, de una punta a la otra, en todo lo que había mantenido en campaña, justificado con una vergonzosa frase/eufemismo de mentira: “he cambiado de opinión”. ¡Un cambio radical, sobre la marcha, en temas tan trascendentales! Y lo ha hecho como el que muda de corbata. Con él ha arrastrado (recuerden “es el puto amo”) a todos sus secuaces, que no son sino el gobierno, los medios de comunicación que controla y el rebaño fiel de algunos votantes “idiotas”. España, en gran medida, encanallada.
Pero lo peor es que todos estos grupos, sobre todo sus socios de gobierno de los que depende, han puesto en un brete a Pedro Sánchez una y otra vez, sin miramiento. Da hasta pena, dado que ha rebajado la dignidad del Estado y la de los españoles a unos niveles increíbles. ¡Pobre España en manos de este político tan voluble y desaprensivo!
Conclusión: Pedro Sánchez ha llegado tan alto a costa de que España vaya cuesta abajo. Por eso los españoles sensatos, mesurados y respetuosos con las leyes, hemos de estar muy atentos. Lo dice un proverbio chino: “Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto”.
Después de leer en el artículo Encanallamiento, lo relativo al PUTO AMO, y algo relativo a la MOCIÓN DE CONFIANZA. De la información publicada en internet COPIO Y PEGO lo siguiente. Moción o cuestión de confianza: qué es y cómo funciona Es una herramienta que puede presentar el presidente, previa deliberación del Consejo de Ministros, para que el Congreso de los Diputados debata si mantiene su apoyo o no al Gobierno. Según la información que se ha publicado, la moción de confianza, ha sido y es una exigencia impuesta, para digamos DE FORMA CAMUFLADA intentar derogar, lo establecido en los… Leer más »