Tecnocasta

Sánchez en la toma de posesión de Óscar López como ministro, a la que también asistieron el presidente del TC y Bolaños
Antonio R. Naranjo.- El Gobierno solo es bueno maquillando las cifras oficiales e inventando palabras vistosas para despreciar, con un brochazo aplaudido por sus siervos de la gleba, todo aquello que le molesta, perturba o asusta.
Con lo primero ha logrado disfrazar la realidad económica española, que se explica por la combinación de una deuda pública desmedida, una presión fiscal inhumana, un empobrecimiento galopante de las clases medias trabajadoras y la convivencia del mayor paro de Europa con la creación de una clase vulnerable profesionalizada y mantenida.
Y con lo segundo pervierte uno de los pilares de la democracia, que es la rendición de cuentas desde los poderes públicos, para sustituirlo por un contraataque borrego, pero efectivo, contra quienes exigen explicaciones, piensan distinto o buscan otros objetivos perfectamente legítimos.
El nuevo vocablo de moda es «tecnocasta», que suena a inmobiliaria, pero atiende al señalamiento de los operadores de Silicon Valley, y en especial al hiperventilado Elon Musk, como instigadores de una conspiración antidemocrática a sumar a la que ya perpetran jueces ultra, periodistas buleros, señores del puro, fascistas sin fronteras y empresarios sin corazón, unidos en una siniestra Internacional Reaccionaria que amenaza a la democracia y obliga a reaccionar con la energía que solo héroes sacrificados como Sánchez puede desplegar si las circunstancias le obligan.
El relato es tan burdo que solo puede prosperar en sociedades ignorantes y subvencionadas, que es el camino que recorre España desde que Sánchez entendió que, si su clientela electoral solo podía ubicarse en esas estanterías, había que llenarlas como fuera.
Las leyes educativas, impulsadas por la premisa de que suspender es culpa de otro y de que los malos estudiantes son víctimas del contexto, hacen la primera parte del trabajo. Y la segunda la consigue la transformación del sistema asistencial del Estado, necesariamente efímero y exigente con los beneficiarios, en una suerte de funcionariado endémico que convierte a los receptores en militantes de la causa que les alimenta sin hacer a cambio ningún esfuerzo.
Gracias a esa estrategia, que protege un segundo círculo de doctrinas sobre el género, la igualdad, la orientación sexual o la raza destinadas a victimizar a amplias capas sociales para hacerlas sentirse partícipes de un gremio identificado con la causa política de su patrocinador, Sánchez cuela sus bulos y fabrica sus enemigos imaginarios con cierto éxito.
Pero tiene bemoles que hable de «tecnocasta» quien, en un uso espurio del poder y de las atribuciones legislativas, se ha fabricado una inquietante «pedrosfera» a golpe de dinero público y reformas legales de aromas tropicales.
Se ha comprado Telefónica e Indra, ha liberado millones de euros para, con la excusa tecnológica, financiar a los medios de comunicación adeptos; regala o hurta licencias audiovisuales en función de la lealtad partidista del adjudicatario; ha asaltado por decreto RTVE y por las bravas el CIS para difundir el universo ideológico propio, censurar el ajeno y taparle sus vergüenzas y, por si con todo eso no llega, legisla como un mono con escopeta la libertad de información y la independencia judicial, con la intención de que en los dos ámbitos solo puedan operar comisarios del Régimen.
Todo oligopolio es inquietante, y sin duda el tecnológico admite un debate sobre cómo compaginar la libertad de mercado con la salubridad del espacio público. Pero aún peores son los monopolios como el que Sánchez intenta implantar, sustentado en la acumulación de todos los poderes en una única persona y la persecución, a partir de ahí, de toda disidencia democrática. Tecnocasta, presidente, eres tú.