Talaron nuestros árboles…
AR.- Hay lamentaciones que deberían haber sido previstas en el ordenamiento político, como la de algunos portavoces políticos y mediáticos de la izquierda tocando a rebato contra algunas opiniones en el programa “El Hormiguero”. Por ejemplo, la de Alfonso Guerra lamentándose en el espacio de Antena 3 de las restricciones que hoy tienen los humoristas para incluir en sus chistes a determinados colectivos. Incluso siendo ya proverbial la radical hipocresía y el doble rasero moral de la mafia progresista, no deja de sorprender que las aceradas críticas contra Guerra -caricaturizado por los que ayer le jalea a como añejo representante del cuñadismo ibérico- proceda de los mismos sectores que apoyaron y protegieron formatos televisivos como Sálvame, esa mezcla de tertulia rosa y duelo a garrotazos, que según parece, no tiene el mismo brutal efecto sobre la población que un chiste de mariquitas. Ello nos arroja algunas pistas acerca de las certidumbres morales de la izquierda.
Porque no vale lamentarse a estas alturas de lo que no fuimos capaces de prever hace años, cuando los primeros síntomas de la degradación moral y política de este sistema empezaban a ser elocuentes.
Engolfados en sus asuntos, a los políticos españoles no les inquietó nunca esa otra cara de la libertad que engendra monstruos, ungidos en índices de audiencia televisiva, de los que el sistema se sirve, luego, para corroer y embrutecer a la gente más sencilla. Esta es la cuestión de fondo: la democracia española no ha sido capaz de concertar la libertad, la justicia, la concordia y la eficacia para evitar el asalto de los corruptos, los charlatanes, los demagogos y los que destripan honras ajenas con tal de ganar unos miles de telespectadores. Algunos progres se lamentan ahora de que algunas televisiones hayan sobrepasado todos los límites a costa de los asuntos más mórbidos. Qué esperaban cuando esas televisiones forman parte del paisaje moral de un país que ha caído en las garras de la más espantosa y eficaz maquinaria de destrucción: la sinrazón, esto es, la paranoia instalada en todas las ramas del poder; el poder sin límites, el dinero sin límites, la destrucción sin límite, el servilismo cortesano sin límites…
No vale lamentarse ahora de cosas que habrían sido evitadas con otras normas, con otras licencias televisivas, con otras orientaciones educativas y con otras preferencias morales. De tanto jugar con los peores instintos de un sector de la sociedad española tan mediocre y tan zafio, lo normal es que las televisiones, como las amantis, terminen enroscándose en el corazón de la gente más patética y humilde para mejorar sus audiencias, que es en el fondo de lo único que se trata.
No reiteraré esas lecciones que se imparten cada vez que nuestra sociedad exhibe una de sus intolerables taras. Cuando un descerebrado mata a su mujer, cuando una mujer destroza psicológicamente a su marido, cuando un energúmeno propina una paliza a un facultativo, cuando un adolescente la emprende a golpes contra su profesor, cuando unos jóvenes queman vivo a un menesteroso, cuando un hijo golpea su padre, cuando algunas televisiones revierten en ganancias el dolor de una familia, entonces salen algunos políticos a establecer que todo eso puede corregirse a golpe de pedagogismo, que es la palabra preferida para la retroprogresía española. “Hay que hacer pedagogía desde el cine español”, decía la ex ministra Carmen Calvo. Y ya sabemos qué para esta gente, la pedagogía consiste sobre todo en mostrar al cine español el camino de la mamandurria y a las adolescentes españolas el camino de las clínicas abortivas.
Establecer que muchos de los virus que asaltan actualmente la salud moral de la sociedad española se incubaron en los laboratorios políticos y educativos de la España de los años 70 sería razón suficiente para hallar el mejor remedio a la actual sintomatología.
Lamento no ser muy optimista respecto al remedio, sobre todo cuando vemos cómo muchas de las causas que provocaron esta enfermedad moral tienen cada día mayor poder e influencia en nuestro país. La televisión es una de ellas, al ser concebida por nuestros democráticos representantes como el instrumento ideal para propagar la amnesia colectiva.
La antigua Roma inventó el circo para disfrute de la masa ociosa. Desde entonces no hemos progresado tanto. Parte del paisaje que se puede ver en nuestros platós televisivos no puede ser más revelador de la enfermedad moral que nos corroe. Los más son gente de escasísimas luces, alcohólicos, dementes, inmigrantes en apuros sentimentales, pero también se ve gente que parece más normal y que nos hablan del suicidio, de cuernos, de desarraigos emocionales, de la insoportable fatuidad de esa España profunda y miserable.
Aunque esta España con políticos tan pedagógicos sea incapaz de mejorar las esperanzas sociales y económicas de tantos millones de parias, en cambio sí que es capaz de garantizar a cualquier pobre diablo sus diez minutos de gloria a poco que esté dispuesto a verter mierda contra otros, para consumo y solaz de una masa cada día más inculta, manipulada y embrutecida. Mientras en la denostada España franquista se hacían programas para todos los públicos orientados a la formación y el sano entretenimiento, lo que impone hoy la democrática moda televisiva es hacer mofa y befa de todo lo que tenga un valor trascendental para que un puñado de golfos y de golfas encimen el éxito y se hagan millonarios.
¿Podemos sentirnos orgullosos de nosotros mismos a la vista de tantos ejemplos que conjugan el entretenimiento propio con el escarnio ajeno y que colisionan contra cualquier derecho a la no intromisión en la vida privada? Algo anda muy mal en una sociedad que genera este tipo de realidades. Y no se trata, como he oído decir a Yolanda Díaz, de dictar normas reguladoras sobre el ejercicio periodístico, sino de regularnos nosotros mismos.
No hay norma capaz de regular el cambio de una sociedad si sus miembros no están dispuestos a convencerse por ellos mismos de la inevitabilidad del cambio. Tal vez por eso, lo que hoy ocurre sea el resultado de años de desistimiento moral, de fatuidad cívica, de relativismo político, de zafiedad cultural. Políticos como Pedro Sánchez, Zapatero, Pablo Iglesias, Irene Montero, Íñigo Errejón o Yolanda Díaz, talaron los árboles que adornaban las rutas que caminábamos y vivificaban el aire que respirábamos. La consecuencia es hoy un aire irrespirable y un ambiente paisajístico cada día más yermo y tenebroso. Esperemos que al menos los políticos sepan rezar y que recen para que sus hijos no caigan nunca en las garras de esta gentuza expendedora de certificados de credibilidad democrática.
¿ Pero es que acaso hay alguno que puede calificarse como “político español”? . El significado de la palabra “político”, que viene de la palabra griega “polis”, que quiere decir “ciudad”,se refiere a aquel que elegido por los ciudadanos se responsabiliza sincera y honradamente de gestionar y resolver las múltiples y variadas necesidades de la ciudad, hoy por extensión Estado, situación que le convierte desde ese momento, ahora sí, realmente en político y su objetivo ha de ser el bien común de todos ellos, lo que equivale a decir que su carta de presentación debe ser su íntegridad, su justicia,… Leer más »
EL TIO listo AHORA se las da de buenon y contenidio, cuando él fue el gran esbirrón de lo hecho hoy, el fontanero politico y social de irnos todos al sumidero EUROmasonil kalergico del NWO.