¿Dónde está el dinero de Begoña Gómez?
Antonio R. Naranjo.- Begoña Gómez tiene más cuentas bancarias que dinero, según el listado remitido al juez Peinado: entre todas ellas, que son de momento once, acumula la friolera de 40,15 euros, lo justo para comprarse un cartón de tabaco y el Pronto, donde probablemente aparezca un amplio reportaje de su luna de miel sanchista en Sevilla, a la que solo le faltó un falso Elvis Presley para casarlos de nuevo entre aplausos de la feligresía socialista.
La precariedad de Begoña solo tiene dos lecturas, y ambas resultan desoladoras en el país que va «como un cohete» pero está a punto de tener que darle el Ingreso Mínimo Vital a la esposa del presidente: o miente o es una inútil.
La segunda opción demostraría que toda la cháchara que envuelve su cátedra, inspirada en el cacareo incesante y vacuo de la Agenda 2030, no da ni para un plato de lentejas en la vida real y solo prospera cuando succiona las arcas públicas en nombre de causas etéreas y esdrújulas: sea la Transformación Social Competitiva de la captadora de fondos o el Ministerio de la Transición Ecológica de la ascendida Teresa Ribera.
Pero la primera es más verosímil, con una única incógnita: o miente para vacilar al juez Peinado, enviándole adrede una información incorrecta, o borra las huellas de sus ingresos, extraídos con urgencia de las cuentas remitidas al juzgado o preservados en otras latitudes bancarias.
Si tuviera que decantarme por una hipótesis, lo haría por la segunda, que no excluye la incompetencia pero no la castiga: en el universo de abrevadores del Estado, es perfectamente compatible ser un inútil sideral con lograr la prosperidad, con unos ingresos obtenidos al margen de los méritos profesionales, el rendimiento del producto y la eficacia del servicio: basta tener los contactos oportunos y el hocico suficiente.
Así que, con todas las cautelas, es legítimo dudar de que una mujer que según dijo su marido hace una semana disponía de los recursos habituales en una ejecutiva de alto nivel con una larga carrera profesional a su espalda tenga ahora, cuando el juez le pide cuentas, lo justo para el abono transporte y un vaso de agua del grifo.
Si es una broma arrogante contra el magistrado que instruye una causa por cuatro delitos, y tal vez un quinto si prospera el de malversación por el uso de una empleada pública para fines privados lucrativos, tendrá las patas cortas: le bastará a Peinado, con la mosca detrás de la oreja, con solicitar los movimientos de esas cuentas de seis años para acá y no conformarse con los saldos.
O con reclamar más información bancaria, en España o fuera de ella, con una pregunta cuya simple formulación ya es una réplica contundente a las maniobras escapatorias de la captadora de fondos desfondada y coloca a la aludida en la difícil coyuntura de alimentar la especie de que algo huele a podrido en la República Dominicana.
Pretender hacer creer, a estas alturas, que la beneficiaria de un negocio familiar en el sector del relax, la alta directiva viajera por el mundo, la directora de un centro africano, de una cátedra y de una empresa y la esposa del presidente del Gobierno con buena parte de los gastos ordinarios pagados, solo tiene para dinero para ir y volver a Toledo en el tren, es una tomadura de pelo.
La duda es si lo hace para reírse del juez que, tacita a tacita, va haciendo su trabajo, o lo hace torpemente para ganar algo de tiempo hasta que se le ocurra alguna maniobra de distracción más depurada.
Si es lo segundo, y todo indica que lo es, puede haber cometido el error de su vida y estamos más cerca de lo que pensamos de destapar un problema muy gordo que, además de a ella, afecta a su marido: haberle dicho al juez que, entre más de una decena de cuentas, apenas acumulas cuarenta eurillos, es más una pista a seguir, o una confesión involuntaria, que una estrategia judicial decente.
Hasta anteayer no se sabía cuánto dinero tenía Begoña, ahora la pregunta es dónde lo ha metido y por qué. Nadie abre 11 cuentas por si acaso, y nadie las tiene en blanco si no tiene oscuras sombras cercanas.