Se acabó el «ojo por ojo, diente por diente»
Ramón Pérez-Maura.- La muerte de Hassan Nasrallah, el tipo que llevaba desde 1992 dirigiendo el grupo terrorista más letal del mundo –bastante más que los terroristas de Al Qaida de Osama bin Laden– representa un punto de inflexión en la actuación del Estado de Israel. Todos sabemos que los judíos practican una lección contenida en el libro del Éxodo, un texto compartido por cristianos y judíos. Los primeros lo tenemos en el Antiguo Testamento y los segundos lo tienen en la Torá: forma uno de los cinco libros del Pentateuco, que integra la primera parte de la Biblia hebrea. Ese versículo de Éxodo 21:24 reza así: «Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». Sabemos que de ahí se deriva la Ley del Talión que se funda en un principio de justicia retributiva en el que la norma impone un castigo que se identifica con el crimen cometido, ofreciendo la reciprocidad. Los cristianos no hemos aplicado esa ley del Talión porque Cristo nos enseñó que cuando te abofeteen en una mejilla pongas la otra. Lo que no queda tan claro es qué hay que hacer cuando también te abofeteen por segunda vez.
Lo que vimos el pasado viernes en Beirut es de enorme relevancia. Desde el 8 de octubre del año pasado, al día siguiente de la masacre perpetrada por Hamás desde Gaza, Hizbolá se ha pasado un año bombardeando el norte de Israel y provocando un éxodo de 60.000 personas cuyas viviendas estaban en el objetivo de los terroristas. El Ejército israelí tenía entonces su primer objetivo en Gaza y en la respuesta al genocidio perpetrado en el sur de Israel. La reacción al ataque de Hizbolá llegó la semana pasada y por primera vez Israel cambió su estrategia de contestación a los terroristas de un «ojo por ojo» a una reacción preventiva.
La genialidad de los ataques empleando los buscas y las radioemisoras de los terroristas se vio complementada el pasado viernes con el ataque contra el cuartel central de Hizbolá ubicado en un búnker a 18 metros de profundidad protegido por viviendas civiles para poder denunciar después la muerte de los ciudadanos empleados como escudo protector. Lo que representa conseguir penetrar ese inmenso escudo de hormigón, mucho más sólido que el que tuvo Hitler en Berlín en 1945, es un logro militar memorable. Se calcula que hubo que acertar en exactamente el mismo objetivo con 80 misiles, uno tras otro, armados todos con explosivo perforante anti-búnker. Israel ha conseguido así, con inteligencia, despliegue tecnológico y voluntad política de defenderse, un éxito estratégico sin precedentes.
Cuando digo voluntad política de defenderse quiero decir ignorar las peticiones de Biden, Macron y tantos otros de que se aceptase un alto el fuego de tres semanas. Entre los que, por cierto, no estaban Sánchez y Napoleonchu que directamente querían la derrota total de Israel. Para aceptar ese alto el fuego, Israel tenía dos grandes problemas. Primero carecer de un interlocutor en el Gobierno de Beirut que tenga la más mínima autoridad sobre Hizbolá, que es una entidad independiente de las autoridades de la República del Líbano al 99 por ciento. Y segundo que ese alto el fuego permitiese el regreso a sus hogares de los 60.000 desplazados israelíes. Ninguna de las dos cosas iba a poder ocurrir. Así que Israel ha hecho lo que debía hacer: acabar con un criminal que estaba a la altura de Bin Laden. Y los bien nacidos deben agradecérselo. Usted y yo, querido lector, estábamos tan en el objetivo de Hassan Nasrallah como los miles de personas asesinadas por Hizbolá a lo largo de los años.
Que Dios lo confunda.