Qué pasaría si desapareciese RTVE? Nada
Luis Ventoso.- Cuando yo era un chaval, si afrontábamos en el cole un examen peliagudo, la trastada clásica era colarse en el despacho del profe de turno para hacerse con las preguntas. Una chiquillería, claro. Pues bien, algo similar, pero peor, es lo que acaba de suceder con las oposiciones para entrar en una corporación que se llama RTVE y tiene un colosal presupuesto de 1.200 millones anuales y la friolera de 6.500 empleados. Alguien del tribunal, formado por profesionales de «La Casa», ha filtrado las preguntas. Un escándalo que obligó a suspender el examen media hora antes de su inicio, dejando tirados a unos cinco mil aspirantes, que gastaron su tiempo, esfuerzo y dinero para acudir a la cita.
El escándalo de la chapuza con las oposiciones simboliza la decadencia de un ente público que se ha convertido en un pesado paquidermo que no funciona y cuya principal razón de ser hoy es remar a favor del Gobierno.
La presidenta del ente viene de la militancia del PSOE. Con una plantilla inmensa, encargan la mayoría de los programas a productoras externas, cuyos propietarios, como se pueden imaginar, nadan en las aguas ideológicas correctas. El presidente del Gobierno ha encargado a TVE tener un bufón de cámara a su servicio en horario estelar. A la orden: han tirado la casa por la ventana para complacer al Líder Supremo. Presentadores estelares, tipo Intxaurrondo y Fortes, se comportan sin pudor alguno como hooligans del Gobierno, en lugar de mantener una mínima apariencia de neutralidad (y la excusa de que Urdaci ya lo hacía con Aznar no sirve, porque un mal no justifica otro mal). Por lo demás, la programación viene a ser la misma que se puede encontrar en cualquier cadena privada. No se percibe una calidad especial por ninguna parte.
TVE empezó a andar en 1956 y en 2006 todo el conglomerado público adoptó su estatus actual como RTVE. Las leyes le asignaron los siguientes objetivos:
-«Defensa de los valores constitucionales» (¿cuáles?, ¿los de Sánchez y sus socios ERC, Bildu y Puigdemont?).
-«Contribución a la vertebración y cohesión territorial» (tampoco, pues es una cadena que adula a los separatistas y zahiere a los partidos defensores de la unidad de España).
-«Independencia, pluralismo, neutralidad, imparcialidad y rigor» (esto suena ya a coña marinera, a tenor de lo que ofrecen hoy sus informativos).
Si no cumple ninguna de las misiones que le marcan sus leyes fundacionales, entonces, ¿para qué sirve la llamada ‘televisión pública’? ¿Para emitir ad infinitum el mismo concurso gastadísimo de cocina que podría dar cualquier privada? ¿Para ofrecer culebrones a la hora de la siesta? ¿Constituyen un «servicio público» los concursos, el humor zafio y oficialista de Broncano, el magazine matinal frívolo que intenta plagiar los de las privadas…?
Usted está leyendo ahora El Debate, una iniciativa privada, porque le da la gana y le gusta. Pero no podría leer un periódico del Estado. ¿Por qué? Pues simplemente porque no existen. A estas alturas resultaría inconcebible una prensa de propiedad estatal, se vería como un anacronismo propio de un rancio régimen autoritario. Entonces, ¿por qué siguen existiendo las televisiones y las radios públicas, cuando además lo que ofrecen se parece como gotas de agua a la oferta privada? ¿Por qué tenemos que sostener con nuestros impuestos, nos guste o no, una carísima plataforma mediática que desvirtúa la democracia haciendo propaganda a saco del gobierno de turno?
Ya sé que RTVE tiene excelentes profesionales y algunos programas valiosos (¡solo faltaba con un chiringuito de más de mil millones y 6.500 empleados!). Pero hagámonos la pregunta que nadie se hace: ¿Qué pasaría si mañana desapareciese de repente TVE? Pues nada, absolutamente nada, más allá de un ahorro de 1.500 millones al año en las arcas públicas, que se podían dedicar, por ejemplo, a cuidar a muchos de nuestros ancianos que viven una epidemia de soledad. TVE podría tener un sentido si fuese un instrumento de promoción activa de la lengua, cultura, historia y alta creación audiovisual española. Pero no es el caso (y me temo que casi nunca lo ha sido).
La mejor televisión pública probablemente es la que no existe, pues todas acaban convirtiéndose en instrumento de manipulación política (y no me citen el habitual ejemplo de la BBC, pues la derecha británica está hasta las meninges del elegante-aroma progre-wokista que destila).
El 20 de octubre de 1956 se lanzó la primera emisión de Televisión Española, desde un chalet del madrileño Paseo de La Habana. Habló el ministro de Información y Turismo, luego ofrecieron unas imágenes del NODO, y más tarde, un espectáculo de bailes regionales a cargo de los Coros y Danzas de la Sección Femenina. En lo que supone un gran bromazo de la historia, el presente resulta una evocación exacta de aquel pasado. Solo que ahora, 68 años después, los ministros con los que arrancamos el día se llaman Bolaños, Alegría y Marisu; la Sección Femenina es la sección feminista y el NODO sigue igual, solo que actualmente se llama Telediario y donde salían Franco y su ministro Castiella aparecen de sol a sol Sánchez y Albares. Todo tiene que cambiar para que nada cambie. Viva Lampedusa.