La falacia de la “igualdad” de género en el fútbol explicada desde la industria del porno
Marcelo Duclos.- Alguien que llega al cargo de vicepresidente o ministro de Trabajo en un país debería tener, como mínimo, algunos conocimientos básicos de economía. Cabe destacar que las cuestiones de perspectiva ideológica nada deberían tener que ver con esto. Por ejemplo, si una administración cuenta con algún dinero de superávit, decidiría, según su visión conceptual, si conviene ahorrarlo, bajar los impuestos o poner otro hospital público. Sin embargo, cuando los criterios ideológicos traspasan el ámbito del sentido común y se mezclan con una ignorancia supina en materia económica, no se puede llegar a otro lado que no sea al ridículo. Es lo que le pasa a la española Yolanda Díaz habitualmente.
En una mezcla de cosas que nada tienen que ver, como el beso forzado que recibió Jenni Hermoso con las cuestiones salariales, la ministra española aseguró que no hay motivos para que una mujer que juega al fútbol profesionalmente gane menos de lo que obtienen sus colegas varones. Para la ignorante vicepresidente segunda y ministra de Trabajo en ejercicio, las “diferencias salariales” se tratan de un hecho de “discriminación”, que debería ser corregido desde el Estado. Es increíble que una funcionaria de la primera línea de un país del primer mundo no tenga la más pálida idea de cómo se forman los precios y se determinan los salarios.
Cuando uno ve el sueldo de un futbolista hombre o de una mujer, eso no es más que el resultado previo de un patrón que comenzó mucho antes. Detrás de los que pagan esos salarios (empresarios, dueños de clubes, accionistas, sponsors, etcétera) hay un fenómeno descentralizado e individual de millones de personas. Cuando aparece un Messi o un Ronaldo, espontáneamente, muchos individuos deciden asignar algo de sus recursos para verlos y seguirlos. Compran camisetas, pagan suscripciones a las transmisiones del partido y compran entradas para ver los juegos en el estadio. En el marco del proceso más democrático y libre del mundo, las personas asignan recursos, dando inicio a un proceso que termina con un empresario invirtiendo en el salario de una mega estrella. Es que, aunque parezcan exorbitantes las sumas de dinero que cobran, evidentemente generan más de lo que ganan.
Yolanda Díaz ve solamente la última foto de la película: el salario de la mujer que juega al fútbol y el de los hombres. Ante ese hecho aislado, se indigna. Por lo tanto, quiere implementar políticas públicas para corregir lo que ella considera una injusticia. Sin embargo, si desde el gobierno se interviene para asignar estos recursos coercitivamente, lo único que se logrará será una distorsión general que terminará descapitalizando a la economía en general. Ella, aunque ni lo reflexione, cada vez que va al cine o al supermercado asigna recursos. Con sus preferencias individuales, Díaz contribuye a la formación de los precios, ingresos y salarios de empresas, empresarios y empleados. Lo mismo hacemos todos. Mediante esas señales, que las personas dan libremente en el mercado, se generan los resultados que a ella le indignan.
La única “discriminación” que existe (pero no en el mal sentido) es el de un hombre (o una mujer) que deciden pagar una suscripción televisiva para ver a Messi, más que para ver las ligas del fútbol femenino. Como decíamos, ella hace lo mismo. La última vez que Díaz escogió un producto a otro en la góndola o una obra de teatro a otra, contribuyó al mismo proceso de generación de precios y asignación de recursos que ella cuestiona. Lo que sucede es que su perspectiva de género, mezclada con su ignorancia total en materia económica, la llevan a conclusiones absolutamente equivocadas.
En un video muy comentado en las redes sociales, a un actor porno heterosexual le preguntaban por qué hacía contenido erótico gay. Su respuesta fue esclarecedora: el mercado tiene más hombres que mujeres consumiendo pornografía. Las mujeres ganan mucho más que los hombres en las producciones (así lo determinó el proceso de mercado), porque los consumidores heterosexuales tienen el foco puesto en ellas, por lo que el varón es casi un accesorio. Mientras que a las actrices las siguen en todas sus redes sociales, a los hombres el público heterosexual los ignora. Por eso, para mejorar sus ingresos, este actor decidió volcarse al contenido homosexual. Evidentemente, esta persona, en sus valoraciones subjetivas, prefirió esta nueva etapa que dedicarse a otra cosa.
¿Quién tiene la “culpa”? Nadie. No hay culpa. Se trata de la manifestación de las elecciones de las personas en libertad. Ya conocemos lo que sucede cuando se intenta cambiar el ineficiente y perfectible sistema de la mano invisible por el siempre fallido y desastroso modelo de la planificación centralizada. El primero corrige errores, mejora la eficiencia y, dentro de todo, funciona. El segundo, no solamente fracasa en lo económico, sino que, si se lo lleva hasta las últimas consecuencias, termina en dictadura, como bien advirtió Hayek.
Lo único que puede hacer Díaz, en el marco de la civilización y de la no violencia, para asignar mejores salarios a las futbolistas femeninas es, primero, consumir ella fútbol femenino. Después, persuadir al resto de la gente a que haga lo mismo. Claro que, si quisieran hacerlo de forma masiva, ya lo hubieran hecho motu proprio. El día que más gente lo decida, consumiendo fútbol femenino, los salarios de las deportistas se incrementarán. Si más gente las elige a ellas que a ellos, ganarán incluso más que los hombres. El “problema” que la funcionaria española quiere solucionar, como dice Arjona, “no es problema”. Es el resultado de un proceso de libertad de elección de las personas.
Cuando el fútbol lo introdujeron los ingleses en Huelva y en el País Vasco, por aquello de las minas que ellos explotaban, seguramente, los jugadores autóctonos que les ilusionó ese juego, se pagaban ellos mismos las botas, los balones y los viajes. Con el tiempo el pueblo se fue aficionando, y empezaron a encontrar sponsors entre comerciantes locales, y así la cadena hasta hoy. Si esa señora considera que todos son jugadores, vale, pero ¿paga lo mismo un aficionado a la música por ver a una estrella de moda que a un cantante local que es poco conocido?. Si se… Leer más »
Jamas alguien que no ha gestionado nada debería gestionar lo público, aplicado a todos, la falta de méritos es palpable en todos estos que sin ser políticos no hubieram sido más que mediocres, aún con los curriculos engordados y adornados pocos se escapan de la mediocridad. Es consecuencia de la partitocrácia y no de tene listas abiertas. Que la vicepresidenta sea una indigente en materia económica a parte de lamentable es síntoma de la sociedad actual, y lo que viene con los referentes puestos en influencers, deportistas (cada vez menos) y demás “ojos con patas”
Jenni Hermoso merece ganar tanto como Messi. Hay que romper ese techo de cristal que hace de las futbolistas unas auténticas parias del deporte rey. Es necesario, sino urgente, incrementar los impuestos a los españoles para que las futbolistas ganen por fin lo que se merecen: unas fortunas multimillonarias como los futbolistas varones. E así de sencillo, y sería de estricta justicia. Hay que acabar de una vez con el heteropatriarcado. De momento, para sacarse unas pesetas, la Jenni se presentará en el programa de First Dates en que tendrá un encuentro con…¡adivine quién! Estos dos están hechos el uno… Leer más »
O pones modo ironico o el personal no se entera, con estos mimbres lo tenemos chungo, lo mismo te crucifican antes de abrir la boca, como el antiguo chiste del vasco que cogen los civiles con un saco y le preguntan, que lleva usted en el saco, se queda el vasco pensando y dice, agua, como que agua, ostia va, que que lleva usted ahí!, y dice el tio, agua, plas, plas, dos ostias al canto, pero que cojones lleva ahí!! Ya apundando con la pipa, el tio mirando al suelo con gorgorito incluido dice, agua, y va un civil… Leer más »
jaja
Esto Diaz ya lo sabe. Es que si no lo supiera, seria practicamente s..normal. Lo que pasa es que como la gran mayoria de los politicos, es mala.
Sí, a lo mejor lo sabe igual que lo que es un Erte. Pero, en todo caso, ¿qué más da? Si todo esto es de pena…
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