Cómo la ciencia exacerba la angustia esencial
Hemos visto cómo en la raíz de la condición humana se encuentra la incertidumbre, de manera radical en lo que atañe al significado y destino de nuestras vidas particulares, según la expresión genial de Omar Jayam, planteada por otros (“no vivimos por ni para nosotros”, que decía San Pablo), incertidumbre ampliada a la razón de ser de la especie y del mundo. No obstante, como se trata de una incertidumbre radical, y por ello especialmente angustiosa, una actitud típica consiste en desentenderse de ella con el razonable argumento de que aunque sea así, estamos diseñados por decirlo de algún modo, para desenvolvernos en la vida corriente y en un mundo que ciertamente nos acosa, pero que nos permite vivir. Actitud pragmática o antimetafísica que adormece la angustia, sin no obstante eliminarla.
Sin embargo, aunque mediante el cálculo y el conocimiento podemos desenvolvernos en la vida práctica, en esta permanece un elemento indominable de incertidumbre, manifiesto en azares, accidentes, en lo que suele denominarse “suerte”, en el predominio de “lo que nos pasa” sobre “lo que hacemos”. La angustia permanece y se manifiesta de muchas formas, desde la desesperación hasta la búsqueda permanente de conocimientos firmes frente a los continuos errores a que nos conduce el modo como se presenta el mundo a nuestra consciencia y a nuestras propias formas inadecuadas de pensar.
Existe, por tanto, y de manera permanente en el ser humano una distinción entre lo que llamaron los griegos doxa y episteme, opinión y conocimiento cierto, y el producto más depurado de ello ha sido la ciencia. Por conocimientos científicos entendemos sin más conocimientos “verdaderos”, irrefutables, a los que se llega mediante una metodología ascética de observación y experimentación, por encima o al margen de sentimientos o de ideas preconcebidas o dogmáticas.
La ciencia ha proporcionado al hombre un inmenso poder sobre el mundo acosador –al menos el reducido a la superficie de la Tierra–, y una comprensión del funcionamiento del cosmos cada vez más preciso. También se aplican sus principios a la sociedad y a la psique humana, con resultados más dudosos por el momento, pero que cabe esperar se hagan cada vez más seguros. En este sentido, muchos ven en la ciencia el instrumento que nos permitirá, aunque sea a largo plazo, eliminar la incertidumbre y con ella la angustia adosada.
No obstante aquí encontramos para empezar un problema embarazoso: el conocimiento cierto e indudable atribuido a la ciencia restringe la libertad humana y finalmente la eliminaría, ya que no dejaría posibilidad de elección, o la reduciría a una rebeldía caprichosa y pueril ante el dictamen científico. Rebeldía que pondría en peligro el mejor orden social. Eso implican las ideologías cuando se proclaman científicas: nos comunican que son verdaderas e ineluctables, y que las tradiciones e ideas anteriores que se les opongan deben ser eliminadas. Entre esas ideas, precisamente la de libertad, aunque retorciendo algo el concepto se defina esta como “la necesidad hecha consciente”. La ciencia sería esa necesidad que el ser consciente debería cumplir velis nolis y que no admitiría rechazos.
Pero, y no solo por esa razón, las promesas de aplacamiento de la angustia mediante la ciencia resultan decepcionantes. Aunque la ciencia ha proporcionado al hombre un poder inmenso, o que nos parece inmenso, no disminuye la incertidumbre, en varios sentidos. Ya Hume sometió a crítica la pretensión de certeza completa de la ciencia, y hoy las leyes que nos permiten conocer y tratar la naturaleza se consideran probabilísticas. Y aunque su probabilidad es tan alta que en la práctica pueden darse por seguras, siempre queda la posibilidad de lo casi inimaginable. El terreno a explorar parece inacabable, y un conocimiento provoca nuevos problemas en una cadena sin fin que podría conducir a sorpresas peligrosas o destructivas. Por otra parte la técnica derivada introduce un orden en nuestra capacidad de acción, creando por así decir una burbuja cada vez más confortable para la vida “práctica” humana, pero probablemente ello se consigue a costa de aumentar el desorden en el entorno de esas burbujas, idea presente de modo más o menos claro en las ideología ecologistas. Esta incertidumbre y la angustia derivada tiene una de sus expresiones en las populares películas de catástrofes naturales gigantescas o intervenciones exteriores que amenazan destruir nuestra civilización o nuestra especie.
Y sobre todo la ciencia no explica, ni siquiera se lo plantea, el por qué ni el para qué de la existencia del cosmos o del hombre sino solo el cómo se manifiesta esa existencia, con lo que la incertidumbre radical permanece.
Como han observado algunos científicos, “cuanto más conocemos el universo menos sentido parece tener”. Una observación en cierto modo perogrullesca, ya que a la ciencia no le preocupa el sentido o finalidad de las cosas (su método prescinde conscientemente de ello), y enfoca la causa de ellas solo en cuanto a concatenación probable.
Tradicionalmente, el ser humano se sentía el centro del universo, un ser a imagen y semejanza de Dios, en cuanto que compartiría algo de poder creador y de libertad divinas. En ello radicaba su autoestima, la idea de su libertad y la dignidad de su vida, aunque sea perecedera. Pero la ciencia ya le informó en su momento de que no es el sol el que gira en torno a la tierra, sino al revés, y hoy sabemos que nuestro planeta es una brizna absolutamente insignificante de un cosmos cuya inmensidad, solo expresable en cifras, rebasa totalmente la capacidad humana de sentir y entender. Siendo así, ¿qué significado puede tener la frenética actividad de los millones de seres humanos atareados sobre la superficie de ese minúsculo planeta? ¿No da al propio ser humano cierta impresión de locura? ¿Qué valor pueden tener nociones como las de dignidad o libertad frente a unos espacios, masas y fuerzas tan absolutamente gigantescos que la imaginación no puede concebirlos, y regidos por leyes nunca del todo conocidas y en todo caso ajenas por completo a la voluntad, el interés y sensibilidad del ínfimo ser humano?
Así, el conocimiento científico, lejos de disminuir la angustia connatural a la condición humana, la exacerba. Y la necesidad psicológica de encontrar calma en el sentido de la vida ha de buscar otra salida.
Sobre el sentido de la vida sin dioses, millones de personas hemos vivido ya sin creer en ellos y no pasa nada. Todos hemos comprendido que la vida son los hijos, el trabajo… y la hipoteca.
En un artículo, titulado ” Darwin y el fin del bien y el mal “, al final explica, que: ” Una visión darwiniana de la moralidad como la que defiende Stewart-Williams implica aceptar que probablemente no existe Dios, que no hay otra vida, ni almas, que no hay una base objetiva para la moralidad ni un propósito para nuestro sufrimiento; que somos insignificantes en un cosmos vasto e impersonal, que nuestra existencia no tiene sentido ni significado, y que los efectos de nuestras acciones desaparecerán sin dejar rastro. Y, a pesar de todas estas duras verdades, esforzarse como si la… Leer más »
Desde siempre la soberbia ha cegado a los que, en su ignorancia, pretenden negar que la realidad del mundo tiene una Causa que es inasequible al que intenta escudriñarla. Y como fracasa, la niega haciendo lo único que sabe hacer : contaminar a otros por su prepotencia, que es la más patética de las estupideces, con la incertidumbre ante ese naufragio que representa no tener rumbo, ni puerto que nos acoja. Y esa incertidumbre inducida produce una angustia como la del huérfano que, sin referentes que le den seguridad, sin padres que lo amparen, se siente en la intemperie… pero… Leer más »
Pio Moa es un magnifico historiador pero en otras disciplinas le falta base y se enfanga . Bueno seria que todos aprendieramos a ceñirnos a hablar de lo que sabemos y en lo demas callar.
Bueno sería que dieras razón por la cual dices se enfanga Pío Moa o de lo contrario callar.
Pues a mi me ha parecido un interesantisimo articulo