Ramón Quesada, el primer gran error de Macarena Olona
Julián Prieto.- La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y más dañina de todos los tiempos. Los partidos políticos son la gran expresión del triunfo de la mediocridad en el mundo actual.
Desde Aristóteles hasta Darwin y Spencer, ningún pensador político, filósofo o estudioso había imaginado que una sociedad pudiera ser liderada por mediocres. La historia de la Humanidad, claramente explicada por Darwin, refleja el triunfo de los más fuertes y mejores sobre los peores y los más débiles. Desde los tiempos antiguos, los mas fuertes alcanzaban el poder y ejercían un liderazgo sustentado por la fuerza o la inteligencia superior. Sin embargo, todo cambió cuando se fundaron los partidos políticos y los mediocres descubrieron que, unidos y organizados, podían imponerse a los más fuertes e inteligentes, casi siempre divididos y desorganizados. A partir de entonces, el mundo, dominado por una panda de mediocres organizados en partidos políticos, está revuelto, es más inepto, injusto y depravado y muchas veces involuciona en lugar de evolucionar. Es la consecuencia directa del triunfo de la mediocridad, que ha tomado el poder y creado un imperio político donde los mediocres controlan la historia con la ayuda de torpes, imbéciles y malvados.
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y más dañina de todos los tiempos.
La sociedad, al igual que la naturaleza, se regía por la selección de las especies y los mejores se imponían a los peores. De ese modo, el mundo avanzaba y casi siempre mejoraba. Pero la irrupción de los partidos políticos en la escena lo cambió todo y los mediocres tomaron el poder, imponiendo a la Historia un devenir alocado, sin lógica, irracional y muchas veces dominado por el mal y sus secuelas de abuso, corrupción, violencia, desigualdad y opresión.
Un vistazo desinteresado a la Historia demuestra que los líderes antiguos eran los mejores y que el pueblo les exigía mucho, sobre todo que se asemejaran a los dioses. Se sentian orgullosos de sus dirigentes y los adornaban con privilegios para, a cambio, recibir de ellos protección y un liderazgo sabio y prudente. En la antigua Sumeria existían alimentos especiales elaborados para deificar a los reyes, que eran los únicos con derecho a consumirlos. A cambio, las exigencias a los poderosos eran enormes y el fracaso de los líderes se pagaba caro, incluso con la vida. Hoy todo se ha mediocrizado. A los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas, y el fracaso ni siquiera provoca la dimisión. Desde que los partidos irrumpieron en la Historia, el liderazgo en la Tierra se transformó en una cloaca.
En el mundo de los líderes no tenían cabida ni la cobardía ni la mentira ni la corrupción, los tres pecados capitales del liderazgo actual. Cuando algún rey caía en esos vicios, la sociedad entera conspiraba para deponerlo porque se sentía indignada de tener a un canalla en el poder.
Los partidos políticos, ideados como estructuras superiores capaces de llevar la voz del pueblo hasta el corazón del Estado, han frustrado todas las esperanzas y traicionado las expectativas del pueblo. Se han convertido en maquinarias que únicamente se mueven por el poder y para el poder, tras haber abandonado al pueblo y adquirido el vicio rastrero de anteponer sus privilegios e intereses al bien común.
La vida interna de los partidos es un desastre antidemocrático y vertical que parece ideado para fabricar mediocres pervertidos y antidemócratas. Dentro de los partidos, para prosperar, hay que someterse al líder y renunciar a la crítica. No existe el debate ni el discernimiento, que son la esencia de la sabiduría y de la formación humana, sino pura sumisión esclava. Para prosperar dentro de un partido no hay que ser inteligente o virtuoso, sino someterse, decir siempre “sí” al líder, no pensar demasiado y acumular rencor y mala leche para cuando el poder se ponga a tiro. La verdad tiene allí menos importancia que la conveniencia y los análisis y conclusiones suelen ser fallidos, arbitrarios y parciales. Cuando después de años sometidos a esa disciplina de sumisión y represión de la creatividad, la imaginación y la chispa, un militante escala puestos y, tras ganar su partido las elecciones, accede a un ministerio o a la presidencia del gobierno, nos encontramos frente a un gran mediocre, cocido en el horno de la mediocridad y cargado de cobardía, hipocresía, falsedad y resentimiento. Cualquier cosa menos un demócrata, pero llevado en volandas por los mediocres hasta el liderazgo y la responsabilidad de gobernar una nación.
Tal como también advertía Joaquín Costa, el actual régimen político selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas mejor preparadas de la sociedad española. En el régimen oligárquico-caciquil que sufrían los contemporáneos de Joaquín Costa (tras la restauración de la monarquía, y después de la brevísima Primera República Española) tal cual ocurre en la actualidad (tras la restauración de la monarquía en la persona de Juan Carlos I) sólo triunfan los peores… aquella España se parece demasiado a la España actual. Joaquín Costa afirmaba que el régimen político existente en España era un régimen político en el que gobernaba una oligarquía de “notables.” Y por tal motivo afirmaba Costa que, España no era una nación libre y soberana; en España no había propiamente un parlamento, ni partidos; entonces como ahora en España había un régimen político que algunos hoy denominan “partitocracia”.
La prueba de cuanto decía Costa nos la ofrece Ramón Quesada, el mediocre abogado que Macarena Olona ha puesto al frente de su chiringuito en la provincia de Jaén, y al parecer también en la de Málaga. Este señor trata de predisponer a otros contra un empresario de éxito que ha dado trabajo a cientos de personas. Y lo hace porque, según dice, le han llegado malas referencias. Elemental, pobre Ramón. En un país donde la envidia es el deporte nacional, nunca esperes loas en favor de quien ha triunfado allí donde la mayoría hubiera fracasado, incluido tú. A este Quesada le pasa lo mismo que a los de Podemos con Amancio Ortega. En el fondo es la misma y pobre condición humana.
Este tal Ramón mide el crédito y el valor de las personas por las referencias que de ellas recibe. Nosotros en cambio lo tenemos más fácil para medir la credibilidad de este tipo. Quesada concurrió a las elecciones municipales de Jaén en 2019 al frente de una candidatura independiente y obtuvo la ridícula suma de 107 votos (el 0,2 por ciento de los electores). El prestigio de las personas se mide a partir de determinados hechos, tales como la credibilidad ante tus vecinos. Y más en un pueblo grande como es la capital jienense, donde por suerte o por desgracia, todos se conocen. Un señor al que no votó ni la familia, no está facultado para representar un proyecto serio ni ilusionante para España, salvo que Macarena quiera rodearse de este tipo de mediocridades no sabemos con qué propósito. O sí, aunque por el momento preferimos permanecer callados.
Todo lo anterior responde a la pregunta de por qué la política española está tan degradada y en manos de gente tan mezquina. Si quienes han hecho en su vida nada que pueda ser calificado de sobresaliente, y que solo destacan en el poco honroso arte de la habladuría compulsiva sin freno, tienen la influencia del veto sobre personas que valen infinitamente más que ellos, entre otras cosas porque han generado empleo y riquezas en vez de dimes y diretes, entonces es que este país no merece tener al frente a gente mejor que Ramón Quesada, el primer gran error de Macarena Olona. Y lo terminará pagando.