La estrofa 89 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.-Esta estrofa contiene en su primer verso un enigma filológico que estudiaremos tratando de reconstruir el texto original que escribió el Arcipreste de Hita, antes de que un copista poco diligente lo deformara causando un quebradero de cabeza a cuantos editores y críticos se han ocupado de desentrañar su significado a lo largo de varios siglos.
En dos manuscritos se recoge: el que ya hemos comentado en diversas ocasiones como el más fiel al original, el ms. G, y el mixtificador ms. S, un hermoso producto destinado a alegrar la vista de su poseedor a costa de falsificar la realidad.
Según la edición de Blecua dice:
“Por ende yo te digo, † diçia † mas non mi amiga, (89)
que jamás a mí non vengas nin me digas tal nemiga,
si non yo te mostraré cómo el león santigua,
que el cuerdo e la cuerda en mal ageno castiga”.
Como vemos, existe en su primer verso la extraña palabra “diçia”, que el propio Blecua, siguiendo en este verso la lectura del ms. G, señala entre dos óbelos o cruces desperationis, signos tipográficos que denotan que la palabra que encierran es ininteligible. En cambio, el copista del ms. S prefirió sustituir tal palabra por otra cualquiera que le pareció que podía encajar en el contexto, escribiendo: “Por ende yo te digo vieja [e?] non mi amiga”.
Pero antes de analizar el verso recogido en cada uno de los manuscritos debemos poner toda la estrofa en su contexto: una fábula que lleva por título (no original del poeta): “Enxienplo de cómo el león estaba doliente e las otras animalias lo venían a ver”, y que no es sino la continuación de una historia que el Arcipreste nos relata en primera persona, en la que da cuenta de su amor frustrado con una dueña de muy alta clase, a la que pretendió conquistar valiéndose de una mensajera. Y es la propia dueña quien en conversación con la alcahueta recurre a esa fábula para que comprenda la futilidad de sus ruegos y promesas, ya que no los considera beneficiosos para ella sino producto de una adulación interesada, pues lo que le ofrece no vale ni mucho menos lo que aquella pretende que vale. Resumamos la fábula:
El fiero león, enfermo y dolorido, recibe la visita de un cortejo de animales interesados en ganarse su amistad, para lo cual le ofrecen entregarle como alimento el animal que aquel elija para darse un festín. El león, hambriento, pide que le maten a un toro y, cuando se lo llevan, ordena al lobo que lo parta y distribuya entre todos los comensales. Pero éste, malévolo, entrega al león las vísceras (”lo menudo”) con la excusa de que en tal estado de flaqueza solo le conviene tomar algo liviano, y reserva para los demás “la canal” del toro (su cuerpo eviscerado, desollado y desprovisto de cabeza y patas). Creyendo en la bondad del león, el lobo le pide que bendiga la mesa para dar comienzo al banquete. Pero el león, lleno de coraje (“sañudo”), lo que hace tras alzar una de sus garras es abatirla con furia sobre la cabeza del lobo arrancándole una oreja, para que sirva de enseñanza y escarmiento a los demás. A la vista de ello, la astuta raposa (“gulpeja”) toma su puesto y lejos de tratar de hacer un reparto más ecuánime, por dar coba al león le sirve a él entera la canal repartiendo lo menudo entre los demás. El león, admirado del buen hacer de la raposa, la alaba y, como si se hablara al equitativo contador-partidor de un patrimonio entre varios coherederos, le pregunta cómo aprendió a hacer una partición “tan buena, tan aguisada, tan derecha a razón”. La raposa le responde que aprendió precisamente su lección en la cabeza del lobo. Y de este ejemplo extrae la dueña la respuesta que da a la mensajera del Arcipreste en esta estrofa para que desista de sus vanas pretensiones: si insiste en actuar arteramente como el lobo para tratar de perjudicarla, actuará como el mismo león hizo en defensa de sus intereses y le propinará un contundente golpe en la cabeza para que aprenda.
El Arcipreste tomó como fuente directa de este relato el “Enxiemplo del león e del lobo e el lobo e la gulpeja” incluido en las Fábulas de Odo de Chériton (ca. 1185 -1247), predicador inglés que estuvo en España de 1220 a 1232 ejerciendo de profesor de teología en las universidades de Palencia y Salamanca, y cuyo libro, en latín, debió de escribirse después de 1225. Una traducción parcial al castellano de esta obra nos ha llegado, con el título de Libro de los gatos, en dos códices anónimos muy posteriores al original. Todo ello sin perjuicio de que el Arcipreste pudiera haber conocido las fuentes originales a través de los compiladores medievales que adaptaron y difundieron las fábulas recogidas por los escritores romanos Fedro y Babrio (Fáb. V del Libro I y Fáb. XCV respectivamente).
Pero lo que ahora nos importa realmente es descifrar un misterio, y para ello debemos estudiar la estrofa con detenimiento:
1.Análisis del primer verso
Reseñaremos lo que los principales editores del Libro han publicado y comentado sobre el problemático segundo hemistiquio de este verso:
La edición de Sánchez (1790) opta por la lectura fácil del ms. S recogiendo “vieja é non mi amiga”, lectura que acogerán posteriormente Janer (1849), Ducamin (1901), Cejador (1913), Chiarini (1964), Criado de Val-Naylor (1972), Joset (1974) y Gybbon-Monnypeny (1987). Corominas (1967), tan imaginativo como siempre, asegura que el copista del arquetipo que lo desfiguró debió escribir por error, como final del primer hemistiquio, la palabra “digo” en vez de la original “dizía”, de tal manera que al advertirlo él mismo o su corrector escribieron ésta última a la derecha de la anterior, lo que confundió al copista del ms. G, que reemplazó la original palabra “vieja” por la inexistente “diçia”. De paso, al cambiar “digo” por “dizía” en el primer hemistiquio, lo convierte en hipermétrico. Como vemos, solo Blecua elige la ininteligible lectura del manuscrito G, “diçia”, si bien anota que quizás tal palabra sea un error surgido de la contracción de “de oy ya” (desde ahora ya no…). Discrepo de todos ellos.
Lo primero que debemos señalar es que al igual que Blecua sitúa la extraña palabra diçia entre dos óbelos indicando que no la entiende, un primer copista -del cual se derivaría el subarquetipo que acabó copiando el escriba del ms. G- anotó un signo en forma de cruz (que es el signo matemático de la suma) con idéntico propósito tras la citada palabra que no entendía. Y este signo fue confundido por otro copista posterior con una abreviatura de la palabra que representaba, “más”, por lo que procedió a transcribirla tal cual, complicando aún más la comprensión del hemistiquio para los sucesivos lectores. Por tanto, debemos suprimirla y partir del análisis del texto: “diçia non mi amiga”, que aun tratándose de una lectura deturpada del original nos hace más comprensible su proceso de transformación.
Ahora ya estamos en condiciones de asegurar que esa expresión es la transcripción romanceada de una locución latina jurídica muy común en los preceptos de carácter penal contenidos en los fueros, “exeat inimicus/inimica”, que significa “[que el culpable] salga (incurso) en inimicitia”. La inimicitia (enemistad) era un estatus jurídico-penal que se atribuía a los que fueran declarados culpables de determinados delitos, que podían ser desterrados o expuestos legalmente a la venganza del perjudicado o de su familia durante el tiempo que durara la condena, que podía ser temporal (per annum) o para siempre (in perpetuum).
Mostraremos un ejemplo extraído del Fuero de Cuenca (Ley 51, cap. IX): “Si nutrix lactenti suo lac dederit infirmum, paccatis calumpnijs exeat inimica, si ea occasione puer obierit” (Si una nodriza diera leche enferma a un lactante, pagada la caloña [la multa impuesta] salga enemiga, si se produjera la muerte del niño).
Si exeat es la tercera persona del singular del presente de subjuntivo del verbo latino exire (salir), en el verso que estudiamos la dueña, al dirigirse a la mensajera, utilizaría la segunda persona del singular del presente de imperativo, exi, (¡sal!). Dado que la letra equis se pronunciaba como jota, es probable que este vocablo se hubiera escrito originalmente egi o incluso -por derivación coloquial de la forma latina- egia.. El paso siguiente se dio cuando un copista tuvo que transcribir esta palabra sin entenderla y sustituyó la letra g por una ce cedillada, convirtiéndola en eçi/eçia, que acabó derivando, por contaminación de la palabra precedente “digo”, en “diçia”. Lo que hizo la dueña con la locución latina, además de romancearla, fue parodiarla añadiéndole el adverbio “no” para invertir su sentido: “sal (de aquí) no como mi enemiga”. Reconstruiré este verso partiendo de egia como lectura original y situando su oración entre signos de admiración:
“Por ende yo te digo: ¡egia non mi enemiga!”
2. Análisis del segundo verso
El primer hemistiquio de este verso es coincidente en ambos manuscritos, pero contiene un error que no pudo ser original del poeta: es innecesariamente hipermétrico ya que tiene ocho sílabas en vez de siete. Pero con toda seguridad se debe a que el copista que deformó el texto original, al no entender el enunciado exhortativo de la dueña iniciado en el verso anterior añadió la conjunción “que” al comienzo de éste. En cuanto al segundo hemistiquio, vemos que, si ya es hipermétrico en el ms. G al sobrarle una sílaba, en el ms. S le sobran dos. Un error que el poeta no cometería salvo en casos de imposibilidad técnica para cumplir el canon. Y es que mientras el ms. G recoge la palabra “nemiga”, suficientemente documentada con los sentidos de “ofensa”, “maldad”, y “daño, estrago”, el ms. S transcribe erróneamente la palabra “enemiga”, que ya cerraba el final del verso anterior. Por ello, la perfecta reconstrucción formal de este verso, algo deseable por cualquier poeta que se precie, me lleva a afirmar que, siendo el texto del ms. G más próximo al arquetipo -y creo que de esto hay suficiente evidencia- aún debemos eliminar de este segundo hemistiquio el pronombre “me”, que resulta redundante debido al “mí” del primero. Así que el verso ideal, alejandrino, sería, también entre signos admirativos:
“¡Jamás a mí no vengas ni digas tal nemiga!”
3. Análisis del tercer verso
Podemos apreciar que la lectura que recoge Blecua como final del verso, “santigua”, descompone abrupta y cacofónicamente la estrofa al discordar con la rima consonante del resto de los versos. Y esta es precisamente la lectura del ms. G, del cual en este caso nos tenemos que apartar para adoptar la del ms. S, “castiga”. La razón de esta divergencia de lecturas me parece evidente. Si aceptamos “castiga” como final de este verso nos encontramos con un aparente defecto formal inexplicable, ya que el cuarto verso, de lectura y comprensión diáfanas, termina también en esa palabra. ¿Cómo podría el poeta incurrir en imperfección tan burda? En realidad no se trata de una incorrección del poeta. Se trata de un ingenioso recurso literario.
La palabra castigar era un raro ejemplo de enantiosemia en el medievo; es decir, tenía dos sentidos opuestos, ya que significaba tanto enseñar como aprender, de la misma manera que el verbo “alquilar” tiene el doble sentido de dar una cosa y recibirla en arrendamiento. Así, en el precedente verso 88d el poeta utiliza la palabra en el sentido de aprender: “en el lobo castigué qué feziese e qué non”, mientras que en el 86b lo hace en el de enseñar, aún con sentido ejemplarizante, como escarmiento: “dio grand golpe en la cabeça al lobo por castigar:”. Sin embargo, el título que antecede a la estrofa 892 deja bien claro la equivalencia entre castigo y enseñanza sin la anterior connotación punitiva: “Del castigo que’l Arçipreste da a las dueñas […]”.
Este mismo sentido de “enseñar” lo encontramos en el libro de fábulas orientales Calila e Dimna, traducido al castellano romance en tiempos de Fernando III el Santo:
“Miémbrate lo que te yo decía e te castigaba e te consejaba […]”. (Cap. IV. “La mujer y el siervo”)
Así lo entendieron T.Sánchez, Janer, Ducamin y Criado de Val-Naylor. Sin embargo, Cejador y Corominas, que no entienden la intención del Arcipreste, optan por deformar la palabra “santigua” convirtiéndola en “santiga” para forzar su rima con los demás versos; pero ni existe tal variedad ni la utilizó el Arcipreste en otras estrofas, como la cercana 86, en cuyo primer verso dice: “Alçó el león la mano por la mesa santiguar”. Por su parte, Chiarini, Joset, Gybbon-Monnypeny y, como ya hemos visto, Blecua, optan por transcribir “santigua” para evitar la repetición de “castiga”, a costa de destruir cacofónicamente la uniformidad de la rima en la estrofa.
En conclusión, reconstruyo el arquetipo de este tercer verso aceptando ese juego de palabras con que el Arcipreste nos sorprende:
“Si non, yo te mostraré cómo el león castiga”.
4. Análisis del cuarto verso
Este verso recoge la moraleja final de la fábula o epimitio, la enseñanza que la dueña quiere extraer de toda la historia que le ha contado a la mensajera. Aquí nos encontramos, como dejábamos indicado, con la palabra castigar en su acepción de aprender.
Y nada mejor que recoger otro ejemplo de esta acepción en el referido libro Calila e Dimna, ya que podemos encontrar en él la inspiración que le llevó al Arcipreste a rematar su estrofa con esa enseñanza, que es una paráfrasis sensu contrario, del siguiente texto:
“[…] et el necio non se castiga si non con el daño que rescibe en sí, et con esto se refrena de mal facer a ninguno”. (Cap. XII: “Del arquero e de la leona e el anhaxar”).
Queda, no obstante, una observación por hacer. El segundo hemistiquio es hipermétrico ya que le sobra una sílaba: pero no existe en él partícula alguna que pueda eliminarse sin que se resienta el sentido y la claridad de su exposición. El poeta lo sabe y, deseoso de elaborar un verso alejandrino, desplaza la cesura a la izquierda una sílaba, de tal forma que compensa este defecto haciendo hexasílabo el primer hemistiquio. Con ello, puedo aceptar como lectura original la que nos ha llegado en ambos manuscritos, incluyendo la lectura “ageno” escrita con “g” y no con “j”, ya que en la época no se consideraba como una falta de ortografía.
Resumiendo todo lo anteriormente expuesto, me atrevo a reconstruir el arquetipo de esta estrofa de la siguiente manera:
Por ende yo te digo: ¡egia non mi enemiga!
¡Jamás a mí no vengas ni digas tal nemiga!
Si non, yo te mostraré cómo el león castiga,
que el cuerdo e la cuerda en mal ageno castiga”.
El lector juzgue de todo lo antedicho a la vista de las imágenes de esta estrofa en los hmanuscritos que la recogen: