Más de cuatro décadas desespañolizando España
Miquel Manchado.- Conozco un país que no tiene himno nacional oficial y se conforma con una simple melodía musical, conozco un país donde está mal visto defenderlo y exaltarlo por sus propios ciudadanos nacionales que te etiquetan, si lo haces, de una vertiente política determinada, un país donde no se puede estudiar en el idioma común en todo el territorio nacional, si en tu DNI pone España, ese país es el tuyo.
Un país donde no hubo proceso constituyente precedido de unas elecciones constituyentes que darían forma a una asamblea constituyente. Únicamente un puñado de iluminados -los llamados padres de la Constitución de 1987- se encerraron y a puerta cerrada idearon cómo iba a ser el Estado de la Autonomías cuya mayor característica es en el título octavo de la carta magna, porque el resto parece una declaración de buenas intenciones que acompañan a dicho título. A todo esto, nos robaron el debate previo para decidir cómo iba a ser la España postfranquista, el debate que todos los ciudadanos y la opinión pública merecían. Cuando el paso era hacía la democracia paradójicamente se nos privó una elaboración de la Constitución de forma democrática, eso sí, se votó en un referéndum, una consulta popular llena de propaganda para el sí, y, en aquella España todavía no acostumbrada a la mezquindad política, nadie podía imaginar, salvo los propios padres de la Constitución que algunos reconocen que es un texto trampa para que se hubiera yugoslavizado la nación en unos quince años, en aquella época muy pocos ciudadanos de a pié se imaginaban que nos adentrábamos en la desespañolización de España, y con ello, a la debilitación de la sociedad española.
Es un mito pensar que se elaboró esta constitución pensando en la concordia entre las dos Españas, y por ello había que encontrar en la carta magna el punto de equilibrio en el que todos estuviéramos de acuerdo, el motivo por el cual esto está equivocado, es que las dos Españas guerracivilistas ya habían desaparecido salvo en algunos sectores muy minoritarios terroristas y comunistas que luego tanto se beneficiaron con el régimen que empezó en el 78. España estaba en paz y la sociedad era muy sana, no existía esa reivindicación de libertad y ese sentimiento de opresión pues, en palabras de Arturo Pérez-Reverte, “…al final del franquismo la libertad era plena…”. Lejos del elogio que Jordi Pujol, ex-presidente de la Generalidad de Cataluña, realizó a Adolfo Suárez cuando comenta que si hubiera hecho un estado sin autonomías media España iba a estar en contra, y si hubiera hecho una confederación de estados independientes, la otra media España iba a estar en contra y por ello se optó por la solución intermedia que es el Estado de las Autonomías, esa visión idílica de la sociedad española de la transición se fabricó posteriormente, porque el pueblo, por el que emana la soberanía de la nación “supuestamente”, no era así ni mucho menos, en el tiempo de la Transición.
De repente se crea el estado actual de las autonomías, la indivisible nación española, como dice la Constitución se empieza a subdividir en nacionalidades, término que se puede leer en el mismo texto poco después. Ni siquiera hubo simetría al respecto, pues los niños mimados fueron Cataluña y las Vascongadas, no porque sean los más listos o los más guapos de España ni porque alguna vez hayan sido naciones independientes como quieren confundirnos, sino porque unas minorías fanáticas de esos lares hicieron ruido, ya sea el ruido de manifestación, o también el ruido de las armas de fuego; se ganaron así ser los privilegiados y un trato distinto. Ingenuo era pensar que esos ruidos se iba acabar si le das a estos niños lo que patalean. Así pues, a unas minorías antiespañolas que hubieron en Cataluña y las Vascongadas, se les regaló de esta manera el poder con la fórmula del título octavo de la Constitución mas la ley electoral “Homs”. Y cómo es posible que tanto se hable de igualdad entre los políticos actuales -que hasta tenemos un ministerio de la igualdad- pero no reparan en la desigualdad garrafal que supone una ley por la que una persona no equivale a un voto, más bien sé es más persona o menos persona depende del lugar donde metes tu voto en la urna, pues el baremo es diferente según la población de tu provincia o municipio.
Así fue como se le dio gran poder político a las minorías antiespañolas, una influencia y apoyo que en realidad no tenían, ellos mismos reconocían que no tenían mucho que hacer, y se conformaban con mucho menos, con tan sólo una mísera porción de Estado, pero no, fue algo así como si un mendigo que espera recibir unas monedas de forma repentina y sin esperarlo le cae en las manos un millón de dólares. Otros más visionarios, vieron el negocio y, aunque fueron colaboradores del anterior régimen, dieron el salto político al antiespañolismo uniéndose a partidos separatistas-nacionalistas. Al meterse la desespañolización en las instituciones, su política fue de reproducción y difusión de la idea antiespañola mediante el falseamiento de la historia. Por lo que, en verdad el procés separatista no comenzó hace pocos años, comenzó con el mismo régimen, ellos mismos lo decían con impunidad; “avui paciència, demà independència” (hoy paciencia, mañana independencia).
A nivel social, el menudeo tomó las calles, las películas del Torete y el Vaquilla reflejaban una realidad en la que el tráfico de drogas empezó a correr como la espuma, la heroína fue todo una epidemia, murieron hijos y murieron padres enganchados a ese infernal narcótico. Mientras que a nivel cultural, se empezó a vender la extravagancia y el malgusto como algo jocoso y divertido, confundiéndose la inmadurez y el síndrome de Peter Pan con una filosofía de vida. A todo esto, estábamos presionados a cambiar nuestros gustos porque el régimen había cambiado, y quien se resistiera era un carroza retrógrada y anticuado, por ejemplo Almodovar entró con su cine como un elefante en una cacharrería, pero aun así no se debía que crear polémica y tragamos todos con su frivolidad y disparates bajo el velo de “divertidos”. Se fue destruyendo así el pilar de la decencia que sostenía a una sociedad sana y elocuente para adentrarnos en algo que no sabíamos muy bien qué era pero que llamaban modernidad, y nos hicieron creer que, de forma consustancial, tenía que ir de la mano de la democracia.
El producto de todo ello, es lo que tenemos en la actualidad, un Estado que se sustenta por tres patas; monarquía, separatismos y Constitución, dentro de un mero estado administrativo fuertemente endeudado tal como dio a entender Mariano Rajoy en su discurso de despedida a Juan Carlos I cuando dejó hablar a su inconsciente al decir; “…Juan Carlos nos deja una deuda impagable…”. Tal es el nivel de desespañolización que no tenemos día nacional, sino un día de las Fuerzas Armadas y otro de la Constitución; no tenemos un gobierno que se llame a sí mismo gobierno nacional, sino un gobierno central; muchas plazas de ciudades y pueblos que antes se llamaban de España, se les cambió el nombre a plaza de la Constitución, y todo sabiéndose que esta carta magna no tiene un carácter definitivo pues es reformable parte o la totalidad de la misma con tan sólo el voto de dos terceras partes del Congreso de los Diputados. De modo que el proceso constituyente quedó abierto y no cerrado, para que un conjunto de partidos representativamente sobrevalorados por la ley electoral Homs, puedan terminar de disgregar la nación española a golpe de reforma constitucional, aunque en realidad no sea demasiado necesario porque los estatutos de autonomía, y las actuaciones despóticas de ciertos ejecutivos autonómicos son permitidas bajo la pasividad y tolerancia del gobierno central, ya se viola la Constitución, y con ello la idea de España, de forma facinerosa y permanente sin que pase nada.
Aun así, todavía seguimos siendo España, porque como dijo el canciller alemán Bismarck: “no cabe duda que España es la nación más fuerte del mundo, llevan siglos intentándose destruir y todavía no lo han conseguido”.