¿Por qué rechaza Orban el relativismo antropológico promovido por las élites?
Se han lanzado a degüello los gerifaltes de la UE contra el mandatario húngaro Viktor Orban por defender la preservación de la identidad étnica de Hungría. Una nación es sobre todo el resultado de una herencia biológica común. Si se rompe ese principio, esa nación deviene en otra cosa distinta.
Nos preguntamos por qué para los dirigentes europeos es más importante el futuro del arce que el de sus propios pueblos. ¿Por qué les angustia más el nivel de emisiones de dióxido de carbono que la progresiva disminución de las poblaciones autóctonas en los países europeos bajo mando de organismos e instituciones controladas por una élite? ¿Por qué debería turbarnos más el supuesto calentamiento global que el fin de las etnias occidentales? ¿Acaso hay algo dentro de la creación divina más importante para el progreso humano que el aporte genético que impulsó todas las ramas del conocimientos? ¿Debemos preocuparnos por un futuro del que dejarán de formar parte preponderante los grupos nacionales y étnicos que dan sustento a nuestra razón y forma civilizadora de vida? ¿Podemos mantener el soplo de la esperanza por las cuestiones medioambientales si estas no observan el principal activo que tiene el planeta tierra: sus moradores de origen europeo? ¿Son creíbles las preocupaciones climáticas de dirigentes mundialistas que han inducido a la población al individualismo y a que priorice el consumo compulsivo por encima de cualquier valor moral? ¿Son creíbles las agoreras predicciones sobre el cambio climático de unos científicos corruptos que, en cambio, son incapaces de precisar la meteorología en cualquier punto del planeta con 24 horas de antelación? ¿Por qué es más importante la reducción de la masa forestal que la conversión de las poblaciones nativas europeas en claramente minoritarias dentro de sus propios países?
AD es un modesto medio de comunicación que defiende el identitarismo como principio editorial. Y el identitarismo, tal y como nosotros lo observamos, no puede ser ajeno a la cuestión antropológica. De entrada es difícil que nos pueda entusiasmar un partido que relativiza la cuestión antropológica.
No se puede defender recta y honestamente la opción identitaria sin contemplar como irrenunciable la defensa del nutriente étnico como base fundamental de las sociedades nacionales. Es Europa la que ha llevado al mundo la filosofía griega, el derecho romano, el Renacimiento, la universidad, la imprenta, el cine, la ciencia, las operaciones de cataratas, la penicilina, la lucha contra el dolor, la neurocirugía, los implantes ortopédicos, los trenes, los aviones, los automóviles, la radio, el teléfono, la televisión, entre otras miles de aportaciones sin las cuales la humanidad estaría hoy más cerca de Atapuerca que del siglo XXI. El genio europeo no vino determinado por los ríos o las montañas de sus territorios, por sus paisajes o sus atardeceres, sino por la herencia biológica transmitida desde hace centenares de años.
El actual proceso de evaporización de las etnias autóctonas europeas es seguramente la mayor y más perversa acción criminal concebida por el hombre. A diferencia de otros, este genocidio se está produciendo con la aceptación voluntaria de la mayoría de sus potenciales víctimas. Qui prodest? ¿A quién o a qué objetivos favorece todo esto? El lector responda.
¿Responde o no a un plan favorecedor de los objetivos dominantes de unos pocos que se pretenda africanizar Europa y no europeizar África, con lo que europeos y africanos saldríamos ganando?
La lucha ideológica de AD representa sobre todo un estado moral de conciencia identitaria contra los planes aniquiladores de las élites globalistas. Las cinco principales formaciones políticas nacionales apuestan por la agenda mundialista para seguir colonizando España con poblaciones alógenas que no nos hacen ninguna falta.
Estamos por desgracia en manos de políticos que creen en un mundo globalizado sin fronteras nacionales y sin identidades propias, que aplican medidas conducentes a nuestra sustitución demográfica, contando para ello con la colaboración de una masa idiotizada que apoya su propia destrucción en favor de un mundo supuestamente mejor, donde no habrán barreras nacionales, étnicas, raciales ni culturales, donde todos nos fusionaremos en un mismo bloque multicultural, sin orígenes claros y sin nada que defender porque careceremos de la fuerza motora identitaria para hacerlo. En ese contexto, el discurso de Vox no es distinto al de todos los partidos. Y no es distinto porque no existe. Vox habla de inmigración procedente de África, aunque cada vez menos, y se olvida de todo lo demás. Vox cuenta en sus filas con personas de origen africano y nos parece muy bien. Lo que no podemos callar es que Vox no sea capaz de enfrentarse a esos grupos que contemplan el alto rendimiento intelectual y la fecundidad creativa de las etnias caucásicas como una amenaza para sus pretensiones de reordenar y dirigir el mundo. Esos grupos por desgracia lo controlan casi todo. La mayoría de los políticos y creadores de opinión europeos trabajan para ellos desde todas las instancias. Ellos son los encargados de dictar las normas y de tener engrasada la maquinaria demoledora de nuestras sociedades con el linimento de la ingeniería social.
El destino de una civilización depende de su acervo genético y de que se mantenga el tipo de hombres que la crearon. Si a los excelentes se les convierte en minoría y se fomenta la natalidad sin freno de las personas con más bajo cociente intelectual, entonces la cultura y el progreso humano deviene otra cosa distinta.
La historia nunca la hicieron las mayorías, sino siempre las minorías. Por eso las democracias liberales representan el mayor ejercicio de perversión política. Suprime lo valioso, lo capaz, lo sublime… bajo el peso de la masa ignorante y decadente; opaca a los mejores en beneficio de los mediocres, a los logreros en detrimento de los excelentes, a los espíritus libres por voluntades volátiles y encadenadas.
Las democracias liberales necesitan para su supervivencia una buena provisión de tontos útiles, una gran masa de espectros teledirigidos sin valores morales ni convicciones profundas, una opinión pública frivolizada e irreflexiva y unos partidos que instrumentalicen las verdades y mentiras por propia conveniencia.
El abrevadero natural del que se nutren las democracias liberales es siempre la masa. Las democracias liberales son el único sistema político que permite a los indigentes, y no a los hombres de propiedad, ser los gobernantes. Por eso lo destroza todo a su paso y han bastado 80 años de democracias liberales en Europa para que hoy estemos a un paso de perder la civilización que nos encumbró hasta la cima de la humanidad.
Orban lo ha entendido y se atreve a defenderlo públicamente. Rechaza para Hungría el futuro que nos espera a los que vivimos en esta parte de Europa, con un mundo dominado férreamente por gente como Soros, con pueblos adocenados, sin apenas disidencia, y donde el futuro de los pingüinos preocupe más que el de las personas nativas de Occidente.
El mundo, ese enemigo del hombre al que ha manipulado hasta convertirlo en un pelele, un monigote que, ya en en sus manos, es esa piltrafa que llaman masa sin voluntad, sin criterio, sin discernimiento, cree haber ganado la batalla. Pero todavía hay quien disiente y se atreve a enfrentársele. Ahora es Viktor Orban, auténtico hombre en toda la extensión que antropológicamente representa serlo. Un hombre militante por la verdad, la justicia, y la libertad que guía a un pueblo que espero sea consciente de la inmensa fortuna de estar bajo su mando y que es para todos un referente… Leer más »