El abanico norcoreano (música de la República Popular Democrática de Corea)
Andrés Palomares.- La naturaleza de un régimen político no anula (ni tampoco convalida) el valor real de las cosas que surgen en su seno o que éste se apropia para sí, así como la instrumentalización del arte al servicio de una ideología y la política de un Estado no desluce (ni tampoco prestigia) la calidad de lo que se hace en su nombre. Las cosas valen por sí mismas, no por los factores que las envuelven. Su genuina calidad no le es dada por ninguna circunstancia o agente externo.
La belleza del Arte trasciende cualquier circunstancia, política, ideológica, cultural, religiosa…
Es el genio de un pueblo el que se expresa a través de su arte. La ideología dominante, el poder establecido puede poner en movimiento ese genio, pero no crearlo; puede imponer una disciplina, pero no fabricar el talento; puede movilizar las energías y las aptitudes, pero no inventarlas de la nada. Un régimen determinado puede dirigir el esfuerzo, incentivarlo y disciplinarlo, pero no sacar la fuerza de donde no la hay ni transformar la ceniza en sangre.
El arte expresa cabalmente los límites y las tendencias e inclinaciones naturales de una persona o un grupo humano. La sensibilidad, las preferencias, los gustos y los afectos de cada individuo o grupo humano se ven reflejados en su arte, en su expresión artística.
Las circunstancias, el llamado medio ambiente, según sean favorables o adversas, harán fructificar o no, materializarán o no las posibilidades inscritas en la íntima conformación de ese individuo o grupo humano, pero ningún factor exterior las creará ex nihilo. Eso viene en origen. La educación, la disciplina, el entrenamiento, la práctica, el entorno, etc, sólo sacarán lo que ya existía en el germen.
Corea del Norte es un caso curioso y atípico. Es a menudo atacado por lo que se cree que es, antes que por lo que realmente es. Eso pasa cuando tenemos por fuente de información y conocimiento la propaganda antes que la observación atenta e imparcial. El sistema político del país es una extraña mezcla de socialismo y nacionalismo. En no pocos aspectos ese régimen está más en sintonía con algunas facetas del fascismo (e incluso del nacionalsocialismo) que con otras experiencias comunistas reales. Sobre el tema, hay autores que han escrito acerca de ello con bastante solvencia y acierto. Pero eso es otra historia.
Corea del Norte es un enigma, pero es también una gran incomprendida. La desinformación, las mentiras y las calumnias sistemáticas de las que son objeto el país y sus realidades no ayudan en nada. A los intereses de la ideología y las exigencias de la propaganda de sus enemigos en el tablero geopolítico del mundo se suma el conformismo sobre asuntos demasiado complejos para las mentes simples, débiles y perezosas.
Ciñéndonos a la simple apreciación estética de la música norcoreana, hemos de decir que ésta, como todos los campos y actividades de la vida del país, está concebida, dirigida y puesta al servicio de los intereses del régimen y de sus objetivos, para la exaltación de la ideología imperante y la preservación del Estado. No hay nada espontáneo ni improvisado. Todo está (se siente perfectamente bien) pensado, diseñado y elaborado al milímetro. Esa férrea disciplina envuelve todo de un halo de frialdad e insensibilidad aparentes que imprime su sello único a todo el conjunto de la sociedad en todas sus actividades. Todo está demasiado programado, demasiado rígido, demasiado encorsetado, incluso en sus aspectos más ligeros y distendidos. No diremos frívolos, porque dudamos que haya algo frívolo en Corea del Norte (promovido por el poder), o por lo menos lo que nosotros entendemos por tal.
Tal vez ese malestar que se llega a sentir ante esa rigidez y esa falta de espontaneidad proviene también de un hecho cultural que no podemos menospreciar (y que preexiste a la ideología vigente). Y es que estamos ante un pueblo que tiene su propia idiosincrasia, su propia sensibilidad, su propia manera de expresarla y su modo único de exteriorizar lo que lleva en su interior. Pero todo lo que se nos ofrece a la vista ¿no esconde tal vez algo más que no llegamos a percibir por diferencias de cultura, de mentalidad y de valores? Toda mirada está cargada de prejuicios, que la ignorancia, la desidia y la mala fe interpretan según la conveniencia del observador que busca confirmar sus recelos y ratificar sus suspicacias.
La calidad de la música en Corea del Norte es de un nivel superior, en sus géneros y estilos. Eso es indiscutible. La belleza de sus canciones, piezas de todo tipo, óperas, etc, es innegable. Aquí, como en otros campos, el perfeccionismo es una religión que no admite a los incrédulos ni tolera a los tibios.
La producción musical oficial del país (no hay otra) no es propiamente “música comunista” (si es que hay algo que se adecua a ese concepto), pero es innegable que es el régimen quién la ha generado, estimulado y en definitiva fabricado. Allí nadie escribe una nota si no es alentado, incitado, mandado y aprobado por el Partido, eso es bien seguro. La censura es implacable y la excelencia un mandato ineludible. Allí nadie va por libre. Es por lo tanto responsabilidad del régimen todo lo que se “fabrica” en ese terreno, como en el resto de los campos. Para bien o para mal. La iniciativa propia no existe, todo está concebido, planificado y coordinado por el gobierno. El resultado está a la vista. Podemos apreciarlo, porque hay motivos de sobra para ello. Pero podemos también echar en falta esa sensación de libertad (tal y como la entendemos los occidentales) que sentimos ausente aquí. El régimen impone un libreto, ordena y manda, y los artistas ponen su capacidad creativa y su talento al mandato de la autoridad. Por lo demás, siempre pasa así, de alguna manera u otra.
El arte en Corea del Norte es el producto fidedigno del régimen que allí impera. Pero ese producto es la creación del genio nacional, es el fruto genuino de un pueblo, no de un gobierno, de un partido o de una organización estatal. No es el régimen, ni la ideología que lo sustenta, quien crea arte, sino un pueblo que sigue las directrices y se somete a las exigencias de un poder que moviliza sus energías, estimula sus aptitudes y activa sus potencialidades para sus fines. A cada cual le corresponde su propio mérito, pero no cabe confusión al respecto.
¿Pero acaso no ocurre otro tanto en todas partes? El arte (lo que sea éste) que entre nosotros se produce, ¿no refleja él también la naturaleza de nuestro propio régimen político, ideológico, cultural, etc…? (*)
¿Qué hay de nuevo y exclusivo en el caso norcoreano? En realidad nada en lo fundamental. Porque, en definitiva, toda sociedad, sea cual sea su régimen político o su forma de gobierno, produce en materia de arte lo que llevan en sí los hombres que la componen, y únicamente lo que llevan en sí.
Eso aflorará o no, según la presión externa y los condicionamientos y estímulos del entorno. Pero ningún estímulo, por apremiante que sea, hará dar aceite a las piedras. Y la constatación de este hecho incontestable nos lleva a conclusiones inquietantes, a poco que nos miremos en el espejo y tengamos el valor y la inteligencia de ver lo que realmente éste nos devuelve.
¿En qué sociedad (sea cual sea la ideología que la rige) podemos asegurar que la música y el arte en general (de consumo masivo, se entiende) es espontáneo y no es impuesto por los que mandan?
El arte, como toda manifestación visible y perceptible del alma y del espíritu, como toda plasmación de lo interior hacia lo exterior, como toda expresión de la cultura y el modo de vida, es el resultado de la combinación (lograda o fallida) entre la esencia y el entorno, entre la semilla y la tierra, entre los genes y la educación, entre el hombre y la sociedad que lo condiciona y lo moldea. Hay un abanico de posibilidades inscritas en el destino de los hombres y los pueblos. Pero nada es posible fuera de ese abanico.
“Sé próspero, mi país”. Un himno a la Patria, majestuoso y conmovedor, lleno de dignidad y esperanza. El hermoso abanico norcoreano.
https://www.youtube.com/watch?v=TwLTxiVs7lI
Para los melómanos.
Versión corta: https://www.youtube.com/watch?v=N08PmBSN5Iw
Versión concierto para piano: https://www.youtube.com/watch?v=HTqfUJioidQ
(*) ¿Leticia Sábater no es acaso el reflejo fidedigno y auténtico de nuestra cultura actual, el producto más sincero y verdadero del “arte” que entre nosotros surge, se impone y domina?