Pragmatismo y política
Cuando, producto de la excesiva politización de la vida española (1929), el ensayo,”La Rebelión de las Masas” del filosofo español Ortega y Gasset, fue interpretado en los términos políticos, no deseados por él, éste, advirtió: ” Ni este volumen ni yo somos políticos…”. Pero, tal advertencia no causó efecto alguno en la opinión pública, por lo que, ya enfadado, concluyó con esta sentencia: “Ser de izquierdas es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.
En el año 1965, es decir, 36 años después, Gonzalo Fernández de la Mora, escribió “El Crepúsculo de las Ideologías”, libro significativo, en el sentido de constatar que las ideologías habían entrado en fase crepuscular, como fase previa a su muerte.
En el Congreso del PSOE celebrado en Madrid en 1979, en un ejercicio de realismo, esta formación política abandonó el marxismo como ideología oficial y se definió como partido socialdemócrata, homologado a la socialdemocracia europea y por lo tanto, alejado de cualquier tipo de radicalismo. Concretando, podríamos decir que se enmarcó en el ámbito del centro político. Exactamente, centro-izquierda.
Si, por otro lado, tenemos al PP como fuerza política de centro-derecha, quiere decir que, las dos fuerzas políticas, hoy por hoy, susceptibles de gobernar en España, están centradas, huidas de ideologizaciones y radicalismos propios de tiempos pasados.
Y, el marco general, donde se mueven estas dos fuerzas políticas y todas las demás, está sustentado, por un lado, en la democracia parlamentaria; y por otro, en una Constitución que, esta fuertemente inspirada en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Es verdad que, esta declaración y defensa de principios y valores humanos, se le puede poner una pega, y no es menor: ha pasado, como de puntillas, por un tema que es clave: el tema del aborto. Salvo esta omisión, conviene hacer la apreciación de que La Declaración Universal de Derechos Humanos, en una de las grandes conquistas de la historia de la humanidad, en tanto en cuanto, protege a las personas con relación a unos derechos fundamentales, civiles, económicos, sociales, culturales y ambientales, sin distinción por razón de raza, patria,…..etc. y como propios de la dignidad humana.
Pero, éste del aborto, es tema que merece tratarse aparte.
Si a los políticos no hay que pedirles ideología, se preguntará el lector, entonces, ¿qué habría que demandarles?: además de honradez, eficacia y una buena gestión.
Un estado social y de derecho como es el español, recauda ingentes sumas de dinero de sus ciudadanos, cuyos ciudadanos, de los ingresos obtenidos con su esfuerzo, deben detraer, en muchos casos, cantidades importantes para contribuir al bien general y, eso, debe llevar aparejada, como contraprestación, la exigencia moral por parte de los políticos de turno, de hacer los esfuerzos de toda clase, para intentar darles un destino eficaz.
En consecuencia, los ciudadanos, no deben valorar a los políticos por una imagen más o menos aparente, o por lo que sean capaces de embaucar; sino que, con la cabeza fría, deben valorar la capacidad de esos políticos relacionada con la gestión de lo público para que así, el gobierno elegido en base a esos criterios, sea capaz de sacar el mejor rédito a los recursos del Estado, en beneficio de todos.
En definitiva, en una sociedad moderna y avanzada, se trata de exigir a los políticos, no ideología, sino, capacidad de gestión.
Si desechamos o, mejor dicho, reducimos las ideologías a la mínima expresión, entonces: ¿que nos pueden y deben ofrecer y, a la vez, debemos pedir a nuestros políticos, ¿solo gestión? ¿Y las creencias? ¿y los principios? ¿y los valores? Esa lucha, ese esfuerzo corresponde a la sociedad civil. Pero, claro, muchas veces, es más cómodo, delegar éstas intrincadas actividades, tan personales, en entes abstractos, como son los partidos políticos, con lo cual el fracaso está mas que asegurado.
En el referido ensayo “El Crepúsculo de las Ideologías”, Gonzalo Fernández de la Mora, acertó, plenamente, al definir la nueva situación derivada de la desideologización de la política, y decía, al efecto: “Las religiones se depuran, despragmatizan y despolitizan; sueltan lastre terrenal… Se impone la libertad de conciencia y las creencias se interiorizan. Brota un maravilloso pudor de lo divino”.
Las creencias, principios y valores, son cosas demasiado importantes como para dejarlas en manos de los políticos.
Los políticos deben dedicarse a la política y su labor con respecto a todo lo que atañe a lo que va mas allá de lo político, debe concretarse a garantizar el mantenimiento de las condiciones necesarias donde sea posible que cada cual pueda defender las creencias, principios y valores legítimos que considere oportunos y, por lo tanto, esa labor de defender los valores propios de nuestra cultura, debe corresponder a la sociedad civil y, muy especialmente, la labor de defender la creencia, debe corresponder a los creyentes.
¿Cómo dejar la creencia en manos de un partido político, que legisle unas leyes que la defiendan, pero susceptibles de ser barridas y quitadas de en medio, por el siguiente partido que gobierne que, con toda razón, ya que estamos en un Estado aconfesional, las eliminaría?
Por lo tanto, esa labor debe corresponder a las Iglesias, pero no solo a las jerarquías eclesiásticas, que también, sino y, además, a la iglesia militante.
En definitiva, se trata de hacer una prospección seria y rigurosa, ahondando en el alma de este hombre moderno que, cerrado a toda grandeza, se niega a cambiar. Por lo tanto, se trata de no errar en el diagnostico sobre la enfermedad que, tan fatalmente, afecta a nuestra sociedad y que yo, me atrevo a diagnosticar: la falta de valores y principios que actualmente se da en la sociedad occidental, no es el resultado de la aplicación de unas ideologías de este u otro carácter político, ni de la acción de los políticos de este o aquel partido político. El problema es de otro carácter, vive en estratos más profundos. Se trata de la falta de compromiso derivada de la aplicación de la filosofía post moderna, que preconiza el pensamiento débil, que ha generado un hombre light, descafeinado, descomprometido, incapaz de adquirir compromisos fuertes. Si a eso se le suma las proclamas de los apóstoles del materialismo científico, tenemos los ingredientes necesarios para que se de hoy en día, un hombre hedonista, narcisista y nihilista que solo aspira a satisfacer la parte más primitiva de si mismo.
Si escorarse políticamente hacia un lado es síntoma de visión parcial de la realidad, entonces: ¿qué hacer?
En España existen establecidas unas reglas de juego que tienen como meta garantizar, dentro de lo posible, dos aspectos fundamentales de la vida pública, como son, por un lado, el mayor bienestar económico de sus ciudadanos; y, por otro, asegurar el mantenimiento de unas leyes generales que, sin discriminación alguna, protejan a esos ciudadanos de los abusos, como defensa de sus derechos, en tanto en cuanto que personas humanas.
Las sociedades modernas desprecian los adoctrinamientos, esos que traen la radicalización de la sociedad y la división en bandos, como ha sido el caso de España en muchas épocas de su historia, con unos resultados nefastos.
Producto de ese adoctrinamiento, se produce una perversión de los conceptos: la sensibilidad queda convertida en sensiblería; el patriotismo en patrioterismo; y la bandera se utiliza como arma arrojadiza, convertida en pim, pam, pum; se va a la pugna, ridícula, por otra parte, de ver quien la exhibe más grande y con más énfasis.
Creo que fue José Antonio Primo de Rivera (y si no fue él, lo hago como mío propio) el que afirmó, más o menos, con estas palabras que “la mayor riqueza de España consiste en la gran diversidad y variedad de sus regiones”. Y eso, debe significar la aceptación de dicha realidad, en el sentido de reconocer que cada región tiene sus peculiaridades en cuanto a costumbres, tradiciones, gastronomía, folclore y, en algunos casos, hasta idioma propio. Y, entra dentro de lo normal, que los ciudadanos de cada región, asuman, defiendan, y, en definitiva, estén orgullosos de esas sus peculiaridades.
Un ejemplo de incomprensión, aversión y no aceptación de esas variedades regionales, puede ser el caso de Fraga que fue acusado, por algunas personas recalcitrantes, de traidor, por el mero hecho, de, mire usted que delito más grande, hablar gallego en su Galicia natal.
Por lo tanto, huyamos de esos partidos políticos mesiánicos, que lo único que buscan y, muchas veces consiguen, es la confrontación y, en resumen, una vuelta a las andadas, en el sentido de llegar otra vez a las dos Españas.
Una vez aceptado por la mayoría de los partidos políticos un sistema de libertades, con una economía basada en la libertad de emprender, con respeto a la propiedad e iniciativa privada y, a la vez, unos derechos humanos garantizados, lo único que hay que pedirle a cualquier gobernante es conciencia social, en definitiva, que mantenga el llamado Estado del bienestar.
Y, para concluir, sería conveniente que todas esas energías que, vanamente, dedicamos a defender, por medio de la política, a las creencias, principios y valores, propios de la sociedad occidental, las utilizáramos en apoyar esas iniciativas, promovidas por personas de la sociedad civil que, conscientes del deterioro de los valores morales, en definitiva, espirituales, (que son los que, en su día, alumbraron este mundo occidental más avanzado), se proponen revertir la situación y, que, por poner un ejemplo, hoy en día, pueden estar representados por una plataforma, de ámbito nacional, y que responde al nombre de NEOS.