Ideologías
El efecto más perverso de cualquier ideología, consiste en el hecho de que, al estar constituidas por ideas, éstas, al vulgarizarse, pierden rigor conceptual y, llegado ese caso, quedan convertidas en dogmas, y son divulgadas mediante consignas y panfletos, adquiriendo un aire doctrinal, por mor del cual, la política queda convertida en religión.
Gonzalo Fernández de la Mora, Ministro franquista y, por lo tanto, nada sospecho de izquierdista, en su ensayo “El Crepúsculo de las Ideologías”, escrito en 1986, las define así: “Una ideología es una filosofía política popularizada, simplificada, generalizada, dramatizada, sacralizada y desrealizada; en suma: un subproducto mental, una pseudoidea, una razón caricaturizada y corrompida por un intenso y sostenido tratamiento de masificación”.
En el mundo occidental, en general, esto, desde hace mucho tiempo, se entendió meridianamente, y acertó al desembarazarse de sentimentalismos ideológicos; de tal manera que, en los países incluidos en ese ámbito occidental, las opciones políticas giran, fundamentalmente, en torno a dos visiones políticas que, en lo esencial, convergen. Las diferencias entre ambas son de matiz y no de fondo: la socialdemocracia (que admite la propiedad privada con renuncia a la nacionalización de los medios de producción) y el liberalismo (que acepta las conquistas sociales de los trabajadores); dando como resultado de esa convergencia, un sistema, fundamento de un conjunto de acciones políticas, económicas y sociales que, se podría definir, como un sistema liberal-capitalista, cargado de un fuerte contenido social.
La dinámica liberal, sustentada en el ímpetu emprendedor y, con la capacidad a ella inherente, de crear riqueza, en sintonía con la conciencia social de redistribuirla a través de un sistema impositivo que la haga posible, es una simbiosis que, con renuncia de ambas partes a la consecución de ventajas propias, deja al descubierto, esa capacidad del hombre más avanzado, de superar viejos antagonismos, poniendo de manifiesto, también, como, producto de la razón, se pueden alcanzar unos objetivos que conjuguen las legitimas aspiraciones de los emprendedores y hacerlas compatibles, con las necesidades que cualquier persona trabajadora tiene que cubrir, como propias de su dignidad humana.
Todo un triunfo de la razón. Esa facultad que distingue al hombre, de forma señera, de los demás seres.
Esta simbiosis entre liberales y socialdemócratas funciona muy bien; de tal manera que en las sociedades en que se instala, produce los mayores rankings de libertad y bienestar. No obstante lo cual, no se puede evitar que, en virtud de errores propios y otros factores externos, puedan producirse procesos de deterioro, con interrupción coyuntural de ese progreso.
Tal es la coyuntura por la que, en algunas áreas de Europa, en la actualidad, estamos atravesando, ya que, producto de crisis económicas, pandemias y guerras, nos encontramos sumergidos en una crisis económica que se está alargando demasiado.
Es el momento de los extremismos. Y así vemos como, de un tiempo para acá, se está produciendo una radicalización, en el sentido de que, a la izquierda de la socialdemocracia, en algunos países, sobre todo en España, han tomado protagonismo los partidos comunistas; y fundamentalmente, en el conjunto de Europa, a la derecha del liberalismo, los que han emergido son los partidos de extrema derecha.
Pero ¿es la radicalización la mejor manera de enfrentarse a esta coyuntura? Parece que no. Conviene advertir, llegado a este punto, que las ideologías de las formaciones políticas que han tomado protagonismo actualmente, unas, situadas a la izquierda (comunismo) de la izquierda moderada, y otras, a la derecha (fascismo y nazismo) de la derecha moderada, nunca han solucionado nada. Todo lo contrario: esas ideologías de que se nutren unos y otros extremos, lo que han producido en el mundo, históricamente, han sido muertes, revoluciones, guerras y atrasos.