Salvar al soldado gafe
A estas alturas no debería quedar ninguna duda de que el Partido Popular está en las manos de un gafe. Y frente a un gafe no hay nada que hacer. Absolutamente nada. Napoleón lo sabía muy bien. Cuentan que, en un momento dado, tuvo que cubrir una vacante para un puesto de responsabilidad en la cúpula militar.
Al parecer, el puesto incluía estar al frente de alguna campaña bélica de vital importancia.
Sus consejeros y asesores le proporcionaron al candidato ideal: por experiencia, méritos, tradición, coraje, liderazgo y prestigio entre sus pares y ante el pueblo.
Bonaparte, medio clarividente, objetó:
– Este candidato es muy brillante, cierto. Pero… ¿tiene suerte?
Los que votaron a Casado para sustituir a Rajoy al frente del PP tendrían que haberse hecho la misma pregunta.
Visto lo visto, Casado no es que carezca de suerte, es que destroza lo que toca. Es su condición de gafe. Un gafe de tomo y lomo. Casado solo es el reflejo de un niñato de nuestro tiempo, sin ideales más allá de los que imponen las circunstancias cada día y con principios canjeables en base a la conveniencia política del momento. Un día se puede levantar proclive a incluir a Vox en su gobierno y a los dos días reivindicar el centro político alejado de Vox como fórmula de supervivencia política. No solo es que sea gafe, es que también es tonto. ¿Alguien en su sano juicio puede alcanzar a creer que los españoles van a dejar la gobernabilidad del país en manos de Casado? ¿Alguien que no haya perdido el juicio puede imaginar al maricondotiero Montesinos sembrándole inquietud a Sánchez?
En el otro lado ocurre justo lo contrario. Abascal tiene una flor en el culo. Una nulidad como él ha sido llevado en volandas al casoplón del millón de euros en el que vive sin tener que dar nunca un palo al agua. Los que deciden quién sube y quién baja, quién luce en el firmamento político y quién no, le han llenado los bolsillos a cambio de que ejerza sin rechistar el papel de anestesista de la derecha disidente. Da igual lo mal que le vaya al partido de Abascal, que en plena campaña siempre tendrá una exhumación, un error telemático, una rebelión en Cataluña o una ola de consternación por el asesinato de una joven, para auparlo en las encuestas. El voto a Vox es el voto del desquite. Nadie vota a Vox para mejorar la economía, ni para reducir el número de parados, ni para acabar con la precariedad en el empleo, ni para mejorar las infraestructuras, ni para acabar con los corruptos, ni mucho menos con la partitocracia. El voto a Vox no es tanto en favor de Vox como en contra de otros. Y en un país que hace honor al lema machadiano de que “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, de duelos a garrotazos, de instintos guerracivilistas, de anteojeras morales, de tantas tripas por estrenar, es un país muy a la medida de Vox, da igual lo poco que valgan sus dirigentes. Por eso es extraño que habiendo gente famosa y con dinero, a la que seduciría estar en primera línea política, permitan a los de Vox el usufructo en solitario del votante de Puerto Hurraco que millones de españoles llevan dentro.
Y cenizo : “dicho de la persona que tiene mala suerte o que la trae a los demás”.. siendo lo primero lamentable y lo segundo inadmisible.