La izquierda, peste de nuestro tiempo
F.J. Contreras.- Las diferentes crisis que nos agobian hoy (económica, financiera, social, …) no son, en definitiva, sino manifestaciones de una única crisis, más profunda: la crisis de valores. De ahí que el principal debate al que han de enfrentarse intelectuales, políticos y sociólogos no es el económico o el político, sino el cultural.
En él, solo caben dos modelos contrapuestos: el basado en la cultura del relativismo, donde, en una concepción malentendida de la libertad, todo vale, y el modelo contrapuesto, basado en la defensa de un sistema de principios y valores morales.
Si se acepta esta premisa, es posible mejorar el actual horizonte español y europeo. Tras su fracaso, la izquierda política europea pretendió sustituir su modelo socio-económico por otro moral-cultural, basado en el relativismo, según el cual, para que una persona sea auténticamente libre, lo más importante es que no crea en nada o en casi nada. Y frente a esta postura, la única institución que actualmente defiende valores morales es la Iglesia (católica, más concretamente), por lo que se ha convertido en el blanco de los ataques de la izquierda progresista.
La divisoria conservadores versus progresistas va a convertirse en el eje de referencia más significativo, la polaridad social más trascendente en las próximas décadas. La izquierda política fracasó, a lo largo del siglo XX, en sus aspiraciones clásicas, por lo que en el XXI experimenta una mutación que le lleva a sustituir la revolución socio-económica por la revolución sexual, familiar y moral. Y, puesto que las diferencias prácticas entre la gestión económica de un partido de derechas y uno de izquierdas son apenas discernibles, se ha visto abocada a buscar un nuevo proyecto; este proyecto lo ha encontrado en el magma liberacionista y freudomarxista al que proponemos llamar sesentayochismo: ideología de género, permisividad sexual, aborto libre, cuestionamiento de la familia tradicional, hostilidad al cristianismo, pacifismo buenista, muticulturalismo asimétrico (idealización de las culturas no occidentales y denigración de la occidental), ecologismo ‘profundo’ (deep ecology), anti-industrial y antihumanista…
Especial atención merece el feminismo, el neofeminismo y la ideología de género. De hecho, el liberacionismo pansexualista es el verdadro motor motivacional de la nueva izquierda. La tercera ola feminista que se vive en la actualidad ha producido la llamada gender ideology, que sustituye el concepto de sexo (determinación biológica) por el de género (construcción cultural).
También es importante incidir en la apropiación de la izquierda del lenguaje de los derechos humanos, con una colonización de importantes organismo internacionales, como la Unión Europea o las Naciones Unidas.
Los campos de batalla en los que se dirime la actual guerra cultural son la vida, la familia y el papel de la religión en la vida pública, donde los cristianos han de dar su respuesta razonada, ante estos ataques a la Iglesia y los valores que esta defiende. En esta línea, finaliza el capítulo facilitando a los creyentes algunos argumentos no confesionales.
Relativismo y tolerancia
El virus de fondo que todo lo ha infectado se llama relativismo. Sin esta perspectiva estrictamente filosófica, será imposible comprender qué es lo que nos está pasando y que la crisis económica es solo una de las manifestaciones de otra más profunda: una crisis de valores. Y, mientras las instituciones –públicas y privadas- no centren su interés en la dimensión moral de la crisis, estarán soplando al humo, pero no apagando el incendio.
El relativismo es una postura contraria al deseo natural de verdad que tiene el hombre. Nadie ha nacido para vivir sumergido en la duda y menos todavía para presumir de ello, sino para buscar la verdad que le hace bueno. Es un error presentar el relativismo como la justificación de la tolerancia y como el fundamento de la ‘alianza de civilizaciones’. El relativismo está generando precisamente lo contrario: más xenofobia. Nos falta fe. Nos sobra miedo. Nos han llenado, en ocasiones (en muchas ocasiones) de complejos. Nos han llenado de dudas.
Cristianismo y confianza en la razón
La creencia en la fiabilidad de la razón y la creencia en Dios son inseparables. Se da la paradoja de que, precisamente, la Iglesia, a la que muchos acusan de no racional en sus creencias, sea quien haya salido en defensa de la razón. En definitiva, el colapso contemporáneo de la confianza en la razón resulta tan amenazador para la religión como el delirio de omnipotencia de la Razón ilustrada.
Es necesario dar racionalidad a la creencia, a la fe, a la que la ciencia ha llegado a relegar al fideísmo, que la concibe como una pura vivencia, un salto gratuito al vacío, carente de justificación racional. En la medida en que la religión renuncie a su componente racional, quedan las puertas abiertas al fundamentalismo, el literalismo, el sentimentalismo y otras derivas.
Cristianismo, democracia y crisis europea
No es nuevo afirmar que la situación espiritual de la Europa contemporánea es altamente alarmante, afectada por la descristianización o, más bien, por el ateísmo creciente. Un ateísmo que, en ocasiones, abandona la indiferencia religiosa para acercarse a posturas hostiles; situación que se da, especialmente, contra el cristianismo, ya que otras religiones figuran protegidas por el imperativo de la multiculturalidad y el prestigio de lo exótico.
Vacío normativo, fruto del abandono del fundamento último de los valores de una civilización, que siempre tiene un carácter religioso. La Europa postcristiana estaría condenada a la desorientación existencial, el vacío axiológico y el agotamiento cultural.
Crisis demográfica, manifestada por el descenso de las tasas de natalidad, motivado por el aplazamiento de la maternidad, la mentalidad hedonista (los hijos son una carga), incapacidad para el compromiso y, sobre todo, por una crisis civilizacional: Europa no cree en el futuro.
Crisis de la familia en su sentido tradicional, con volatilidad de las parejas, aparición de nuevos modelos familiares, etc.
Desacralización de la vida, con la libertad para abortar, solo limitada en Polonia e Irlanda.
Vértigo de lo técnicamente factible, especialmente en campo de la ingeniería genética, que coincide históricamente con el desconcierto moral.
Relativismo.
Autodenigración civilizacional; la autocrítica razonable ha degenerado en una autonegación masoquista, en la que pensamos que los occidentales somos codiciosos, racistas, imperialistas que despojamos de manera sistemática a los no occidentales.
Pacifismo buenista; el nuevo espíritu de Munich mantiene la disposición europea a la rendición, la incapacidad para defenderse, especialmente de la explícita declaración de guerra de un sector radical del Islam a nuestra civilización.
Artes a la deriva: carencia de un canon, abandono de la belleza para producir “sobre todo en las artes plásticas, un aquelarre constante de abominaciones”.
Y, ante este panorama, urge explorar unas posibles vías de salida. En este callejón sin salida, algunos intelectuales no creyentes, entre los que destacan Marcello Pera y Jürgen Habermas, vuelven nuevamente su mirada a la ética cristiana, que tiene respuestas para las cuestiones que en la ética laica quedan sin resolver.
El cristianismo es la religión de la razón y la libertad. Esos son los dos conceptos que la izquierda pretende destruir para conducir al hombre a una nueva forma de esclavitud cien veces peor que todas las anteriores.
El relativismo cultural esta bien si uno es antropologo o sociologo y tiene que irse a investigar otras culturas y sociedades que no sean la occidental, u otras culturas dentro de la occidental que no sean la de uno mismo. Pero a la hora de sentar preceptos y leyes es un error intentar usarlo, se crean demasiadas confusiones… ese es el grave error de la izquierda de nuestro tiempo.
Aunque la tercera ley de Newton dice que hay una reacción por cada acción, no hay reacción a una patada de la izquierda….en fin.
La izquierda se lleva el canto de un duro con la derecha pseudoliberal actual, ambos trabajan para el mismo sistema.