Las culturas milenarias se enriquecen con más cultura
Rafael Sanmartín.- No hay nada más peligroso que la ignorancia. Un tipo de ignorancia, porque hay dos: está la de quien no sabe y la de quien no quiere saber, más relevante, porque el primero suele estar abierto a aprender. No así el segundo cuya ausencia de conocimiento parece inducirle a creerse principal experto. Una pena, con lo bueno que es aprender, lo positivos que nos hace y lo lejos que nos sitúa del ridículo.
En Historia, dónde lo que vamos a llamar «sabiondía» se da con demasiada facilidad, se repite el efecto: un día se escuchó algo, o algo de lo aprendido en primaria se ha quedado en un rincón del intelecto y el individuo, da igual el género gramatical, se considera erudito indiscutible. Lo peor es que quien cree saberlo todo no siente necesidad de aprender. Y se permite dar lecciones. Es un efecto aplicable al uso de las palabras. También las relacionadas con la Historia. Por ejemplo, hablar de «reconquista». Se puede reconquistar lo que ha sido propio, nada más. Pero si la primera unidad de la península ibérica viene dada por Roma, una potencia expansiva; si la primera independiente —en teoría— la traen los visigodos, una tribu nórdica que cruzó los Pirineos a principios del siglo V y tardó tres en extenderse por la península, resulta difícil plantearse que alguien pudiera «reconquistar» lo que nunca había sido suyo.
Lo de la re-conquista es más largo y tiene varias lecturas. Y lo que interesa aquí es el lenguaje, en tanto expresión de una comprensión. O de su falta. Ocurre cuando surge el relamido tema de la llamada «cultura musulmana», error de órdago, porque lo musulmán, como lo judío, lo cristiano, ó lo budista, son religiones, no culturas. Las culturas dentro de un larguísimo etcétera, son megalítica, semítica, griega, del argar… O andalusí, con demasiada frecuencia renombrada, confundida más bien, con árabe, musulmana o mora. Ya empezamos. «Moro» es traducción o deformación fonética de «mauri», gentilicio de los habitantes de la Mauritania latina, la franja costera norteafricana, que abarca desde el actual Túnez (entonces Cartago) hasta el Atlántico. Más concretamente, el Rif, en el actual Marruecos y la continuación de esa franja en Argelia. Esos son los únicos «moros» que, en una simplificación que en este caso es ampliación, se aplica a todo el mundo musulmán. Problemas de la sabiondía aplicada.
En lo político o territorial, el actual territorio de Andalucía y el ocupado por Andalucía (ó al Ándalus con anterioridad), solamente ha formado parte de una potencia, cuya capital estuvo fuera de la península ibérica, durante la época romana o latina. Durante la etapa mal llamada musulmana, el Califato, primero, y los reinos de Taifas después, fueron entidades completamente independientes de cualquier poder exterior a sí mismos, si bien —y esto es muy importante recordarlo— durante la etapa romana el Rif formaba parte de la misma prefectura y durante la andalusí, además de los contactos fraternos con el norte de los reinos que ocuparon el espacio del actual Marruecos, muchas de las ciudades de esa zona rifeña eran políticamente de Córdoba en el Califato o de la Taifa de Sevilla. Pero es que hasta la conquista de los reinos andaluces por el reino de Castilla, nunca la superficie de Andalucía había formado parte de un ente peninsular superior o exterior. Es más: la dominación de la Bética por los visigodos no se produjo hasta 670, cuando terminaron de conquistar Córdoba.
Podemos concluir que buscar paralelismos, menos aún dependencias de Andalucía respecto a cualquier Estado exterior antiguo o moderno, es pura entelequia. Ganas de encontrarle al gato pies que no son suyos. Igualmente disparatado es pensar que la cultura andaluza es dependiente de una supuesta «cultura musulmana». A partir de 711 la cultura andaluza, labrada desde miles de años antes a partir de sí mismos y de sus encuentros con otras, en especial las orientales, se enriquece con un nuevo encuentro. Oriental también, como los anteriores. Helénico, por más señas. Porque lo que puede aportar algo a Andalucía no viene de Arabia, ni del norte de África: viene de Siria.
Una cultura helénica, precisamente. Por eso, lo de Andalucía a partir de 711 fue un encuentro. Un reencuentro consigo misma, porque sus raíces ya estaban en nuestro suelo desde que Herakles estuvo buscando por aquí el Jardín de las Hespérides.
Quizá merezca la pena profundizar. Tal vez en próximas entregas, porque esto es un artículo, no un tratado.