Las imperecederas lecciones de Anna Karenina (Segunda parte)
Luys Coleto.- Llega al mercado del DVD nueva e innecesaria versión de la inmortal obra de Tolstoi, narrada en esta ocasión por el conde Vronsky, el amante de Anna. El realizador ruso Karén Shajnazárov lo hace desde una perspectiva muy libre, libérrima por momentos, pero poco rigurosa en relación con el inmarchitable modelo en que se basa, con lo cual podemos afirmar que se trata de una cinta fallida. Muy fallida, precisemos, quedando el crucial asunto marital prácticamente evaporado de la narración.
Matrimonio, dificultad
El matrimonio, posibilidad de plenitud, también derrapa en tantas ocasiones en la inveterada y crudelísima crónica de un agotador sufrimiento, un dato social y (bio)político de dobles morales. O abiertamente inmoral. Con sus abracadabrantes paradojas cuando se dice abiertamente que “he oído que las mujeres aman a los hombres hasta por sus vicios, pero yo a mi marido lo odio por sus virtudes”.
Según el parecer de Tolstoi, la tolerancia y el estímulo de la voracidad sexual masculina se (retro)alimenta de la burda coquetería e impudor femeninos, de los escotes y espaldas desnudas que colocan a las mujeres “que no desprecian exhibir las partes de su cuerpo que excitan la sensualidad”, en la senda del desafío y la caída, víctima y pecado. Para conocer el amor es necesario equivocarse y luego enmendar el error, se afirma en la novela. El perdón sobrevolando todo el relato.
Anna Karenina, aguda cavilación sobre el amor, increíblemente ambiciosa, no solo Karenina, sino que se confrontan dos parejas (la de los amantes Anna Karenina y Vronski y la del matrimonio Kitty Scherbaski-Konstantin Levin), situando como reseña a una tercera, la que fundan la hermana de Kitty, Dolly, y el hermano de Anna, Stepan.
Aleksei Karenin, esposo de Anna
En ese sentido, Karenin es el clásico hombre de alta sociedad zarista, ofuscado por las apariencias superficiales y el poderoso caballero. Leemos que “en San Petersburgo los representantes de la alta sociedad forman en realidad un solo círculo: todos se conocen y se visitan, pero ese gran círculo presenta subdivisiones”. El eterno qué dirán, en definitiva, del que Karenin es tan deudor.
Sin embargo, el esposo de Anna ignora o mantiene alejadas sus efusiones amatorias y hace lo que es correcto. El deber, por encima de todo. El débito conyugal, valga la expresión. Es por ello que cuando el deseo sexual en su matrimonio palidece ello no incomoda a Karenin. Él quiere a Ana porque es su esposa y así es como debe ser.
El insondable abismo del adulterio
Él, leal marido, sigue todo lo que prescribe la ley (moral). Esta traza muta perniciosa cuando Karenin advierte la relación adúltera de su esposa. Él, inquieto por su vanidad y honor. La felicidad de él o de Anna, fruslerías. Karenin, demasiado manufacturado por la sociedad circundante. Al final, perdedor. Fracasa en su conversión al cristianismo, víctima de un ilusorio gurú que intenta apartarlo más de Anna.
Karenin llega a afirma que “lo que ella pueda tener sobre su conciencia no me incumbe a mí, sino a la religión”. Siente un gran alivio por haber encontrado la receta que zanja su contrariedad. Amonestar a Anna no por su deseo, sino por su imprudente proceder. Los celos de él, absolutamente degradantes para ella y para su hijo. Ergo, ella debía obrar con rectitud.