Gotas sobre el mar: ¿Elecciones, ya? ¿Para qué?
La instalación de esta casta política, que ha venido reproduciéndose a sí misma durante los cuarenta años de partitocracia, ha hecho de España un lodazal. Su único mérito ha consistido en preocuparse de que los mecanismos y las previsiones sucesorias, en gobiernos y partidos, hayan funcionado para constituir un grupo profesionalizado y hereditario, consiguiendo así mantener y justificar su permanencia a todos los niveles de la decisión política.
A lo largo de estas cuatro décadas, muchos de los que han calentado los sillones del congreso y del senado han sobrepasado la mera irresponsabilidad para adquirir la infamante etiqueta de traidores a su patria. Es decir, se trata de meros delincuentes a los que, si la justicia española honrara su excelso nombre, estaría empeñada en ubicar tras unas rejas. Pedir a estos políticos causantes del problema que lo resuelvan resulta un absurdo y, aparte de una pérdida de tiempo, un perverso error.
Lo que quiero decir es que resulta preocupante el requerimiento que viene extendiéndose a favor de una convocatoria urgente de elecciones, considerando que no han aparecido nuevos políticos ni nuevos partidos con el vigor ideológico suficiente ni con la implantación territorial necesaria para llevar a cabo la ineludible tarea de regeneración nacional que se precisa. De ahí que debamos preguntarnos: ¿nuevas elecciones, ya?, ¿para qué?
Si la casta política no se ha renovado, o si los grupúsculos extraparlamentarios no han conseguido unificar ni amplificar sus argumentos con tal energía que los haga indiscutidos, ¿seríamos capaces de entregarnos de nuevo en manos de quienes, conociendo bien la situación por haber sido sus provocadores, gobiernan o tratan de gobernar con la ayuda de la mentira, cuidando encubrir con ella un conjunto que está podrido en su base a causa de un crimen original: el odio y la ambición desenfrenados o el desinterés hacia la patria?
¿Soportaría España cuatro años más, sin descomponerse definitivamente, bajo las botas de estos diablos o braguibajuelos que se adhieren viciosamente al pueblo, que es su benefactor, intentando explotarlo hasta su muerte?
¿Permitiríamos acaso que nuestra pasividad siga fomentando maniáticos afectados de infantilismo y de rencor, chacales hambrientos que lanzándose en medio del rebaño sacian su rabia más que satisfacen su hambre?
Evidentemente, no. No es excesivo decir que los dirigentes que España necesita para iniciar la nueva etapa han de ser la antítesis de los actuales. Nuestros políticos del futuro deben dedicarse a atender las aspiraciones del pueblo que se siente español y libre. Aunque sólo sea por propia supervivencia, no podemos continuar bajo la dirección de necios, cagapoquitos y resentidos. Ni que los buenistas y “correctos”, con su impostado señuelo de paz y solidaridad, o con sus amenazas impunes y sus complicidades globalistas, traten de hacernos sus esclavos.
Han llevado tan lejos sus envites, su desprecio hacia nosotros, que el enfrentamiento directo se ha hecho inevitable.
Esto es ya una guerra; por eso, la confrontación de ideas y actitudes, la reacción de comportamientos entre totalitarios y libres debe llevarse a cabo con todas sus consecuencias. Para esa ardua lucha contra el odio de la antiespaña y la mafiosa red del NOM, el pueblo sano no necesita diablos ni ciegos que lo guíen, sino personalidades firmes y dinámicas dispuestas a erradicar viejos resabios y a inaugurar un lenguaje nuevo o ensayar nuevos métodos de acción.
Líderes con principios, sincero espíritu de servicio y una concepción de la acción política que condene las viejas fórmulas clientelares, la lucha de clanes, los turbios ajustes de intereses. Inteligencias insobornables que no suplanten la verdad mediante la mentira oficial o con la ficción de las alternancias en el poder, conscientes de la crisis moral e intelectual de la actual conciencia española.
Son graves y numerosos los cambios, acciones y reformas que España necesita. Pero la primera de las prioridades consiste en renovar a fondo la clase política, fumigando a los parásitos que han gorroneado y consumido un proyecto nacional de transición y democracia hasta hacerlo inviable. Sólo los cándidos absolutos o los absolutos canallas pueden defender que los que corrompieron absolutamente la vida española en todos sus aspectos, abandonen el rencor, la incapacidad, el medro o la desidia y abracen milagrosamente, de la noche a la mañana, la virtud y el amor a su país.
La credibilidad es una condición indispensable en la profesión política. Ningún español con sentido común, no infectado de fanatismo, puede otorgar hoy su confianza a quienes han obligado a España a no levantar cabeza, destruyéndola o permitiendo su destrucción. Por eso, miremos alrededor y preguntémonos: ¿elecciones, ya?
Antes de que ello ocurra es indispensable y preferente el surgimiento de una generación de hombres de Estado, agrupados en un nuevo partido, que se preocupen del pensamiento y la investigación de la verdad moral, y enfoquen sus reflexiones en pos de enaltecer el humanismo cristiano, la inalienable unidad de la patria –Gibraltar incluido-, la excelencia educativa y cultural; de defender la justicia no venal, el respeto internacional, la seguridad de nuestras fronteras; de zanjar las centrífugas y despilfarradoras autonomías; de desaprobar el vandalismo y la ordinariez que invaden hoy foros, pueblos y ciudades; de proteger el pleno empleo y los salarios justos; de garantizar las pensiones…
Cuando esos compatriotas aparezcan, y espero que sea inminente, estaremos en condiciones de aspirar a ser lo mejor de lo que podamos ser. Y entonces exigiremos elecciones.
Eso o seguir gobernados por lunáticos guiñoles de partido, al servicio de intereses extranjeros, integrados en unas instituciones que, como redivivas Cortes de los Milagros, acogen en su seno a todo tipo de miserables.
¿Para qué? Pues para continuar engañando al personal y, mientras estamos distraídos, colarnos la ruptura de España.
amigo lo que pasa es que si este partido se demora en llegar no va a encontrar españa ,sino unas taifas ,tan tarde llega el sombrero que no encuentra cabeza