Me piro, que me embargan
L. Ventoso.- Ayer concluyó la carrera política de Artur Mas, una máquina de equivocarse desde que sucedió al muy honorable Pujol, pícaro evasor fiscal que fue su mentor. El adiós de Mas, que se ha apeado de la presidencia de su partido a las puertas de la sentencia del saqueo del Palau, ha estado a la altura de su trayectoria. Si hubiese que contar cómo justificó su salida, podría resumirse así: amiguetes, yo me piro, que me embargan el piso. Jugar al golpismo tiene estos pequeños contratiempos. Era divertido chinchar al paquidermo español, que parecía soñoliento, abotargado, incapaz de mover una oreja para espantar a las moscas. Pero el elefante se levantó parsimoniosamente, comenzó a barritar y resultó, vaya por Dios, que las leyes y los jueces todavía existían en España. Los golpistas catalanes eran víctimas del síndrome de la PlayStation. Pensaban que la política era un vídeo juego, que jamás tendrían que pagar sus afrentas delincuenciales. Artur tiene 61 años, viene de próspera familia, fue un chico de pérgola y tenis, de liceo francés y veraneo elegante y menorquín. Que rumbo a la jubilación te embarguen tu piso barcelonés de cinco dormitorios, en zona de 5.000 euros metro cuadrado, no entraba en los planes. Si la revolución era esto, yo me bajo.
La arrogancia marca de la casa parecía ayer todavía intacta. La sonrisa altiva, el distintivo tupé asertivo, las explicaciones prolijas, pero farragosas, expresadas con el soniquete displicente de quien se siente un elegido. Máscara de un hombre roto, que afronta un horizonte angustioso. Está ya inhabilitado. El pisazo volará si no abona el dinero (y los cruzados de la causa no están rascándose el bolsillo por él). El lunes llegará la sentencia del saqueo del Palau, autopsia del lodazal que fue su partido, y está también encausado por la consulta del 1-O. Además el holograma de Puigdemont, a control remoto desde Bruselas, lo ha desplazado del control del partido. Por último, la independencia se ha quedado en una quimera lesiva. Caminar hacia la setentena bajo una espada de Damocles de fracaso, ruina y cárcel mengua el ánimo. Así que mejor saltar del barco, adoptar un perfil chato, intentar salvar algunos euros del naufragio. El heroísmo es hermoso. Sí… en las novelas de Salgari… Ayer también dimitió Carles Mundó, ex consejero de Justicia, al que algunos veían como sucesor de Junqueras. Lo mismo: miedo a los barrotes y la constatación de que la república de octubre fue la Ínsula Barataria.
Junqueras continúa como huésped del Estado. Puigdemont ha abierto un circo de varias pistas en Bruselas. Mas se marcha. «Menudo lío tienen allí en Cataluña», comenta Rajoy socarrón por los corrillos, como si nada fuese con él. Esta temporada, en la cancha conservadora, está de moda ponerlo verde. Lo acusan de «no hacer nada». Algo habrá hecho para dejar en orsay a tanta supuesta eminencia del seny. Los separatistas podrán ganar elecciones, pero todo ha cambiado. Ahora existen límites. Caben en un número y una palabra: 155 y cárcel. El golpismo ya no es una ganga.
Con todo lo que está saliendo, el 155 ya no sirve, aplicación del 116. Eliminación del Capitulo Tercero del Título VIII artículos 143 al 158 de la Constitución; es decir eliminar todas las Autonomías. Los españoles no podemos pagarlas ni consentirlas.
Que nadie sufra ni derrame una lágrima por este sujeto. Si no ha pagado la fianza es porque evidentemente tendría que justificar la procedencia del dinero.
Sea como fuere con seguridad que no va a depende de los 400 euros del paro. Pronto desaparecerá por algún paraíso fiscal y a buen seguro no le faltarán carabineros con los que rodearse. Y no estoy hablando del cuerpo de carabineros italiano. Hablo de los otros. De los rojos. De los de a cien euros el kilo.
Porca mierdocracia….