Así nos quiere el inglés John Carlin: rendidos y humillados
De nuevo cobran vigencia las verdades que nos fueron reveladas cuando niños, en una etapa de nuestra historia donde la dignidad nacional no era objeto de trueque ni cabía negociación alguna en su nombre: España es nuestra madre y Europa, una adusta madrastra. No nos engañaron. El golpe separatista catalán nos ha liberado de muchas vendas. Estoy convencido que nuestro destino como españoles pretende ser sellado por quienes siempre miraron con resquemor una España fuerte y unida. Siempre con la “leyenda negra” a cuestas. La opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI surge precisamente cerca del lugar donde un fugitivo catalán ha puesto en sordina los principios fundacionales de la Unión Europea.
Inglaterra y Bélgica han tomado la delantera en la escalada de ofensas a España con ocasión del golpe catalán. No serán esos dos países, pequeños y dispersos retretes multiculturalistas, quienes nos den lecciones. Vivir como ellos, ser como ellos, restaría valor vital a nuestra existencia española colectiva.
Señala el escritor y periodista británico John Carlin que “hasta hace dos meses España era uno de los países con menos interés para el resto del mundo a nivel de su política interna y de repente está en las portadas casi todos los días y a veces es el titular principal”. Y añade: “Yo hablo mucho de esto, porque la gente me pregunta. La gente está muy perpleja. Tenía otra imagen de España, la de un país muy agradable, con sol y buena comida y gente muy simpática. Y además, la imagen de un país políticamente estable, moderno y con actitudes muy modernas y progresistas. Esto ha sido una colosal sorpresa para los británicos. Se quedan muy perplejos y la percepción general, guste o o no a los de Madrid, es que han demostrado una torpeza extraordinaria en la forma de llevar el tema. No es una cosa que yo diga, aunque también lo he escrito. Pero hablas con gente en la calle y no entiende que un día se convocan elecciones y luego se meta a la mitad de la oposición en la cárcel. Es verdad que una cosa fue el Gobierno y otra el aparato judicial”.
Con ejemplar cinismo, Carlin refleja un punto de vista muy extendido entre sus compatriotas con respecto a España. Ha sido en esta crisis de adversidad donde el viejo toro ibérico ha reencontrado el pulso, el estilo y la ambición. Según el diagnóstico de Carlin, España ha dejado de ser agradable para los británicos cuando ha sido capaz de levantar una barricada defensiva de su unidad nacional frente a quienes han intentado acabar con ella, reavivando al mismo tiempo unas señas identitarias que algunos daban por fallecidas. Para Carlin, lo políticamente estable para España es que continúe siendo un centro geriátrico para todos los achacosos jubilados británicos que vienen a nuestro país a servirse de nuestro sistema público de salud. Lo que nos pide también es que seamos una nación moderna y progresista admitiendo sin protestar a los miles de turistas británicos que representan los estertores de una civilización ahogada entre vómitos y orines. Nos pide que nuestra proverbial “simpatía” pase por alto a los causantes de tanto desorden, a los que no observan el mínimo respeto por la gente del país que los acoge, a los que exhalan lo peor de la condición humana, a los ingleses, en fin. A esos ingleses que nos aprecian tanto que intentan timar a los hoteles españoles con falsos accidentes para que las vacaciones les salga gratis. Es decir, nos pide que nos ajustemos razonablemente al papel de una nación de servicios, entre palmas y olés, y que nos olvidemos de cosas tan antipáticas como defender con firmeza nuestra integridad territorial. Y lo dice el representante de un país que en 1982 asesinó a 892 argentinos para conservar un archipiélago situado a 12.000 kilómetros de Londres.
Así que ya lo sabemos. Corremos el riesgo de convertirnos, a los ojos ingleses, en una nación enojosa y nada progresista, si reaccionamos ante los que quieren romper España, no como una nación resignada y adocenada, sino como una comunidad nacional orgullosa de serlo.
Y tiene también su aquel que nos vengan a dar lecciones de modernidad europea los súbditos de un corrompido reino donde más de la mitad de su población capitalina profesa obediencia al islam, en el que tienen lugar casos de secuestros y violaciones de niñas autóctonas que son ocultadas a la opinión pública; incluso algunas de esas pequeñas acabaron siendo troceadas y convertidas en carne kebab para el consumo de los clientes en un restaurante Kebab de Blackpool, una localidad costera al noreste del Reino Unido. Que le den por el rasta, John Carlin. A usted y a la vieja, sucia, guarra y decrépita Gran Bretaña.
De ese paisito tan absurdo llamado Bélgica y de la injerencia rusa en el conflicto de Cataluña, nos ocuparemos en próximas entregas.