Escrito para la Historia: “Origen y consecuencias de un artículo titulado ‘Hipócritas'” (Capítulo 2)

Blas Piñar, en la imagen, junto al ex presidente de Chile, Augusto Pinochet, con el que mantuvo una estrecha amistad.
Por su interés y valor histórico (agrandado con el tiempo) reproducimos la serie de artículos escritos por el político, notario, escritor y fundador de Fuerza Nueva, Blas Piñar (1918-2014), bajo el título “Escrito para la Historia” y que fueron publicados en AD a partir del año 2012. Considerado unánimemente el mejor orador parlamentario de la transición, Blas Piñar puso a disposición de los lectores de este medio, del que era fiel colaborador, algunos de los hechos más relevantes y notorios de la vida española en los últimas décadas y que lo tuvieron a él como testigo directo. Comenzamos esta serie de artículos con su etapa al frente del Instituto de Cultura Hispánica:
Blas Piñar (del libro “Escrito para la Historia”).- El artículo Hipócritas, del que soy autor, fue publicado en la tercera página del diario madrileño ABC, el día 19 de enero de 1962. Produjo, en frase del periodista Manuel Calvo Hernando, una “reacción en cadena”. Así fue.
Contribuyeron a que tal reacción se produjera un haz de circunstancias diversas: el contenido del trabajo, la gran difusión del periódico que lo insertaba, el lugar preferente de la inserción, el hecho de que yo fuera director del Instituto de Cultura Hispánica, y el ánimo, muy general, de reserva del español de cara a los Estados Unidos de Norteamérica.
El artículo lo reproduzco más tarde para esclarecer el tema objeto de este capítulo. El lector puede advertir que en el mismo no se contempla exclusivamente a este país, al que ni siquiera se menciona, sino la política exterior de las naciones que habían ganado la II Guerra Mundial. Ello, sin embargo, no es relevante.
Lo que sí puede interesar, ante las campañas a que luego haré referencia, es la génesis de dicho artículo. Es curioso que lo escribiera a bordo de un avión, en el que regresaba de un viaje al lejano Oriente. Era en la segunda quincena de diciembre de 1961. Tenía la intención de llegar a España antes del comienzo de las fiestas de Navidad.
El viaje al lejano Oriente fue motivado por una invitación del gobierno filipino. Iban a celebrarse unos actos solemnes en homenaje a José Rizal con motivo del centenario de su nacimiento. Delegaciones de varios países acudieron. Había un especial interés en que España se hiciera presente. Encabezaba la representación española Segismundo Royo Villanova, rector entonces de la Universidad Complutense. Le acompañamos Pedro Ortiz Armengol, diplomático, autor de un libro precioso y documentado, Manila intramuros (Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1958), Joaquín Tena Artigas, por aquella época director general de Primera Enseñanza, y el que escribe, en su calidad de director del Instituto de Cultura Hispánica.
Era mi segunda visita a Filipinas. Allí estuve a fines de 1958. Aludo en otra parte del libro a este primer viaje, que tuvo por causa la consagración de la nueva Catedral de Manila. Ni qué decir tiene que la acogida fue más que hospitalaria. En el aeropuerto se nos recibió con inolvidables muestras de afecto. El collar de sampaguitas -flor nacional- nos adornó apenas descendimos de la aeronave. Nos esperaba, entre otros, Alejandro Roces, luego ministro de Educación. Me unía a él una buenísima amistad. Era miembro de una familia cargada de prestigio, y muy influyente en la vida cultural y económica del país. La Far Eastern University, el diario Manila Times y unos estudios cinematográficos estaban estrechamente vinculados a esta familia. Alejandro Roces me invitó a almorzar. A solas, en lugar discreto, tuvo la amabilidad de exponerme la situación de su país, y el tejido de relaciones con España. Hasta me consultó, y se lo agradecí, su respuesta a un ofrecimiento político que se le acababa de hacer, y los problemas que se le planteaban en caso de aceptar. Alejandro Roces, inteligente y sincero, tenía -era evidente- un gran porvenir. Había descubierto España desde una formación “yanqui”, y la amaba profundamente. Su castellano era fluido, con esa nota de cuasi arcaísmos que admira a los españoles: Prende por enciende, retrato por fotografías, y mande, para contestar a alguna llamada. Conversar con él constituía un recreo espiritual
En una avioneta nos llevó a Ilo-Ilo. Allí nos hicieron doctores honorís causa, por la Universidad de San Agustín, a Segismundo Royo Villanova y a mí. Vino con nosotros el agregado a nuestra embajada, José Francisco de Castro, con el que, desde entonces, mantengo una relación fraternal.
Una noche inolvidable, en el Casino Español, Alejandro Roces nos hizo pasar una hora emocionante. Había hecho, con Lamberto Avellano como director, un documental cinematográfico, La campana de Baler, que obtuvo el premio Conde de Fox, en Bilbao. En el filme se conjuga de tal forma su doble amor a Filipinas y a España, y era tal la exaltación de los combatientes de uno y otro lado, y su respeto y admiración por ellos, que cuando, al terminar la proyección, se encendieron las luces, los presentes teníamos lágrimas en los ojos.
Tuve ocasión de visitar por segunda vez al general Emilio Aguinaldo, el jefe militar de la insurrección tagala. Tenía noventa y dos años (murió con 94, en febrero de 1964). Estaba en el Hospital de los Veteranos de Guerra. Pudimos hablar y recordar nuestra entrevista de 1958, cuando al despedirse de mí, en Parañaque, en vísperas de operarse de cataratas, estrechándome cariñosamente las manos, me dijo dos veces, en un arrebato, mezcla de nostalgia y dolor: “¡La Madre España!”.
Pero no sigo con este relato, que es, sin duda, una larga interpolación sobre el tema de que me ocupo, es decir sobre la génesis de Hipócritas, porque lo importante, a tal objeto, es que continuando las diligencias que inicié en 1958, quise, in situ, conocer la tarea deshispanizante de los Estados Unidos en aquel país. A Filipinas -verdadera diáspora geográfica, cultural, étnica y lingüística-, España le dio conciencia nacional; aparte de que no puede ponerse en duda -y bastan las comparaciones, que en este caso no son odiosas- para percatarse que en el mundo asiático Filipinas es la única nación mayoritariamente católica y de conformación occidental
El propio Aguinaldo tuvo la oportunidad de contarme su gran decepción al comprobar con verdadera amargura que los Estados Unidos no ayudaron a la insurrección tagala. Ésta fue el pretexto para quedarse con Filipinas. Cuando el almirante norteamericano Dewey destruyó la Armada española en la bahía de Manila, Aguinaldo empuñó las armas contra los norteamericanos. Tuvo que capitular, y, en última instancia, fue empujado al exilio.
Ni qué decir tiene que, con una habilidad maestra, los Estados Unidos pusieron en marcha un plan colonizante en el que figuraba, con la implantación del inglés, la desaparición de la impronta hispánica del archipiélago. Llegaron tres mil maestros, y la enseñanza, desde el parvulario -primero- hasta las universidades -después-, se hizo en el idioma anglosajón. Las grandes instituciones creadas con el trabajo y el dinero de los españoles fueron traspasadas a los ocupantes. A pesar de que los Estados Unidos no tenían relaciones diplomáticas con la Santa Sede, el gobierno norteamericano presionó hasta conseguir que jesuítas de esta nacionalidad sustituyeran a los españoles. De este modo, el Ateneo de Manila, centro de estudios en el que se educó Rizal, cambió de propietario.
Un jesuíta ocupante escribió y publicó una historia de Filipinas, totalmente antiespañola, a la que supo responder con inestimable valor un gran filipino, que sería más tarde agregado cultural de su país en España, Antonio Molina, con otra historia -ésta verídica- que tuvo que ser reeditada.
Antes de regresar a Madrid estuve en Hong Kong, Japón y Thailandia. En el Japón pude saber -y acogí la noticia con indignación y espanto- que en los hospitales del ejército norteamericano de ocupación se habían practicado millones de abortos. ¡Por lo visto no eran bastantes las muertes de Hiroshima y Nagasaki!
Confieso que esta realidad dramática me conmovió profundamente. El recuerdo de la ciudad histórica de Manila -un montón de escombros, como resultado de la orden del general Mac Arthur, que no respetó que había sido proclamada ciudad abierta-, la tarea deshispanizante del español y de lo español en Filipinas, y la práctica del genocidio sin defensa de tantos millones de niños japoneses, movió mi pluma para escribir, de regreso a España, el artículo Hipócritas. Conservo el original. Cabalgan las letras sobre dos pequeños trozos de papel, y presentan los rasgos vacilantes del fuego interior que me abrasaba y del movimiento tembloroso del avión que surcaba el aire.
Llegado a Madrid, puse a máquina el artículo y lo hice llegar al diario ABC, del que era colaborador. Presumí que no se publicaría, por razones que no se me escapaban, y que una doble censura, la del Ministerio de Información y Turismo y la específica del Ministerio de Asuntos Exteriores -en este caso por razón de su contenido- se encargarían de tomarlas en consideración. No ocurrió así. Al bajarme del coche para entrar en mi despacho, un taxi paró de repente. Un procurador de los Tribunales descendió del mismo y con un entusiasmo casi frenético vino hacia mí y me abrazó, a la vez que me felicitaba. La felicitación era por Hipócritas.
Estábamos en la mañana del día 19 de enero de 1962. A partir de ese momento me vi acosado de visitas, en mi casa, en mi despacho profesional y en el Instituto de Cultura Hispánica. Hubo llamadas telefónicas, cartas y telegramas. Estos -los telegramas y las cartas- reposan en varios archivadores. Tuve la paciencia de clasificarlos por países y provincias españolas. Sorprende, a la altura de los años transcurridos, leer los textos y repasar las firmas. Todavía me piden fotocopias del artículo, que, ocasionalmente, he encontrado bajo el cristal que cubría el tablero de mesas de despacho.
Creo que no llegan a diez las cartas hostiles, unas correctas y otras insultantes. Las demás, expresan el sentimiento generalizado de los españoles e hispanoamericanos; y aún de muchos extranjeros. No me resisto a dar a conocer dos cartas: la de José María Valiente, delegado por aquellas fechas de la Comunión Tradicionalista y la del P. Felipe Rodríguez S.J. que en Auxilio Social hizo una admirable obra de apostolado.
José María Valiente se expresaba así: “Mi querido amigo: Reciba mi felicitación, entusiasta y fervorosa, por su artículo Hipócritas del día 19, en ABC.
Quisiera decirle muchas cosas, pero creo que no es necesario. Estoy seguro de que Vd. tiene conciencia plena de haber interpretado la conciencia católica nacional, y la de otros muchos países. Este artículo de Vd. ha alcanzado la máxima resonancia. Será el mayor triunfo periodístico de nuestro tiempo.
Ha prestado Vd. un gran servicio a nuestra Patria. Si hablamos así, nos tratarán mejor, y con más respeto. Hablar así es hablar con verdad, con talento, y … con prudencia política.
Merece Vd. la felicitación de todos. Han de ser muchas, sin duda, las que usted reciba. Son muchísimas más las que Vd. no reciba, pero que son la voz pública, tan vibrante y segura, que repite con eco grandioso las palabras elocuentes de Vd. Siempre es Vd. elocuente, pero ahora ha sido Vd. inmensamente popular.
Acepte la felicitación y el cordial saludo de su sincero admirador. José María Valiente”.
De la carta alentadora del P. Rodríguez, fechada el 2 de febrero de 1962, selecciono estos párrafos: “Al conocer tu cese, pensé ponerte este telegrama: “ pública cordialísima felicitación por el artículo magnífico y cese glorioso…”. Puedo asegurarte que “todos” los españoles conscientes aprueban tus ideas y alaban y admiran tu gesto valiente. Por supuesto, “todos”, los P.P. jesuítas de esta Residencia están totalmente contigo, con todo lo que dices y en el modo cómo lo dices. Recibe un abrazo de este tu amigo en Cristo, que te bendice con toda efusión de su corazón”.
No quiero dejar en olvido una anécdota que me impresionó profundamente. Fue en Guatemala, en 1992. Se celebraba el V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América. Me habían invitado los amigos de México a dar unas conferencias y aprovechamos la ocasión para pasar unos días en el país vecino. La familia Sandoval, clave en la vida política guatemalteca, quiso que con nosotros -mi mujer y yo- se reuniese un grupo de amigos. Hubo una recepción extraordinariamente concurrida. La señora de Sandoval -una mujer joven, guapísima, de ojos verdes- me dijo: “Voy a darte una sorpresa”. Se ausentó por unos instantes y volvió con una carpeta. En la carpeta iban unos folios en los que de su puño y letra -una letra picuda, femenina, de colegio religioso- había copiado el artículo Hipócritas, que una amiga le dejó con la promesa de devolvérselo. ¡Treinta años después y a miles de kilómetros de distancia!
El artículo se reprodujo en varios periódicos españoles y extranjeros. No me ha sido posible comprobar en cuántos. Pero tengo ejemplares de algunos de ellos. A veces se acompañaba al artículo con algún comentario favorable.
Me consta, igualmente, que en Arriba, diario del Movimiento Nacional, se iba también a reproducir, tomándolo del ABC, con algunas reflexiones de apoyo a mis punto de vista. Hubo una llamada, cuyo objetivo puso de relieve una orden urgentísima a la redacción. El contenido de la orden se refleja en la nota confidencial que obra en mi poder y que dice así: “22-1-1962. El sábado, y cuando había orden en Arriba de publicar el texto íntegro del artículo de Blas Piñar, aparecido en ABC el viernes, así como un editorial muy virulento contra los Estados Unidos, el director del periódico llamó desde su casa a la dirección para anularla, por lo que hubo que improvisar un editorial y sustituir el espacio reservado a aquella información. El director de “Arriba” se limitó a dar la orden escueta. Interesado sobre el motivo se negó a ampliar la información”.
Disgusto oficial
El ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, debió de disgustarse muchísimo, sobre todo cuando José Félix de Lequerica, que era embajador de España en la ONU, llamó desde los Estados Unidos pidiendo mi inmediata destitución. Vino a verme, ya de noche, Pedro Salvador de Vicente, diplomático, ex divisionario y vicepresidente del Instituto. Yo estaba abrumado y tenso.
Recalcó que le había comisionado el ministro para decirme que nada tenía que ver con el artículo que se había publicado contra mí en el diario Pueblo. No había leído Pueblo, y nadie me había hablado del ataque. Lo hice después y, en efecto, no podía ser más agresivo. Se trataba del editorial, lo que realzaba la importancia del ataque, por añadidura, en el órgano sindical de prensa.
Agradezco las frases de admiración que Emilio Romero me dedica, aunque no pueda compartir su afirmación de que “desde un punto de vista estrictamente político, tal como va el mundo, lo antinorteamericano es siempre un movimiento a favor de los comunistas”.
Gabriel Arias Salgado que, sin duda, simpatizaba conmigo, aunque mi relación con él fuera mínima, me rogó que pasara por el Ministerio de Información y Turismo, del que era titular. Quería hablar conmigo. Me informó de las repercusiones del artículo Hipócritas, a nivel del Gobierno y de la opinión pública, tanto en España como en el extranjero. El editorial de Pueblo fue inspirado -me dijo- por Fernando María Castiella, que se lo pidió a Emilio Romero, que estaba en Peñíscola (Castellón) dando unas conferencias. La versión de Arias Salgado no coincidía con la de Pedro Salvador de Vicente .
Me consideré obligado a acudir al Ministerio de Asuntos Exteriores. Era preciso conocer en directo lo que Fernando María Castiella pensaba y había decidido. Me recibió con cortesía y afecto. Me dijo que ante la protesta que iba a llegarle de la embajada norteamericana se había adelantado para comunicar que yo había sido cesado. Me consultó también sobre quién me parecía más adecuado para sustituirme, aunque él ya había hablado con Gregorio Marañón, al que, en principio, se había acordado nombrar embajador en Venezuela. “La consulta es irrelevante -le contesté- si ya has ofrecido el cargo a Gregorio Marañón y éste ha aceptado”.
Nada tuve que objetar. Hay razones poderosas que obligan a tomar una decisión rápida. Para mí, esta decisión, aunque no agradable, no era inesperada. El 11 de enero de 1962 , aunque por otros motivos, había presentado al ministro y presidente del Patronato mi dimisión; dimisión que no había tenido respuesta. De aquí que sea verdad lo que se dijo acerca de una dimisión previa por mi parte, pero que sea verdad también que fui cesado, no porque aquella dimisión se aceptara sino por el artículo Hipócritas.
Pedí audiencia al Caudillo. Franco me recibió inmediatamente. Debía una explicación al Jefe del Estado. Comprendió que mi conducta había sido correcta. La doble censura, que pudo evitar el incidente, no había procedido bien, pues más vale la prevención que la cura. Indiqué al Jefe del Estado que lo ocurrido no afectaba a mi lealtad.
Francisco Franco Salgado-Araujo, en su libro Mis conversaciones privadas con Franco (Edit. Planeta. Barcelona 1976), dice, haciendo referencia al 24 de enero de 1962: “ Hoy he hablado con Franco del efecto explosivo que había causado en Madrid el artículo de Blas Piñar llamando hipócritas a los americanos. Digo a Franco que yo tenía información de muy buena tinta de que el asunto estuvo en consulta de la censura ordinaria y que luego se pasó a la del Ministerio en donde, en veinticuatro horas, dieron su conformidad. No hubo sorpresa, y el señor Sedó, al ver la firma, no tuvo inconveniente en autorizar su publicación. Franco me responde: “No creo en ninguna maniobra, lo que sucedió fue que la firma de Piñar sorprendió a la censura; y tampoco creo que Piñar obrara de mala fe. Es muy lamentable lo ocurrido, porque los enemigos del extranjero realizarán una campaña de prensa para convencer a sus lectores y al mundo de que el artículo fué inspirado por el gobierno español”.
Pero lo peor se produjo después. Si la génesis de Hipócritas estimo que ha quedado bien clara, las consecuencias del artículo siguen envueltas en la neblina. Lo cierto es que alguien, influyente, no sólo a escala nacional sino internacional, la puso en marcha. Es posible que todo tuviera su origen en la intervención más o menos oficial u oficiosa de un servicio diplomático, no español, por supuesto. La historia demuestra que así ocurrió en el pasado.
Esa campaña trató de involucrar a Hipócritas con un acta notarial que tenía que ver con la actriz cinematográfica Ava Gardner, con la que yo, que nada tengo que ver con el mundo del espectáculo, no tenía la menor relación. Fui requerido profesionalmente y practiqué la diligencia del requerimiento el 4 de abril de 1961 (acta número 1991) de mi protocolo de aquel año, es decir, diez meses antes de la publicación de Hipócritas. Su objeto era una cuestión jurídico-económica, que nada tenía que ver con ruídos o escándalos que molestaban a sus vecinos, como intencionadamente se publicó. Entendí la diligencia, al no comparecer Ava Gardner, con quien dijo ser su secretario Williams Adams Galladner, quien con una falta de educación increíble, cometió contra mí, en cuanto notario en el ejercicio de su ministerio, un delito de desacato, tal y como se define en los artículos 60 del Reglamento Notarial y el 240 del Código Penal. No hubo más que grosería, pero no puñetazos o empujones. La Audiencia Provincial de Madrid condenó a Williams Adams Galladner por el mencionado delito de desacato mediante sentencia nº 665, de 16 de noviembre de 1961.
Como respondiendo a una consigna, la prensa de todo el mundo, luego de la aparición de Hipócritas, vínculó aquella acta con el artículo. Éste, según la prensa, había sido fruto de un percance, no demasiado honesto, con Ava Gardner, a raíz de la diligencia notarial mencionada. Se dijo que había fotografías, que jamás, por no existir, fueron publicadas. Confieso que la campaña infamante me hizo sufrir mucho. Guardo recortes de periódicos y revistas de todo el mundo, y agradezco muy especialmente a Santiago Pedraz Estévez, director del diario Prensa libre, de San José de Costa Rica -al que entonces no conocía-, la defensa apasionada de mi buen nombre. Tempo, semanario italiano de Milán, publicó un reportaje sobre el tema, en su nº de 17 de febrero de 1962 con el aval de una foto, en la que Ava Gardner aparecía al lado del autor de Hipócritas, pero que no era otro que Perico Chicote, acompañando a la actriz durante su visita al local del que era propietario en la Gran Vía madrileña.
De todo ello levanté acta notarial que autorizó mi entrañable compañero Francisco Rodríguez Perea, el 6 de marzo de 1962 con el nº 702 de su protocolo, a la que se une una documentación que confirma la falsedad absoluta de los hechos denunciados por quienes, con ligereza, o mala fe -que de todo hubo- secundaron la campaña difamante. Recuerdo que mi esposa, al verme angustiado, me dijo: “Si tuviste valor para escribir Hipócritas, más lo necesitas para soportar esta campaña”. Copias autorizadas del documento notarial fueron entregadas al Jefe del Estado, al ministro de Asuntos Exteriores y al director general de los Registros y del Notariado.
He aquí, como he prometido, el texto literal de ‘HIPÓCRITAS’: “Los que se amedrentan y atemorizan ante las explosiones termonucleares por via de ensayo, y no tuvieron escrúpulos para lanzar la primera bomba atómica sobre los seres indefensos de Hiroshima;
los que condenaron al fuego hombres y ciudades, y en Nüremberg se erigieron en jueces de los criminales de guerra;
los que hoy, pusilánimes y temblorosos, llaman la atención sobre el peligro comunista, y se aliaron con el comunismo entregándoles como botín patrias y culturas;
los que alardean, vocingleros, de anticomunistas, y, en el fondo, buscan anhelantes una fórmula de coexistencia que les permita vivir tranquilos, aunque millones de hombres continúen gimiendo como esclavos;
los que firman alianzas y establecen bases estratégicas de carácter militar en países a los que llaman amigos, y luego los abandonan indiferentes y mudos cuando estos países se encuentran en el momento difícil;
los que incitan a la lucha por la libertad movilizando voluntades con espíritu de sacrificio, y después, iniciada la lucha, permanecen impasibles ante la represión brutal del enemigo;
los que hicieron su historia y su grandeza volando buques y atribuyendo culpas para justificar la intervención armada en beneficio propio, y ahora se escandalizan de sus mejores discípulos;
los que hablan de libertad de pensamiento y de libertad de Prensa, y de modo sistemático, y con arreglo a prejuicios irreformables, ahogan ciertas noticias, las desfiguran o las inventan, y en vez de una censura inspirada, aunque cometa errores, en el bien común, crean tantas censuras solapadas y clandestinas como intereses sectarios o grupos de presión económica y política;
los que presumen de anticolonialistas, y al exigir la independencia y la autodeterminación de los pueblos subdesarrollados, pretenden uncirlos al yugo de una total dependencia económica;
los que quisieron o toleraron la división de Berlín, de Alemania, de Corea y del Viet-Nam, y se rasgan las vestiduras y atropellan el derecho por la división del Congo;
los que facilitaron armas, brindaron aliento y proporcionaron la mayor propaganda gratuita a Fidel Castro, y se estremecen ante los horrores del sistema y, lo que es más grave, ante su enorme fuerza de contagio;
los que mantienen relaciones diplomáticas con las naciones ocultas tras el telón de acero o el telón de bambú, y patalean si otros Gobiernos de la órbita occidental aspiran a seguir su ejemplo;
los que juegan a mantener gobiernos liberales sin apoyo popular auténtico y sin obra social entre las manos a sabiendas de su enorme debilidad para oponerse al marxismo;
los que ofrecen millones en concepto de ayuda generosa, y abonan precios de hambre por la riqueza obtenida en los países a los cuales la ayuda se ofrece;
los que predican los derechos del hombre, y, sin embargo, le arrancan el derecho a la vida al impedir los movimientos migratorios, condenan al hambre a millones de ciudadanos y estimulan, sin preocupaciones morales, el control de los nacimientos y el aborto ;
los que hablan de democracia, de sufragio universal y de un hombre un voto, y después condicionan el voto al pago de un impuesto, para evitar el voto de los negros pobres, o al conocimiento del inglés, para evitar el voto de los ciudadanos de raíz cultural distinta;
los que exigen el respeto a las minorías, y ahogan con hábil y paciente terquedad a las que existen dentro de las propias fronteras ;
los que mientras favorecen las llamadas reivindicaciones territoriales de otras naciones mantienen con orgullo colonias inútiles en países soberanos;
los que hacen del pacifismo y de la no violencia adagio y norma de conducta, y usan la fuerza cuando así lo consideran oportuno;
los que a un tiempo atropellan al débil y observan una actitud de cobarde respeto frente al vecino poderoso que los ofende;
los que se dicen defensores ardientes del mundo occidental, y abren, negociando y a espaldas de Occidente, un portillo por el cual un río de divisas occidentales contribuye a aumentar la fuerza del comunismo;
los que nos ofrecen su amistad y, a estas alturas y refiriéndose al descubrimiento de América, se atreven a escribir con carácter oficial: “It was no accident that the voyages which led to the discovery of America were led by an Italian . Italian seamanship was supreme. The exploration of the Western Hemisphere was a direct result of the inquiring mind of 15th century Italy”, desconociendo y despreciando así la obra de España;
los que eluden el vocablo Hispanoamérica y no estarían dispuestos a consentir que se hablase de África latina;
los que lisonjean al llamado catolicismo liberal y progresista, y buscando su colaboración y ayuda bajo el lema de comprensión, diálogo y claridad, acaban, cuando triunfan, persiguiendo y aniquilando a la Iglesia de Cristo.
Pero nada es tan oculto que no se haya de manifestar, ni tan secreto que al fin no se sepa. (San Lucas, XII, 2).
En estos años hemos aprendido muchas cosas, tantas y tan graves, que a nuestros hermanos podemos repetir aquello de Cristo: ‘Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía'”.
Estos artículos son antológicos.
Espero que se sigan REEDITANDO EN FORMATO LIBRO, pues valen la pena.
Don Blas PIÑAS escribía mejor que hablaba. Y hablaba muy bien…
YO TENGO ESE LIBRO Y ES IMPRESIONANTE DEBERIAN LEERLO TODOS