Cómo ha evolucionado la crisis de la idea de España
En Una historia chocante expuse sobre el regeneracionismo: “Las antaño consideradas hazañas y glorias hispanas, como el descubrimiento de medio mundo, las conquistas y colonización de América, la evangelización, la fundación de ciudades y universidades, el establecimiento de relaciones entre todos los continentes habitados, la Reforma católica, la contención de los turcos y de los protestantes, etc., eran miradas con desprecio o con burla, o simplemente ignoradas por los refundadores. Para ellos, España había sido el país de la Inquisición y de los genocidios, de la miseria, el oscurantismo y la superstición, y las supuestas glorias debieran más bien avergonzarnos. Los “buenos” habían sido, precisamente, los enemigos de España, empezando por los cultos y refinados musulmanes. La cultura del Siglo de Oro suscitaba despego, excepto algunos autores prestigiosos, en particular Cervantes, a quienes se pretendía convertir en precursores de las ideas de los críticos”
Y una clave más o menos clara de todo el asunto habría estado en la nefasta Reconquista. Ortega llevaba el mal o la enfermedad hasta los visigodos, un pueblo decadente, contaminado por el contacto con la decadencia romana, al revés que los francos, frescos y puros en su barbarie creadora.
No es difícil percibir la extraordinaria semejanza de aquel regeneracionismo con los nacionalismos vasco y el catalán, a todos los cuales cabe calificar también de regeneracionistas a su modo. Los regeneracionistas despreciaban el pasado real de España tal como Arana o Prat de la Riba despreciaban el pasado real de Cataluña y de Euzkadi, supuesta historia de opresión consentida hasta con abyecta alegría por vascos y catalanes. Aunque, a diferencia de aranistas y pratistas, los regeneradores no sembraban el odio o el resentimiento hacia ninguna parte de España, coincidían en fomentar la aversión por el común legado hispano y por el liberal régimen de la Restauración. También se asemejaban sus estilos, entre plañideros y amenazantes, y sus tonos exagerados y un tanto megalómanos, de parva sustancia intelectual, y su pretensión de fundar naciones. Curiosa en cambio la divergencia en las conclusiones a partir de las mismas premisas: unos aspiraban a refundar la nación española, de tan “anormal” pasado; los otros a desarticularla y hundirla de una vez por todas, lo que no sería menos lógico.
Los regeneracionistas pretendían destruir el liberal régimen de la Restauración, tildado de “necrocracia” o dominio de los muertos, para refundar España “como si nunca hubiera existido”. Refundar una nación que tan honda huella había dejado en la historia humana, tarea realmente titánica, en comparación con las cual las pretensiones de Prat o de Arana sonaban a modestas y llevaderas empresas provinciales. Pero, sorprendentemente, aquellos personajes no tenían nada de titanes ni de héroes. Ante todo procuraban “arreglarse la vida” mediante alguna oposición que les incorporase al funcionariado de la “necrocracia” para verter impunemente sus prédicas desde esa posición segura y aprovechando las libertades del régimen. No respondían al tipo de fanático entregado a una causa imaginaria, como Arana o Prat, ni al hombre inspirado o al hombre de acción, sino más bien al tipo del “señorito” clásico, frívolo y desconocedor de los rigores de la vida.
El regeneracionismo contribuyó, junto con el terrorismo anarquista, la demagogia socialista y el auge de los separatismos, a hundir el régimen que les permitía organizarse y hacer propaganda. Tras el fallido intento estabilizador de la dictadura de Primo de Rivera, los regeneracionistas tuvieron su oportunidad histórica con la II República, que fue entre otras cosas una orgía de palabrería desenfrenada. En ella demostraron su incapacidad política, hasta verse arrastrados a la guerra civil por los extremismos totalitarios y guerracivilistas, a cuyo triunfo en unas fraudulentas elecciones habían colaborado. La refundación de España estaba resultando un proceso de descomposición extremadamente peligrosa.
Cuando acusan de “franquistas” a las reivindicaciones del pasado español, entre ellas la de la Reconquista, no dejan de tener alguna razón, porque un aspecto del franquismo fue la reivindicación de la España real e histórica, quizá con excesiva atención al catolicismo, que determinaría la ruina del régimen. Pero por otra parte la reivindicación se hizo en general con gran amplitud, permitiendo versiones diversas. No es aquí el momento de entrar en detalles al respecto, pero debe señalarse que ya antes de la muerte de Franco cundían versiones semejantes a las de los regeneracionistas, complicadas con análisis marxistas y similares. Estas, ante la escasez de la respuesta teórica tienen ahora de nuevo gran importancia, con las consecuencias verborreicas y disgregadoras sabidas. Llegó a imponerse un verdadero tabú sobre cualquier versión que pudiera identificarse con el franquismo, y sobre esa condena en el fondo totalitaria se han desarrollado las campañas distorsionadoras más extremas, parejas a las del regeneracionismo, de las que hemos ofrecido un pequeño muestrario en relación con la Reconquista. Y esta es la situación en que nos encontramos hoy, y de la que es preciso salir.