El niño que pintaba a la Macarena
Francisco J. López de Paz.- Al chaval lo traían los Viernes Santos de mañana. Durante la semana salía por las calles del pueblo para ver sus pasos, humildes, dignos, llenos de la ingenuidad que tienen las cosas que se hacen con cariño. Pero cuando llegaban los días grandes, siempre había una mañana en la que cogían el coche. “Mañana nos vamos a Sevilla”. Ese día se hacían cosas lejanas a la rutina que siempre desembocaban en el mismo mar: al chaval cada año lo llevaban a la calle Parras para ver pasar a La Macarena.
El niño se manejaba bien con la pintura. Con los lápices de colores dibujaba en los cuadernos las cosas que veía a su alrededor con un realismo que llamaba la atención. Su gente lo llevaba a gala y presumía, tan chico y ya tan artista. La mañana del Viernes Santo era su cátedra y la calle Parras el caballete. Allí año tras año descubría la teoría de los colores y la precisión del trazo. Y aprendió las tonalidades del verde viendo mientas la veía pasar; verde botella cuando le ponían a la Esperanza el manto camaronero, verde manzana si era el de tisú, verde aceituna si era el de la coronación, verde bosque en los antifaces más antiguos, verde lima el de la cruz de esa bandera, verde esmeralda en las mariquillas, verde menta, verde inglés, verde turquesa… Los amarillos le fascinaban en el oro de los bordados, y los malvas y los rosas de los jiraspes de las caídas y los rojos del techo de palio, rojo guinda, burdeos, granate, carmín, carmesí, bermellón…
No había pasado ni el palio, ni siquiera había terminado se sonar el trío de la marcha de Gámez Laserna cuando aquel niño se ponía a tirar de las faldas de su madre. “Mamá, vamos a casa” “¿A casa? ¡Pero si está pasando la Virgen!” “Vamos a casa” ¿Pero por qué?” “Porque quiero pintarla”
En la tarde del Viernes Santo, cuando en su pueblo salían los pasos y sonaban la cornetería el chaval se metía en su cuarto con los lápices de colores. Ajeno a su alrededor, en la pequeña hoja de la libreta comenzaba a aparecer el rostro de la Virgen. Era de verdad, auténtico, de carne. Y después el niño se quedaba ensimismado mirando a su Princesa que en aquellas mañanas del Viernes Santo le daba lecciones de pintura. En un cuaderno del colegio, La Macarena que pintó el niño de Coria es tan real que se la oye hasta respirar.